domingo, 30 de julio de 2017

ALFONSO TUSA Recordando a Tony Conigliaro

Recordando a Tony Conigliaro

Would Tony Conigliaro have been the difference in the 1967 World Series? (via Tom Vivian)
Editor’s Note: To read this story in English, click here.
Los latidos de mi corazón parecían las cuchilladas de un atracador. Me quedé petrificado cuando vi aquel ejemplar viejo de la revista Street and Smith de inicios de la década de 1990. En la portada se anunciaba un artículo sobre el equipo del “Sueño Imposible” de 1967. De inmediato le pedí al encargado del puesto de revistas que me permitiera un par de minutos para ver ese artículo. La tembladera de mis manos casi provocó que se me cayera la revista. Ahí estaba, los hechos, la épica, la emoción de aquellos muchachos cardíacos. Uno de los párrafos recreaba un juego del 15 de junio de 1967. Gary Waslewski abrió por los Medias Rojas, Bruce Howard por los Medias Blancas. Waslewski solo permitió seis imparables en los primeros nueve innings. Howard siete imparables en siete inningsHoyt Wilhelmrelevó a Howard y mantuvo blanqueados a los Medias Rojas hasta el noveno inning. Entonces el juego se fue a extrainning.
Yo no podía creer que tuviera en las manos tal documento, tal testimonio, tal retrato de lo que siempre había imaginado cuando era niño en 1967. Aunque ignoraba muchas cosas del beisbol, podía sentir la pasión de mis hermanos cuando hablaban de los Medias Rojas de Boston que hacían pasar momentos difíciles a todo el mundo en la Liga Americana, mientras todos los días, semanas y meses, los expertos esperaban que todo volviera a la normalidad y ese equipo regresara al sótano de la liga, donde había permanecido muchos años. Pero mis hermanos y después yo empezamos a aupar en secreto por ese equipo, por sus muchachos cardíacos, por su Sueño Imposible. Llegamos al extremo de hablarle al radio, para reclamarle a los narradores que dejaran de mostrarse incrédulos ante los Medias Rojas, porque ellos eran de verdad.
Sabía muy poco de beisbol, yo pasaba la mayor parte del tiempo volando aviones de papel, moneando árboles de mango, guayaba y guanábana o corriendo detrás de los camiones cargados de caña que iban hacia el central azucarero, para halar algunas varas de caña de azúcar, disfrutaba mucho arrancar la concha de la caña con los dientes y saborear el dulce jugo. Pero pasaba momentos muy duros con las operaciones aritméticas de tercer grado. Mamá me quitó los aviones de papel, las escaladas a los árboles y las carreras detrás de los camiones de caña de azúcar. Desde las dos hasta las seis de la tarde, me obligaba a estudiar matemáticas y las otras asignaturas. Me sentía como un prisionero en una cárcel de alta seguridad. Después de cenar tenía que mostrarle a mamá la tarea que me había ordenado. La única esperanza de  fuga que podía palpar desde  el escritorio y los cuadernos era la lejana conversación de Felipe y Jesús Mario. A pesar de no saber nada de beisbol, podía sentir la emoción de ellos, su dinámica, su suspenso por el juego de esa noche. En pocos segundos supe que ese sería mi vehículo hacia la libertad. Hasta podía escuchar el radio que Felipe colocaba en un rincón de la habitación.
En el décimo inning, Ron Hansen descargó imparable hacia el jardín izquierdo, y Al Weis sonó otro sencillo en la misma dirección. Ed Stroudentró al juego como corredor emergente por Hansen. Leía el párrafo poco a poco para digerir mejor el momento. John Wyatt relevó a Waslewski. Stroud fue puesto out en tercera base del catcherRuss Gibson al tercera base Joe FoyPete Ward entró como bateador emergente por Jerry McNertneyy Wyatt lo ponchó. Dick Kenworthy emergió por Wilhelm y Wyatt también lo ponchó.
Volví a sentir el estruendo en mi pecho cuando lei lo que ocurrió en la apertura del undécimo inning. El encargado del puesto de revistas empezó a reclamarme que devolviera la revista al lugar de donde la había tomado. Se quejaba de mi falta de respeto, de que ese era su negocio, si quería leer la revista, tenía que comprarla. Yo estaba tan inmerso en la lectura, tan metido en el juego, que todo lo que oía era que Walter Williams había bateado un doblete al jardín izquierdo.
En un segundo estuve de nuevo en 1967, mirando como mis hermanos bajaban el volumen del radio cada vez que la situación se ponía difícil para los Medias Rojas. El próximo bateador era Don Buford, soltó un roletazo hacia primera base, George Scott atrapó la pelota y lo hizo out, mientras Williams llegaba hasta tercera base. Respiré profundo, noté la severa expresión en el rostro del encargado del puesto de revistas y seguí leyendo. Wyatt ponchó a Tommie Agee.  Mis hermanos saltaron y le pidieron el tercer out a Wyatt. Ken Berry despachó imparable impulsor a la derecha y despues fue out tratando de robar segunda base, de Russ Gibson a Rico Petrocelli. El tipo del puesto de revistas me llamó la atención por la manera como estaba apretando la revista.
