La muerte de dos beisbolistas recuerda el dolor de la realidad venezolana.
Ráfagas de escalofríos erizaron del más despiadado granizo mi conciencia. Empezaba a revisar las noticias en un cyber-café, cuando escuché a la persona del lado comentar los nombres de José Castillo, pelotero de varias posiciones, a quien apodaban “El Hacha” por su gran habilidad con el madero, quien esta temporada 2018-19 había alcanzado los mil imparables para convertirse en el octavo jugador en alcanzar esa marca en la liga venezolana de beisbol profesional; y Luis Valbuena también pelotero polivalente de gran poder al bate con destacadas actuaciones en LVBP y las grandes ligas, ambos integrantes de Cardenales de Lara, ambos fundamentales en la zona intermedia de la alineación, ambos con gran ascendencia en el dugout de los pájaros rojos. Cuando percibí las palabras “carretera”, “atraco”, “desgracia”, empecé a buscar en internet. Allí estaba de nuevo la cruda, cruenta y cruel realidad atenazando mis costillas hasta estrangularlas, la foto de ambos peloteros parecía enviar un mensaje de auxilio desde sus sonrisas enmarcadas en un campo de beisbol, ya no volverían a un diamante beisbolero, ya no volverían a ver a sus seres queridos, les habían quitado lo más esencial que posee un ser humano: la vida.
Estuve un buen rato anestesiado, impactado, asfixiado por la noticia. Si, eso ocurre a diario en Venezuela, solo que hasta que nos toca de manera cercana (en mi caso, he seguido los deportes y el beisbol de manera tan obsesiva por tantos años que los atletas forman parte de una familia invisible que llevo en mis afectos), no terminamos de aterrizar en donde vivimos, en que degeneró el país que alguna vez fue, que Venezuela dista mucho de ser aquella de hace treinta, cuarenta, cincuenta años. Hacía unos instantes intercambiaba puntos de vista con un conocido acerca de porque no pensaba ir a votar en eso que llaman “elecciones” y pensaban efectuar el 9 de diciembre. En algún momento le escribí que saliese de su burbuja, que entendiera que Venezuela no es un país normal, que unas verdaderas elecciones necesitan de cierta cantidad de condiciones que aquí no existen porque desaparecieron bajo la gestión de veinte años de tiranía. Cuando me dijo que no ir a votar era dar un salto al vacío, lanzarse en los brazos de la guerra, que si yo sabía lo que significaba una guerra, le respondí: “Si por un momento te dignaras en buscar las cifras de muertos provocados por muchas guerras convencionales en mucho menos de veinte años, te vas a llevar muchas sorpresas al compararlas con los guarismos de niños, mujeres y jóvenes fallecidos durante estas dos décadas ante el hambre, la enfermedad y la inseguridad”. Quise seguir argumentando mi posición, de pronto sentí un calambre en el brazo derecho y respiré profundo.
Entonces empieza una película en retrospectiva, los últimos momentos que se recuerda de los desaparecidos en vida, el dolor de los familiares, la desesperación de los compañeros de equipo, la tristeza de la directiva. En particular siempre sentí un gran respeto por ambos jugadores, tanto Castillo, como Valbuena siempre fueron peloteros que lo dejaban todo en el terreno, que en cualquier momento podían ganar un juego con el prodigio de sus bates y aunque su defensiva apenas rozaba el promedio, el empeño y el pundonor los llevaba a realizar jugadas relevantes al campo. En cualquier momento Valbuena podía acercar o poner a ganar a Cardenales con un jonrón y Castillo les podía entregar la victoria con un sencillo decisivo en el cierre del noveno inning. En la radio comentaban que en el último juego ante los Leones del Caracas, Castillo había bateado de 4-3 y en sus últimos dos juegos tenía seis imparables. El último turno de Castillo ante el incómodo Miguel Socolovich, se las ingenió para despacharle imparable al jardín izquierdo. Valbuena había bateado un rodado por primera para entregar el out en su inesperado turno final. Así de fugaz es la vida, así de atravesada puede ser la muerte, así de pronto te puedes quedar atónito ante las fauces de una realidad.
