viernes, 16 de diciembre de 2022

GRIEZMANN, EL CHISTE ERAN LOS OTROS por IÑAKO DÍAZ-GUERRA El Mundo / MADRID

     


Griezmann celebra el pase a la final.Tolga BozogluEFE


Dentro de unas décadas, le contaremos a cualquier joven la historia de Griezmann y no entenderá nada. Antoine está a una victoria de ganar su segundo Mundial siendo uno de los tres mejores del campeonato en ambas ocasiones. Eso no es ser grande, es ser legendario. Hace apenas dos meses y medio, Griezmann era un gag recurrente, un meme de Twitter, una estrella bajo sospecha que aguantaba en cada partido la humillación de salir en el minuto 60 porque dos clubes, Atlético y Barça, consideraban que no valía ni su precio ni su sueldo.

Tanto espantaba a Gil Marín soltar los 40 millones que costaba que forzó a Simeone a utilizar a su mejor jugador como a un suplente raso. Tanto horrorizaba a Laporta que volviera y tener que pagarle el sueldo que sucumbió a tan zafia presión y bajó a la mitad su precio. El Atleti lo compró por 20 millones que ahora se antojan ridículos... porque lo son.

Durante aquel escarnio público, Griezmann demostró de qué pasta está hecho. Muchas veces se ha dudado de él por prejuicios casposos (que si el tinte, que si los bailes...) y por decisiones discutibles fuera del campo. Es imposible gestionar un cambio del club peor de lo que lo hizo él con su marcha al Barça. Logró lo nunca visto: cabrear tanto a los que abandonaba como a los que le recibían. Su carrera como azulgrana nació muerta y complicó mucho más de lo necesario, en el plano sentimental, su regreso al Atlético. Pero sus errores, provocados por su sentido lúdico de la vida y no por esa mezquindad tan frecuente en este mundillo, jamás han tenido reflejo en el césped. No hay figura más comprometida una vez se calza las botas que Griezmann, la estrella con alma de obrero.

Aguantó el chaparrón de las suplencias sin una mala cara, pese a que podía amenazar el Mundial. Recuperó un nivel que llevaba tres años sin mostrar entre mudanzas y tumultos. Trabajó y calló. Se ganó el perdón del Metropolitano con hechos y en Qatar ha gritado al mundo que sigue siendo un futbolista descomunal.

El mejor futbolista, mientras pueda caminar, siempre será Messi y el más desequilibrante es Mbappé, pero el que mejor está jugando al fútbol es Antoine Griezmann. Los matices son importantes. Todo en Francia gira en torno a él, como ya sucedió en Rusia hace cuatro años. Es defensa a la hora de perseguir, centrocampista cuando toca organizar, extremo si el partido pide un centro lateral, mediapunta para crear entre líneas y delantero en cuanto pisa el área. Es muchos futbolistas en uno y todos son excelentes. Su Mundial es un escándalo.

Hace dos meses y medio, Griezmann era un chiste. O eso pensábamos. En el Mundial nos ha explicado que el chiste eran los demás: los que le humillaban, los que se reían y los que le jubilaban. Él sólo era lo que siempre ha sido: un tipo decente, un profesional ejemplar, un futbolista para la historia.

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