lunes, 13 de agosto de 2018

El Barça gana la Supercopa: Dembélé dice basta Francisco Cabezas / El Mundo


Los jugadores del Barcelona celebran su victoria en la Supercopa de España. FADEL SENNAAFP-PHOTO
El delantero, al que el Barcelona pretende vender, decide la Supercopa con un genial latigazo frente a un buen Sevilla
Ter Stegen evita la prórroga en el ocaso tras parar un penalti a Ben Tedder


Nadie espera que Ousmane Dembélé sea un chico modélico. No lo es. Le cuesta despertarse. Le encanta la comida rápida. Y si toca sublevarse, tampoco tiene problema alguno. Quizá por ello trata de venderlo la cúpula ejecutiva del Barcelona. Aunque el jugador, inapreciable en el pasado Mundial de Rusia, levantó la mano para decir que aún sigue ahí. No hay bruma que oculte la calidad. Su tremendo latigazo con la pierna derecha en el crepúsculo marroquí concedió la Supercopa de España al equipo azulgrana y dejó sin premio a un Sevilla al que no se le pudo reprochar nada. Por si hubiera dudas, Ter Stegen, que derribó en el área a Aleix Vidal en el ocaso, paró el penalti a un desconsolado Ben Yedder cuando el partido ya se encaminaba a la prórroga.

Leo Messi, entre aquel Sampaoli sudoroso e histérico y aquel deprimente Rat Pack del que se rodeó en la selección argentina, le dieron también el Mundial. Pero, tras mes y medio de inactividad, nada le costó volver a su rutina. El nuevo capitán del Barcelona fue el responsable de que su equipo comenzara a levantarse ante un Sevilla que encontró una madrugadora justicia en el estreno español del VAR. Su disparo de falta, que golpeó dos veces en el palo tras rebotar también el balón en la espalda del meta Vaclik, permitió no solo el gol de Piqué. Sino el inicio de la remontada.

Mucho se ha escrito y hablado ante el cambio de paradigma que trae consigo la llegada del videoarbitraje. Pero, más allá de esa incertidumbre tan apropiada para el show business que antecede a cada una de las actuaciones del VAR, resulta difícil discutir su eficacia. De no haber corregido al colegiado principal, Del Cerro Grande, Sarabia hubiera visto cómo su gol inaugural era anulado por fuera de juego. Y de nada hubiera servido tampoco el triple quiebro de Muriel a Piqué previo al pase definitivo entre las piernas de Lenglet.
El gol del Sevilla dio motivos al ex entrenador del Girona, Pablo Machín, a cerrar filas en su campo mediante ese 3-4-2-1 que se convirtió en la primera mitad en un amontonamiento de piezas frente al área propia. Algo que agradeció con gusto el Barcelona, que veía crecer a Arthur en el control, mientras, por otro lado, se desesperaba ante el jadeo de Luis Suárez. Al delantero uruguayo, cuyos sustitutos natos en la plantilla son Munir y Alcácer -este último fuera de lista a expensas de ser vendido-, se le intuyó aquella curva abdominal que asomaba a Puskas cuando descerrajaba disparos.

Con todo, el partido fue muy entretenido en el primer tiempo, pero un tormento tras el descanso. Ya lo advertía el prólogo. Tiene el fútbol español ese componente grotesco y canalla que resulta difícil no encariñarse. La Supercopa de España, disputada por primera vez a partido único, ese título que resulta que es oficial, pero «no profesional» -no será por los millones que han cruzado el Estrecho-, se jugó por primera vez en el extranjero. Y ningún lugar mejor que esa Tánger fronteriza en la que Burroughs y su tropa beat creían que eran perseguidos por papeleras y cubos de basura en pleno delirio yonqui. 

Y qué decir del lío de los extracomunitarios, cuya presencia no iba a limitar la Federación Española. Aunque es en estos sainetes donde destacan los hombres que nunca se meten en líos. Como Valverde, que dejó a los brasileños Malcom y Marlon Santos fuera de la convocatoria. Arthur fue titular,mientras que en el banquillo aguardaron Arturo Vidal y Coutinho, quien había recibido la autorización previa para jugar como portugués. Problema resuelto.

La parada de Ter Stegen

Aunque eran los jornaleros quienes debían atrapar la atención de los impetuosos seguidores marroquíes -casi todos ellos hinchas del Barcelona- que acudieron al estadio Ibn Battuta. Valverde es de los que no se corta, y mandó un par de mensajes claros a su dirección deportiva. Malcom, del que el propio técnico extremeño nada sabía, se fue a la grada. Mientras que Dembélé, jaleado en el estadio, compareció como falso extremo zurdo en una suerte de 4-3-3 mutante.

Andaba, pues, el Barcelona intentando descifrar el partido sin que el Sevilla tuviera intención alguna de arrebatarle el balón. Tal era el acoso que el gol azulgrana sólo podía ser la consecuencia. Banega impidió un avance frontal de Arthur con las piernas por delante. Y Messi, en su posición soñada, sacó a pasear el botín. El balón, que rebotó en la madera, en el portero, y otra vez en el mismo palo, fue atacado a gol por Piqué. Nada discutió esta vez el VAR.

Aún pudo el Sevilla irse al descanso con ventaja. Quien lo evitó fue Ter Stegen, otra vez ante los mismos protagonistas, con Sarabia al disparo y Muriel en la maniobra previa.
Valverde reconstruyó la zona ancha en el segundo acto. Rakitic y Coutinho suplieron a Rafinha y Arthur. A Riqui Puig se le exigió esa paciencia tan común en esa Masía contemporánea que ve pasar el tiempo lejos del foco. Quien sí debutó al final fue Arturo Vidal, y lo hizo como interior diestro. Machín, que dio carrete al ex milanista André Silva, fiaba su suerte a su libreto. Es decir, a la competitividad y la estrategia. De hecho, Franco Vázquez, además de cabecear al palo en un córner, husmeó también la red en un disparo lejano.

Hasta que Dembélé dijo basta con cara de no entender nada. Hasta que Ter Stegen, suplente en el Mundial, zanjó la noche a su manera.

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