Robert McLeod. The Globe and Mail. Viernes, 23 de abril de 2010.
El largo amorío de Omar Malavé con el beisbol y los Azulejos de Toronto viene desde cuando él era adolescente y pobre en la ciudad de Cumaná, Venezuela, y Epy Guerrero fue de visita.
Como la mayoría de las relaciones, esta tuvo un inicio tormentoso; el famoso scout dominicano casi ocasiona una pelea entre hermanos en la morada de los Malavé.
Todo valió la pena, dijo Malavé, quien alcanzó un sueño de toda la vida cuando finalmente debutó en las ligas mayores, como coach de primera base de los Azulejos luego de 29 años viajando en autobuses como jugador y técnico en la organización.
“Nunca dejé de creer que algún día tal vez Toronto me daría la oportunidad de estar ahí”, dijo malavé, 47, en una entrevista reciente. “Mientras tengas puesto un uniforme, pienso, que siempre tendrás la oportunidad de llegar a las grandes ligas”.
“Pero desde ese día que recibí el llamado del manager Cito Gaston, todo ha sido como un sueño y no puedo esperar a que llegue el día inaugural en Texas”.
El viaje de Malavé hasta las mayores empezó en agosto de 1980, cuando Guerrero, quien trabajaba como scout de los Azulejos, llegó a Cumaná.
Guerrero había ido para ver a Benito, el hermano de Malavé, quien era dos años mayor. El beisbol era visto como una salvación por muchos jóvenes de la ciudad, una manera de salir de la pobreza, y Omar no era la excepción.
Él tenía 17 años y tenía dificultades para existir, era uno de 10 hijos (cinco varones y cinco hembras) creciendo en alrededores humildes.
Su padre era obrero, y el año anterior, Malavé había abandonado la escuela para ayudar a mantener a la familia. Su primer trabajo fue en una fábrica ensamblando camas por uno 50 céntimos la hora.
“Pasé muchos momentos dificiles mientras crecía”, dijo él. “No teníamos mucho. Hubo muchas veces cuando solo teníamos una comida diaria. A menudo lo que comíamos era un pedazo de pan con mantequilla en la noche”.
Así que cuando Guerrero llegó, el hombre que propulsó las carreras de Tony Fernández y Carlos Delgado, fue una gran noticia.
Guerrero observó al hermano mayor de Malavé, le gustó lo que vio y lo firmó con un contrato de 5.000 $. A Guerrero le sugirieron que mirara también a Omar, quien era considerado un pelotero decente. Lo hizo y regresó impresionado.
“Él quería firmarme también, pero le dijo a mi padre que los 5.000 $ que había gastado en mi hermano era todo el dinero que tenía”, dijo Malavé. “Hablaron de eso por un rato y al final llegaron a un acuerdo que mi hermano y yo compartiríamos el dinero”.
“Benito estaba muy molesto por eso. Pensé que me iba a matar”.
El año siguiente, con 18 años e incapaz de decir una palabra en inglés, Omar Malavé se encontró en Florida jugando pelota de novatos en la Gulf Coast League con los Azulejos.
Fue el comienzo de una larga sociedad, incluyendo nueve temporadas como jugador en el sistema de ligas menores de Toronto, donde el nivel más alto al cual jugó fueron ocho juegos con el Syracuse AAA en 1989.
Al final de esa temporada, los Azulejos le propusieron ser coach en Medicine Hat, el antiguo equipo de categoría de novatos afiliado en la Pioneer League.
Malavé solo tenía 26 años de edad y estaba inseguro de si estaba listo para dejar de jugar.
“Dios mío, todavía estaba joven”, dijo él. “No fue una decisión fácil”.
Pero la tomó, y en los próximos 20 años él recorrió la organización de los Azulejos como manager en lugares tan distantes como Hagerstown, Md., Knoxville, Tenn., Syracuse, N.Y., y Dunedin, Fla., dirigiendo en más de 2000 juegos antes de finalmente ganarse sus galones de grandes ligas en Toronto.
“Valió la pena esperar”, dijo Malavé.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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