Estuve como dos minutos tratando de alisar  las páginas ajadas, mi vergüenza  con el encargado era tan grande como mi emoción por rememorar lo que ocurrió en el juego.
Aquella noche finalmente había realizado  satisfactoriamente los ejercicios de matemática que mamá me escribió en el cuaderno. Cuando llegué a la habitación oi a papá haciéndole preguntas a Felipe sobre química de tercer año de bachillerato. Al fondo del cuarto, Jesús Mario terminaba una tarea de matemática. Papá les dijo que iba a regresar para asegurarse de que estuvieran estudiando. Así que para escuchar el juego entre los Medias Rojas y los Medias Blancas, Felipe me pidió que me asomara en la puerta para que les dijera cuando papá estuviese de vuelta. Mientras tanto sintonizaron la emisora del juego. Esa noche fue difícil sintonizar el juego. Había mucha interferencia electrostática. Cuando Felipe por fin logró colocar el radio en el lugar donde se escuchaba bien la transmisión, Jesús Mario levantó la voz: “Déjalo ahí, ese es el lugar…ahí se escucha muy bien”.  Me distraje recordando mis carreras tras el camión de caña de azúcar y papá apareció como un monstruo. “¿De qué lugar están hablando ustedes?” Eso significó tiempo adicional de estudio para mis hermanos. Felipe me miraba con ojos de pocos amigos. Jesús Mario apretó los labios y me dio la espalda cuando traté de acercarme. Esa fue la primera vez que estuve despierto hasta tarde en la noche. Quería disculparme con mis hermanos pero ellos estaban muy molestos conmigo. La única palabra que recuerdo que ellos dijeron luego de terminar la tarea escolar fue “extrainning”. Tan pronto como encendieron el radio se sorprendieron de que los Medias Rojas todavía estuviesen jugando. La emoción, la euforia que experimentaron cuando el narrador empezó a gritar: “…es un batazo alto, largo, inmenso, enorme hacia el monstruo verde…la bola se va…se vaaa…” Empezaron a saltar sobre el colchón y me halaron para celebrar con ellos. Toda su molestia conmigo se había borrado mágicamente. Seguí escuchando la radio, trataba de entender la excitación del narrador, de descifrar los gritos de Felipe, de conectarme con la alegría de Jesús Mario.
En el cierre del undécimo inning, John Buzhardt retiró a Carl Yastrzemski con elevado a Williams en el jardín derecho. También hizo el segundo out al obligar a George Scott a batear una línea de frente a Tom McCraw en primera base.
Casi cerré la revista y me fui del puesto de revistas. Entonces recordé, “Espera…es 1967…este es el equipo del Sueño Imposible”. El imparable de Joe Foy hacia el jardín izquierdo me mantuvo pegado a la revista. Sospechaba que algo inesperado iba a ocurrir.
La imagen de esa noche bostoniana me impresionó con su colorido. Las luces de Fenway Park quemaban las esquinas de las páginas. Solo quienes han vivido un extrainning en Fenway Park saben de la atmósfera que trato de describir. Un mar de brazos levantados y gritos burbujeando sobre miles de camisas y gorras. Todo eso flotaba sobre el entorno verde desde los jardines hasta el cuadro interior.
Sin importar cuanto carraspeaba o zapateaba el tipo del puesto de revistas frente al mostrador, yo seguía sumergido en el fondo de aquel extrainning. Sentía una mezcla de  esencias de alcanfor y cerezas agitándose sobre el dugout de tercera base.
Tuve que agarrar y halar la revista como tres veces. El tipo estaba muy enojado. Hasta golpeó el mostrador cuatro veces. Así que saqué mi cartera y le pagué con un billete. Casi me sacó a empujones del puesto de revistas.“¡Esto no es una biblioteca. Anda a leer a otra parte!”
Mientras tanto yo miraba a la distancia, las palabras de la revista: Conigliaro…batazo largo…gigantesco…enorme…monstruo verde…increíble…jonrón para dejar en el campo…los Medias Rojas lo hicieron otra vez…sus compañeros lo llevan a hombros…es una noche inolvidable en Fenway Park…pasarán cien años y las personas siempre hablarán de Tony C  largando ese vuelacercas para vencer a los Medias Blancas 2-1.
Estuve sonriendo por el resto de ese día. No me importaba que las personas me miraran de manera extraña, como si yo fuese anormal. Esa revista me hizo recordar lo que mis hermanos dijeron aquella noche. “Este equipo de los Medias Rojas va en serio…van a ganar el banderín de la Liga Americana y la Serie Mundial…” Hasta yo los miré con ironía. Eso era insano. Todavía no se había cumplido ni la mitad de la temporada. Había mucho camino por recorrer.
A finales de septiembre tuve que reconocer que ellos habían acertado su pronóstico. Cuando terminó la Serie Mundial pensé por varios días que con Tony Conigliaro en la alineación, los Medias Rojas lo hubieran ganado todo. Mis hermanos me dijeron que Bob Gibson estuvo realmente imbateable. Pero seguí diciendo que con Tony C esa hubiese sido una Serie Mundial diferente. Y aún pienso así.
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