domingo, 30 de julio de 2017

ALFONSO TUSA Recordando a Tony Conigliaro

Recordando a Tony Conigliaro

Would Tony Conigliaro have been the difference in the 1967 World Series? (via Tom Vivian)
Editor’s Note: To read this story in English, click here.
Los latidos de mi corazón parecían las cuchilladas de un atracador. Me quedé petrificado cuando vi aquel ejemplar viejo de la revista Street and Smith de inicios de la década de 1990. En la portada se anunciaba un artículo sobre el equipo del “Sueño Imposible” de 1967. De inmediato le pedí al encargado del puesto de revistas que me permitiera un par de minutos para ver ese artículo. La tembladera de mis manos casi provocó que se me cayera la revista. Ahí estaba, los hechos, la épica, la emoción de aquellos muchachos cardíacos. Uno de los párrafos recreaba un juego del 15 de junio de 1967. Gary Waslewski abrió por los Medias Rojas, Bruce Howard por los Medias Blancas. Waslewski solo permitió seis imparables en los primeros nueve innings. Howard siete imparables en siete inningsHoyt Wilhelmrelevó a Howard y mantuvo blanqueados a los Medias Rojas hasta el noveno inning. Entonces el juego se fue a extrainning.
Yo no podía creer que tuviera en las manos tal documento, tal testimonio, tal retrato de lo que siempre había imaginado cuando era niño en 1967. Aunque ignoraba muchas cosas del beisbol, podía sentir la pasión de mis hermanos cuando hablaban de los Medias Rojas de Boston que hacían pasar momentos difíciles a todo el mundo en la Liga Americana, mientras todos los días, semanas y meses, los expertos esperaban que todo volviera a la normalidad y ese equipo regresara al sótano de la liga, donde había permanecido muchos años. Pero mis hermanos y después yo empezamos a aupar en secreto por ese equipo, por sus muchachos cardíacos, por su Sueño Imposible. Llegamos al extremo de hablarle al radio, para reclamarle a los narradores que dejaran de mostrarse incrédulos ante los Medias Rojas, porque ellos eran de verdad.
Sabía muy poco de beisbol, yo pasaba la mayor parte del tiempo volando aviones de papel, moneando árboles de mango, guayaba y guanábana o corriendo detrás de los camiones cargados de caña que iban hacia el central azucarero, para halar algunas varas de caña de azúcar, disfrutaba mucho arrancar la concha de la caña con los dientes y saborear el dulce jugo. Pero pasaba momentos muy duros con las operaciones aritméticas de tercer grado. Mamá me quitó los aviones de papel, las escaladas a los árboles y las carreras detrás de los camiones de caña de azúcar. Desde las dos hasta las seis de la tarde, me obligaba a estudiar matemáticas y las otras asignaturas. Me sentía como un prisionero en una cárcel de alta seguridad. Después de cenar tenía que mostrarle a mamá la tarea que me había ordenado. La única esperanza de  fuga que podía palpar desde  el escritorio y los cuadernos era la lejana conversación de Felipe y Jesús Mario. A pesar de no saber nada de beisbol, podía sentir la emoción de ellos, su dinámica, su suspenso por el juego de esa noche. En pocos segundos supe que ese sería mi vehículo hacia la libertad. Hasta podía escuchar el radio que Felipe colocaba en un rincón de la habitación.
En el décimo inning, Ron Hansen descargó imparable hacia el jardín izquierdo, y Al Weis sonó otro sencillo en la misma dirección. Ed Stroudentró al juego como corredor emergente por Hansen. Leía el párrafo poco a poco para digerir mejor el momento. John Wyatt relevó a Waslewski. Stroud fue puesto out en tercera base del catcherRuss Gibson al tercera base Joe FoyPete Ward entró como bateador emergente por Jerry McNertneyy Wyatt lo ponchó. Dick Kenworthy emergió por Wilhelm y Wyatt también lo ponchó.
Volví a sentir el estruendo en mi pecho cuando lei lo que ocurrió en la apertura del undécimo inning. El encargado del puesto de revistas empezó a reclamarme que devolviera la revista al lugar de donde la había tomado. Se quejaba de mi falta de respeto, de que ese era su negocio, si quería leer la revista, tenía que comprarla. Yo estaba tan inmerso en la lectura, tan metido en el juego, que todo lo que oía era que Walter Williams había bateado un doblete al jardín izquierdo.
En un segundo estuve de nuevo en 1967, mirando como mis hermanos bajaban el volumen del radio cada vez que la situación se ponía difícil para los Medias Rojas. El próximo bateador era Don Buford, soltó un roletazo hacia primera base, George Scott atrapó la pelota y lo hizo out, mientras Williams llegaba hasta tercera base. Respiré profundo, noté la severa expresión en el rostro del encargado del puesto de revistas y seguí leyendo. Wyatt ponchó a Tommie Agee.  Mis hermanos saltaron y le pidieron el tercer out a Wyatt. Ken Berry despachó imparable impulsor a la derecha y despues fue out tratando de robar segunda base, de Russ Gibson a Rico Petrocelli. El tipo del puesto de revistas me llamó la atención por la manera como estaba apretando la revista.
