viernes, 21 de septiembre de 2018

DESDE LA PLATAFORMA DE UN CAMIÓN Alfonso L Tusa C

  
Bucky Dent sentenció a los Medias Rojas de Boston con un cuadrangular ante Mike Torrez en el séptimo inning  que puso a ganar a los Yanquis

   

Ahora que los Medias Rojas de Boston han asegurado el campeonato de la División Este de la Liga Americana es inevitable recordar aquel juego de playoff del 1 de octubre de 1978 ante los Yanquis de Nueva York, que significó una derrota terrible luego de perder una ventaja de catorce juegos a mediados de julio. Este año, cuando se cumplen 40 de aquella catástrofe, muchos entendidos asomaron como favoritos a los Yanquis, en una especie de reedición de los sucesos de 1978. Esta vez no hubo necesidad de un juego de desempate, los patirrojos se apropiaron del título de su división este 20 de septiembre y aún cuando probablemente se tengan que volver a medir a los Yanquis en la serie divisional, al menos lograron un desquite parcial. A continuación un texto que escribí a partir de varios recuerdos de aquel primero de octubre.


  La noche cojeó sobre el neumático del chofer. Un olor a caucho quemado borró la carrera por el banderín del Este de la Liga Americana. El chofer dirigió el carro hacia unos matorrales aledaños a la carretera. Raimundo quiso ayudar con el caucho de repuesto. El chofer atravesó la barriga y levantó la mano.
  _Si quieres me ayudas a aflojar las tuercas.

  El caucho desinflado me trajo las transmisiones de la serie entre Yanquis y Boston de la primera semana de septiembre. Los Medias Rojas parecían los Osos Revoltosos, quizás Walter Matthau hubiese dicho que sus muchachos lo hacían mejor. Los marcadores de aquellos juegos me hicieron darle de puñetazos a la almohada y hasta al tronco de la mata de guayaba del patio. Todos los juegos se perdieron por más de 3 carreras. Cuando levanté el caucho para meterlo en el baúl del carro divisé en medio de la oscuridad un punto brillante donde varios pedazos de vidrio se hundieron en la goma. 

  Al pasar por Arenas, aproveché las luces y traté de sintonizar la emisora en el radio. Solo escuchaba un ruido de fondo. En el radio del carro solo sonaba música. Frente a la Ceiba de la entrada a Cumanacoa entró la señal de Noti Rumbos con las noticias de las seis de la tarde. Adherí la oreja a la corneta del radio. Raimundo tuvo que gritar para   despedirse.
   -Mira chico, mejor vas pensando que le vas a inventar a tu papá. Olvídate de ese equipo, si perdieron 14 juegos de ventaja seguro que perdieron este también.

   Seguí caminando por la calle Flores sin voltear a mirar.
En la esquina de la escuela la noticia salió del radio como puñal en la espalda. "…y en dramático juego realizado esta tarde en Fenway Park, el torpedero Bucky Dent sentenció a los Medias Rojas de Boston con un cuadrangular ante Mike Torrez en el séptimo inning  que puso a ganar a los Yanquis. Desde allí no perdieron la delantera a pesar de los esfuerzos de Carlton Fisk, Jim Rice, Fred Lynn y Carl Yastrzemski quien entregó el último out con un elevado a la tercera base…"

   Mis pasos tropezaron varias veces con la penumbra del crepúsculo. Una ráfaga de viento entró por mi camisa como un bloque de hielo. Miraba hacia el cielo buscando el azul de la capa de ozono pero solo respiraba vapores espinosos. El parasol de cajas de cartón que había improvisado a un lado del tanque de agua no sería mi refugio preferido las próximas tardes. Subiría al techo de la casa, pero sin la misma emoción de escuchar los nombres de Fisk, Yastrzemski, Eckersley, Evans y compañía. Sería inevitable imaginar como jugarían los Medias Rojas en el playoffs.

  Detuve mis pies en la esquina antes de llegar a casa. Quería que llegase pronto abril para ver a los Medias Rojas desquitarse de los Yanquis. La idea de ver a los Mulos de Manhattan en el lugar que debían ocupar   los Patirrojos borraba por completo los gritos de Papá llamándome desde el portal. Si sólo a Luis Tiant le hubiera tocado lanzar uno de aquellos juegos de septiembre a esos Yanquis.