Luego de terminar el juego Lara-Caracas, los peloteros se ducharon, se vistieron y se dispusieron a regresar a Barquisimeto. Algunos en vehículos particulares, la mayoría en el autobús del equipo. Castillo y Valbuena habían viajado con el tercera base Carlos Rivero en su camioneta desde Barquisimeto, para realizar unos trámites personales en la embajada estadounidense. Cuando se aproximaba la media noche, ambos peloteros subieron al asiento trasero de la camioneta. Tanto el chofer como Rivero se ajustaron los cinturones de seguridad. Castillo y Valbuena prefirieron ir sueltos ya fuese para reposar o conversar con más libertad. Salieron al frente de la caravana, detrás venían otros vehículos de otros peloteros y más atrás el autobús escoltado por oficiales de seguridad. Ya habían salido de la autopista regional del centro y se encontraban en la vía Yaracuy-Lara, lugar por demás recargado de amargas historias para quienes transitan las carreteras venezolanas, todas ateridas de huecos, todas invadidas de malandros. Un objeto de ciertas dimensiones aparece en la visual del chofer cuando era inevitable el impacto, los malandros cubren las piedras con telas oscuras a fin de sorprender al más atento conductor. La inercia del frenazo y la contundencia del impacto sacaron a la camioneta de la via. Castillo y Valbuena salieron disparados a través de las ventanillas y murieron casi instantáneamente al rodar por el descampado, quizás heridos por los vidrios, quizás desgarrados por objetos contundentes de la intemperie. Rivero y el chofer quedaron suspendidos de los cinturones dentro de la camioneta volteada.
En medio de ese desespero, del dolor de sentir como perdían la vida, Castillo y Valbuena percibieron las sombras furtivas de varios elementos que les registraron los bolsillos y luego también se metieron en la camioneta para tomar lo que no les pertenecía, lo que los peloteros habían ganado con el sudor de su frente. No puedo dejar de pensar en el título de una novela de Miguel Otero Silva: “Cuando quiero llorar no lloro” o en otra de William Faulkner: “Mientras agonizo”. También me viene a la mente una escena de la película “Ghost. La sombra de un amor”, cuando mueren el malandro de la calle y el de cuello blanco, entonces aparecen unos monstruos negros que arrinconan sus espíritus y los acechan hasta devorarlos.
Minutos después llegaron los otros vehículos y el bus del equipo. La adrenalina más amarga y punzante inflamó los ojos de los compañeros de equipo. Todos gritaban y sollozaban los nombres de Castillo y Valbuena. Corrieron a auxiliarlos, pero era demasiado tarde, el bien más preciado de todo persona les había sido arrebatado por la violencia en otro episodio propio de veinte años de tiranía. Este tipo de suceso ocurre a diario en las carreteras y otros ámbitos venezolanos, y solo en casos como este, cuando se trata de personajes públicos, se conoce del hecho. Cuando los afectados son venezolanos comunes, toda la información pasa por debajo de la mesa entre el miedo de la autocensura y la conveniencia de la tiranía.
El laberinto emocional que han debido padecer los directivos del equipo, primero para informar a los familiares, luego para acompañarlos a la morgue a reconocer los cuerpos de los peloteros, es una geografía intrincada, tortuosa, desgarradora que nadie quiere transitar en ningún momento. Son punzadas lacerantes que tasajean tu alma en trocitos hasta inundar todo el cuerpo en llanto. Solo muchos minutos después recuperas un poco la calma, levantas la mirada, te imaginas lo que hubiesen deseado Castillo y Valbuena. Redoblas las palabras de aliento, los abrazos, el apoyo incondicional, aunque sabes que es un dolor muy grande que ni siquiera el tiempo aplacará. En su mente se borraron los dos próximos juegos de Cardenales de Lara, en ese momento no hay mente, no hay disposición, mucho menos ánimo para afrontar un juego de pelota. Cuando los periodistas les preguntan si obligarán a los peloteros a viajar en el bus del equipo, responden con afirmaciones entrecortadas. Hay experiencias de equipos de futbol profesional atracados en el bus y dejados desnudos en medio de la vía. Quizás están más ganados para descansar en un hotel después del juego y emprender el regreso a casa al amanecer.
