sábado, 13 de julio de 2019

UNA RUMANA CAMPEONA EN WIMBLEDON

Recital de Simona Halep

para ganar su primer Wimbledon


Se había ganado otra oportunidad de igualar a la más grande, de lograr ese ansiado título de Grand slam número 24 para corroborar que es la mejor de la historia un poco más. Pero a Serena Williams, 37 años, se le presentó una Simona Halep soberbia, alejada de aquella que temblaba en las grandes finales, con un recital de tenis con el que empequeñeció a la estadounidense. Es la rumana, 27 años y 7 del mundo, quien celebra en la hierba su primer título de  Wimbledon, por tenis, por mentalidad, por todo. Pura exhibición.
Se juntaban dos tenistas con hambre, dos estilos muy definidos pero igual de efectivos. Dos jugadoras habituadas a los grandes escenarios porque ya habían sido capaces de alcanzar esta última ronda en varias ocasiones: cinco para la rumana, 32 para la estadounidense. Pero hambre por hambre, Halep tuvo más.
Halep, escurridiza tenista con un repertorio de tenis de manual, sabía muy bien que a Williams le iban los partidos cortos, puntos directos y sin demasiados contratiempos. Y ofreció un abanico de ritmos para desequilibrar de entrada a la estadounidense, roto su servicio en el primer juego porque a piernas no le gana nadie a la rumana.
Y tampoco a saque, pues cumplió con el suyo para certificar que tenía ganas de romper ese maleficio que la persigue: ese miedo incontrolado a fallar en el momento más inoportuno. Mucho más férrea de mente en este Wimbledon, todavía amplió más la ventaja con un segundo break que la encaramaba hacia el éxito. En apenas tres juegos, cinco golpes ganadores. Ayudó Williams, desestabilizada porque no le permitían jugar e su zona de confort, siempre detrás de la pelota que enviaba con saña la rumana. En apenas tres juegos, siete errores no forzados, incomodísima la estadounidense sobre el verde. Halep, a lo suyo, confirmó la segunda rotura con un ace. Recital de la rumana en solo doce minutos.
Ante el chaparrón, despertó Williams, dos finales perdidas desde su último Grand Slam, en Australia 2017. A los trece minutos, su primer juego a favor. Eso sí, en blanco. Y para confirmar que no iba a dejarse ni un gramo de esfuerzo en conseguir el número 24, se fue a volear para meter presión a la rumana: buenísima dejada.
Pero a esta Halep se le tenía que ganar varias veces para doblegarla. No se dejó intimidar por ese primer juego en blanco y continuó con un recital precioso de golpes ganadores, defensas imposibles y serenidad. A los 26 minutos, 6-2 y la mirada puesta en el suelo porque todavía no había ganado nada. Sí el respeto de su rival, inestable ante las contestaciones más que respondonas de la rumana, que neutralizaban los efectos de unos disparos de furia y rabia porque nada estaba saliendo según el guion. Para Williams se desfiguraba el título número 24 entre fallos por tener que tomar demasiados riesgos y respuestas vertiginosas de Halep, encantado el público porque el partido era un festival de buen juego y velocidad, punto precioso tras otro, de dos rivales que jugaron a su estilo y no escondieron nada.
«Wake up, Serena», gritaban desde la grada. Y con su primer punto del segundo set, un grito desgarrador de la estadounidense. Una mezcla de rabia y de amenaza porque a partir de ese momento también subió los decibelios de sus gritos. Casi enmudeció en los suyos a Halep, pero la rumana tenía tenis para contestar.
Apretó los dientes, consciente de que la presión de Williams podría ser un factor que afectara a su serenidad, como ya ocurriera en otras finales. Afianzó su juego y defendió con un poco más de tensión, aunque con confianza. Como para defenderlo todo, con tino y acierto. Para atacarlo todo, con motivación y peligro. Para evadirse de la presión y mandarla, con su derecha y su revés soberbios, al otro lado de la red. Donde Williams volvía a tropezar con su única estrategia: golpes duros que no desbordaban a la rumana. Antes al contrario, comenzaron a pasarle factura en su mente, con las dos finales perdidas anteriores, con esta que se ponía muy cuesta arriba cuando los buenos intentos por desequilibrar a la rival se convirtieron en un tormento porque tenía que tomar muchísimos riesgos. Tantos como para que un revés con demasiadas ganas se marchara por la línea de fondo y se convirtiera en un break para Halep. Un impulso que la rumana no desaprovechó.
Porque, contraria a otras veces, la número 7 del mundo no perdió de vista en ningún momento su estrategia, su mirada enfocada en ese título que nunca había tocado. Hizo lo que sabe hacer, y muy bien, desde el fondo de la pista, sin inventar nada que no la hubiera llevado hasta este último día de Wimbledon. Dejó que la estadounidense se desahogara con su servicio, apretó cuando vio que la rabia nublaba a su rival y se llevó de premio otro break.

Definitivo y contundente, como todo su tenis estas dos semanas de gloria. Halep se arrodilló con el último error de su rival, que acumuló 25, y se llevó las manos a la cabeza. Campeona de Wimbledon, en su primera final sobre la hierba, y con una exhibición sobre Serena Williams.

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