 A cada paso que daba hacia la casa me parecía avanzar a más velocidad de los 100 kilómetros por hora que rodaba el camión. Mis pies resbalaban en la plataforma. Aunque sentí un estallido en el pecho cuando pasó el carro de Papá lo que permanecía en mi corazón eran los catorce juegos que los Yanquis se habían quitado de encima para dejar en el camino a los bostonianos.
  Entré a la casa con la mirada en el piso. Tío Miguel me indicó que Papá me esperaba en la oficina. Había cierta dureza en sus mejillas. Quiso detenerme pero ya había empuñado la manilla de la puerta.
Papá sacaba unas cuentas en la máquina sumadora. Un estornudo detuvo su tecleo.
  -¿Te diste cuenta de la imprudencia que cometiste?
  En mis oídos todavía resonaba la campanita de Noti Rumbos antes de la noticia de la derrota de los Medias Rojas. Bajé la mirada. Papá apagó el cigarrillo. Sus manos apretaron los dedos hacia arriba, parecían llamas ardientes que llegaban hasta sus ojos. Una andanada de venas brotadas inundaron su frente. Por su cuello corrían Orinocos de sudor. Dio dos manotazos sobre el escritorio que me hicieron parpadear. Bajé la mirada. Escondí mis ojos en el último rincón  de la oficina. Miraba mis zapatos. Sobre el piso de granito aparecían los dibujos metálicos de la plataforma del camión. Resbalaba en cada curva. Me aferraba al radio en medio del deslizamiento. La voz de Papá quemaba el aire de la oficina, la tensión subió la temperatura de mis ojos. Quería hablar. Papá arremetía con trompetas en la voz.
  Dos lágrimas asomaron en mis pestañas. La voz de papá viajaba simultánea con la pelota atrapada en el guante de Graig Nettles. Papá gesticulaba y acentuaba las palabras cuando hablaba del camión y la facilidad con que una persona puede salir despedida de su plataforma al mínimo frenazo. Me llevé las manos a la boca varias veces. La pelota rebotaba contra todas las paredes. El concierto de percusión se extendía. Abría los ojos y desviaba la mirada hacia la confluencia de las paredes con el piso. Papá dibujaba una y otra vez   como me pude haber caído de la plataforma del camión. Mis manos pasaban sudorosas sobre mi frente, el jonrón de Bucky Dent seguía estallando entre mis sienes. 
La brisa fría de la carretera seguía pinchando mi rostro en medio de la cinética de la vegetación. Papá subía la voz y saltaba de la plataforma del camión a la oficina. Seguía insistiendo en saber como fue que decidimos montarnos en aquel camión. Mis ojos solo llegaban hasta las rayas de cal del estadio donde los Medias Rojas acababan de ser eliminados por los Yanquis.

Los  pasos de papá alrededor de la habitación terminaban en explosiones de regaño. Para mí eran sólo chasquidos en medio de la desolación del Fenway Park. El desagrado de Papá aumentaba. En un momento me estremeció por los hombros. Me anunció que pasaría una semana sin la mesada de dos bolívares diarios. Sentí varios aguijones en los ojos. Guarecí el mentón en mi pecho y agarré el pomo de la puerta. Papá se levantó de su silla. Quiso acercarse pero abrí la puerta y salí disparado hacia el porche. En mi mente sintonizaba una y mil veces el radio de cubo negro para ligar el jonrón de Yastrzemski en el noveno inning. Siempre terminaba bateando ese mísero elevado al cuadro.
Papá quiso tranquilizarme al ver como me senté en la acera con la cabeza entre las manos
_Vamos. No es para tanto. Todos cometemos travesuras a tu edad y después nos reponemos. 

Mi frente continuaba aferrada a mi antebrazo derecho. Si pero de seguro él no se había antojado de seguir a un equipo que perdiera una ventaja de 14 juego como los Medias Rojas. Reponerse iba a costar 6 largos meses hasta la llegada de abril. Mientras tanto había que aguantar el temporal de los yunquistas.

 Aquella noche sólo recé una oración "¿Por qué Bucky Dent se tenía que antojar de dar jonrón hoy?".
  Papá levantó la mirada y respiró profundo. Dio dos palmadas en mi espalda y regresó a la oficina.
  -No te vayas a quedar mucho tiempo aquí.

 Ahora el camión corría más rápido, el radio sonaba a toda la voz de Buck Canel. Cada curva casi sacaba al camión de la vía. Mis pies permanecían clavados sobre la plataforma, en busca del inning del jonrón para repetirlo y darle otra oportunidad a Mike Torrez.
   Un rumor de ráfagas zumbaba en la cola del camión. Me aferré al techo de la cabina. El impacto de varias gotas me hizo voltear. Papá me alzó por los hombros. Le pregunté por qué se trabaja tanto por algo para perderlo todo al final. Papá sacudió el agua de mi camisa. Me dijo que tenía media hora viéndome desde la oficina.
    -Lo que pasó, es pasado. Ahora debes seguir adelante. Claro, debes corregir los errores.
   Desde la plataforma del camión trataba de mirar el dugout de los Medias Rojas ¿Estarían pensando en el jonrón de Bucky Dent? ¿Discutirían como harían la próxima temporada para contener a los Yanquis?
  Me fui hacia el cuarto con la cabeza entre los hombros.
  La fotografía en el periódico me hizo detenerme en la acera bajo el sol matinal. Carl Yastrzemski en el dugout de los Yanquis felicitando a Reggie Jackson luego del juego. Doblé el periódico y lo metí debajo del brazo. Las piedrecillas volaban al contacto con la punta de mis zapatos. Después de tirar el periódico en el rincón más alejado del cuarto, empezaron a aparecer imágenes más serenas en mi mente. Yastrzemski debía tener mucho carácter y autoestima para entrar al dugout de sus vencedores y reconocerles sus méritos luego de una larga batalla de seis meses. 

Las próximas dos semanas olvidé por completo los trámites para ingresar a la Universidad. En mi mente solo ebullía el eco del último out a manos de Graig Nettles. Un mediodía el niño de enfrente jugaba con unos globos de helio. El estruendo de un camión vacío sobre la batea de la calle dibujó lágrimas en la cara del niño. Los globos volando sobre la plataforma del camión destaparon mis oídos para escuchar un radio que decía: "La semana entrante vence el plazo para enviar los papeles al CNU". Me levanté sin dejar de mirar la plataforma del camión. En otras noticias decían que Boston había cambiado al lanzador Bill Lee a los Expos de Montreal.
 Mientras sacaba los papeles de bachillerato de una carpeta regresó a mi mente aquella serie de cuatro juegos en septiembre. "Si al menos Bill Lee hubiese lanzado uno de esos juegos". Salí a la calle para ver si veía al camión solo quedaba el resplandor meridiano. Los globos flotaban muy altos sobre la calle.

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