Valbuena venía de tener una temporada no muy buena con los Angelinos de Anaheim, aún así había devengado un buen salario como para no tener necesidad de jugar en LVBP. Desde el primer día de la temporada se presentó a las prácticas de Cardenales y anunció que iba a jugar porque quería ganar el campeonato para su equipo que no gana un título desde 2001 y ha perdido las dos últimas finales. Un gesto que muestra el cariño, el pundonor, la entrega del pelotero con su equipo de toda la vida. Hace poco lo vi conectar un jonrón ante el Magallanes justo en el inning siguiente de cuando los Navegantes se había ido al frente 2-0. Ese tipo de pelotero voluntarioso que puede levantar a un equipo con sus palabras y acciones en el terreno de juego.
Castillo había llegado a Cardenales vía cambio en el período entre temporadas. Se ha dicho y contado muchas historias de él. Sin embargo cuando se habla con sus compañeros solo se escuchan palabras de agradecimiento, respeto y consideración por su responsabilidad, solidaridad y disposición a trabajar con los peloteros jóvenes. Recuerdo haber leído en el periódico alguna vez, que Castillo había salido del Caracas porque se atrevió a reclamarle a la directiva el despido de Henry Blanco. Así de consecuente con sus compañeros era.
“Extrañaré la sonrisa contagiosa de Luis y su amor incondicional por sus compañeros y por supuesto la potencia de su bate”, dijo el manager de los Astros de Houston A,.J. Hinch en una declaración. “Fue una gran persona estando en nuestro equipo y también en otra divisa”.
Valbuena bateó .226 con 114 jonrones en 11 temporadas con los Angelinos de Anaheim, Marineros de Seattle, Indios de Cleveland, Cachorros de Chicago y Astros de Houston.
En LVBP bateó para .280, 197 carreras empujadas, 42 jonrones en 11 temporadas con Cardenales de Lara.
Castillo jugó cinco temporadas con los Piratas de Pittsburgh, Gigantes de San Francisco y Astros de Houston. Bateó para .254 con 39 jonrones.
En LVBP bateó para .303, 555 carreras empujadas, 90 jonrones en 19 temporadas con Leones del Caracas, Bravos de Margarita, Caribes de Anzoategui, Tiburones de La Guaira, Tigres de Aragua y Cardenales de Lara.
Luego aquel dolor traspasante, gélido, brutal que cruza las bases del cuadro interior del estadio Antonio Herrera Gutiérrez de Barquisimeto, las tribunas repletas y el alma en vilo, la alegría de ver a sus héroes estrellando la pelota contra la pared, trastocada por un nudo infinito en la garganta que revienta en lágrimas infinitas durante un inning interminable que arranca la piel y destroza las costillas al comprobar con desolación el paso fúnebre de los ataúdes sobre las almohadillas que tanto recorrieron en tantas victorias cardenaleras.
Tal vez una de las reflexiones más profundas la expresó el locutor Alfonso Saer en una nota: “Circulan por la memoria de tercera edad ráfagas de bonitos recuerdos, retozos vibrantes. Mi narración del hit 1000 de quienllamaban “el hacha”, y tantos jonrones --- siete este año --- del zurdo que estremecía los graderíos con sus tablazos ganadores. Cuando escriba el próximo lineup haré una pausa en los turnos del medio y me provocará colocar allí sus nombres, Luis y José. Alguien ocupará esas casillas, ley de vida, pero ustedes nos harán falta, mucha falta”.
Un aficionado que fue al juego del jueves seis en el estadio de la UCV, dijo que había presenciado como Castillo, con ese carácter amistoso y humorístico, había visitado el dugout de su antiguo equipo (Leones) y por un momento le quitó el bate a Harold Castro, entonces le dijo: “Con este bate voy a dar mi hit 2000”.
Alfonso L. Tusa C. 08-12-2007.©
Fuentes:
Ex-major leaguers Valbuena, Castillo die in Venezuela crash. Fabiola Sanchez, Associated Press. Friday, December 7, 2018
Turno final. Deporte Larense. Alfonso Saer. 07-12-2018.
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