¿De qué otras maldades sería capaz el FC Barcelona solo para no dejar de ser el bueno?
Durante casi 20 años, el Barça supo acompasar una salmodia moralizante sobre el fútbol con los pagos al número dos del Comité Técnico de Árbitros. Atiéndase al hecho musical de que cuanto más dulzón era el timbre y mayor era la intensidad de la prédica, más elevado era el ingreso mensual que percibía el trencilla -todos los árbitros tienen nombre de personajes de Mortadelo- Enríquez Negreira. Por alguna razón, Joan Laporta consideró que la complicidad del árbitro era más valiosa para el club que lo que el club le había reconocido hasta entonces y le cuadruplicó el sueldo. Seguramente era la misma razón por la que Enríquez Negreira dejó de percibir su asignación en el mismo momento en que dejó de ser el vicepresidente del Comité Técnico Nacional de Árbitros (CTNA). Fue útil, más útil de lo que supusieron cuando lo compraron, y dejó de serlo.
Volvamos sobre la partitura. Con la actualización de su salario, la salmodia se fue haciendo más frecuente y atronadora. El Barça ya no jugaba al fútbol, sino que oficiaba un apostolado, cuyo testimonio más salvífico era que la victoria solo podía ser una consecuencia subsidiaria del buen juego. Había una ortodoxia y, por tanto, había herejías. El buen juego era el magreo del balón y no la pegada brutal de los atletas, esa grosería. Era pesadísimo. Y eso que no sabíamos entonces que, para garantizarse que además de subsidiaria la victoria fuera una consecuencia inevitable del buen juego, la directiva estaba haciendo una tramposa inversión anual. Ocurre que las causas sagradas no solo se defienden mediante la oración.
Enríquez Negreira recibía ingresos sin publicidad y sin que mediara un contrato. En otras ocasiones, el sostenimiento de la virtud dependió de forma más explícita de un pacto con el mal. El carácter faustiano del Barça era tan evidente que hasta lo llevó estampado en la camiseta; durante aquella temporada en que, justo en pleno pico de intensidad de la salmodia, sus futbolistas jugaron emparedados entre Unicef y Qatar Foundation. Delante, la infancia; detrás, la satrapía, en un diseño que compendiaba un estado moral. Conocido lo que hoy conocemos, la pregunta no es cuántos clubes habrán cometido maldades similares, como hacen los que pretenden exculpar al Barça cubriendo a los demás de insidia. La pregunta es: de qué otras maldades sería capaz el FC Barcelona solo para no dejar de ser el bueno.
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