Estuve como dos minutos tratando de alisar  las páginas ajadas, mi vergüenza  con el encargado era tan grande como mi emoción por rememorar lo que ocurrió en el juego.
Aquella noche finalmente había realizado  satisfactoriamente los ejercicios de matemática que mamá me escribió en el cuaderno. Cuando llegué a la habitación oi a papá haciéndole preguntas a Felipe sobre química de tercer año de bachillerato. Al fondo del cuarto, Jesús Mario terminaba una tarea de matemática. Papá les dijo que iba a regresar para asegurarse de que estuvieran estudiando. Así que para escuchar el juego entre los Medias Rojas y los Medias Blancas, Felipe me pidió que me asomara en la puerta para que les dijera cuando papá estuviese de vuelta. Mientras tanto sintonizaron la emisora del juego. Esa noche fue difícil sintonizar el juego. Había mucha interferencia electrostática. Cuando Felipe por fin logró colocar el radio en el lugar donde se escuchaba bien la transmisión, Jesús Mario levantó la voz: “Déjalo ahí, ese es el lugar…ahí se escucha muy bien”.  Me distraje recordando mis carreras tras el camión de caña de azúcar y papá apareció como un monstruo. “¿De qué lugar están hablando ustedes?” Eso significó tiempo adicional de estudio para mis hermanos. Felipe me miraba con ojos de pocos amigos. Jesús Mario apretó los labios y me dio la espalda cuando traté de acercarme. Esa fue la primera vez que estuve despierto hasta tarde en la noche. Quería disculparme con mis hermanos pero ellos estaban muy molestos conmigo. La única palabra que recuerdo que ellos dijeron luego de terminar la tarea escolar fue “extrainning”. Tan pronto como encendieron el radio se sorprendieron de que los Medias Rojas todavía estuviesen jugando. La emoción, la euforia que experimentaron cuando el narrador empezó a gritar: “…es un batazo alto, largo, inmenso, enorme hacia el monstruo verde…la bola se va…se vaaa…” Empezaron a saltar sobre el colchón y me halaron para celebrar con ellos. Toda su molestia conmigo se había borrado mágicamente. Seguí escuchando la radio, trataba de entender la excitación del narrador, de descifrar los gritos de Felipe, de conectarme con la alegría de Jesús Mario.
En el cierre del undécimo inning, John Buzhardt retiró a Carl Yastrzemski con elevado a Williams en el jardín derecho. También hizo el segundo out al obligar a George Scott a batear una línea de frente a Tom McCraw en primera base.
Casi cerré la revista y me fui del puesto de revistas. Entonces recordé, “Espera…es 1967…este es el equipo del Sueño Imposible”. El imparable de Joe Foy hacia el jardín izquierdo me mantuvo pegado a la revista. Sospechaba que algo inesperado iba a ocurrir.
La imagen de esa noche bostoniana me impresionó con su colorido. Las luces de Fenway Park quemaban las esquinas de las páginas. Solo quienes han vivido un extrainning en Fenway Park saben de la atmósfera que trato de describir. Un mar de brazos levantados y gritos burbujeando sobre miles de camisas y gorras. Todo eso flotaba sobre el entorno verde desde los jardines hasta el cuadro interior.
Sin importar cuanto carraspeaba o zapateaba el tipo del puesto de revistas frente al mostrador, yo seguía sumergido en el fondo de aquel extrainning. Sentía una mezcla de  esencias de alcanfor y cerezas agitándose sobre el dugout de tercera base.
Tuve que agarrar y halar la revista como tres veces. El tipo estaba muy enojado. Hasta golpeó el mostrador cuatro veces. Así que saqué mi cartera y le pagué con un billete. Casi me sacó a empujones del puesto de revistas.“¡Esto no es una biblioteca. Anda a leer a otra parte!”
Mientras tanto yo miraba a la distancia, las palabras de la revista: Conigliaro…batazo largo…gigantesco…enorme…monstruo verde…increíble…jonrón para dejar en el campo…los Medias Rojas lo hicieron otra vez…sus compañeros lo llevan a hombros…es una noche inolvidable en Fenway Park…pasarán cien años y las personas siempre hablarán de Tony C  largando ese vuelacercas para vencer a los Medias Blancas 2-1.
Estuve sonriendo por el resto de ese día. No me importaba que las personas me miraran de manera extraña, como si yo fuese anormal. Esa revista me hizo recordar lo que mis hermanos dijeron aquella noche. “Este equipo de los Medias Rojas va en serio…van a ganar el banderín de la Liga Americana y la Serie Mundial…” Hasta yo los miré con ironía. Eso era insano. Todavía no se había cumplido ni la mitad de la temporada. Había mucho camino por recorrer.
A finales de septiembre tuve que reconocer que ellos habían acertado su pronóstico. Cuando terminó la Serie Mundial pensé por varios días que con Tony Conigliaro en la alineación, los Medias Rojas lo hubieran ganado todo. Mis hermanos me dijeron que Bob Gibson estuvo realmente imbateable. Pero seguí diciendo que con Tony C esa hubiese sido una Serie Mundial diferente. Y aún pienso así.
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jueves, 27 de julio de 2017

JESÚS ELORZA Goooool-pe a la corrupción.



Las autoridades de la Guardia Civil de España, realizaron una operación anticorrupción que afecta a la cúpula directiva de la Real Federación Española de Futbol. El juez Santiago Pedraz acompañado de los funcionarios de la Unidad Central Operativa de la guardia procedió a detener a Ángel María Villar presidente de la federación, su hijo Gorka Villar y al vicepresidente económico del ente deportivo Juan Padrón.
Las detenciones obedecen a supuestos manejos económicos del presidente de la federación y de su hijo en provecho de ambos y en perjuicio de las arcas de la organización deportiva. Juan Padrón, es señalado como el hombre encargado mantener un sistema clientelar de repartir dinero entre los delegados para asegurar el voto a favor de Villar en los procesos electorales y cobrar las comisiones ilícitas provenientes de las negociaciones de campañas publicitarias de ropa deportiva. Las investigaciones han dejado al descubierto, delitos de corrupción entre particulares, falsedad documental, administración desleal, apropiación indebida y posible alzamiento de bienes.
En el caso de Gorka Villar, la fiscalía ha profundizado sus indagaciones en los partidos amistosos de la selección española. Por sus manos pasaban la gestión de derechos de imagen y retrasmisión de los partidos. Dicha operación se ejecutaba a través del despacho de abogados Sport and Adviser, donde Gorka aparecía como único administrador. Desde su puesta en marcha en el 2011 habría obtenido millonarios beneficios gracias al nepotismo de su padre que lo favorecía en las negociaciones.
Gorka también está inmerso en un proceso derivado del escándalo de la FIFA, abierto en Uruguay, en el que se le acusa de extorsión y de haber utilizado las influencias en relación con la venta de los derechos televisivos de los torneos de la CONMEBOL, organización de la que llego a ser su director general.
Entre los partidos disputados para desviar de manera directa o indirecta los recursos económicos, se encuentran los celebrados con equipos de la Confederación Suramericana de Futbol (CONMEBOL) y  Corea del Sur. Uno de esos eventos fue el celebrado el 7 de junio del 2011, en el Estadio  General José Antonio  Anzoátegui ubicado en la Puerto La Cruz, para ese momento las autoridades deportivas nacionales eran Héctor Rodríguez Ministro del Deporte, Rafael Esquivel Presidente de la Federación Venezolana de Futbol y Eduardo Álvarez Presidente del Comité Olímpico Venezolano.
Los hechos que se indagan se remontan al 2009 y años sucesivos. Y los mismos revelan que Villar ha propiciado adjudicaciones de contratos a firmas vinculadas con su hijo en claro perjuicio de la Federación y para el enriquecimiento ilícito de ambos. Todo ello, bajo el amparo del vicepresidente económico Juan Padrón.  Empresas y firmas como Estudio 2000, Pony, Amanecer Latino, B4 Capital  y Sport and Adviser servían como fachadas para las ilícitas operaciones.
Esta operación llevada a cabo por las autoridades españolas representa sin lugar a dudas un Goool-pe contra la corrupción. En el caso del futbol venezolano, queda demostrado que el encuentro entre la selección española y la Vinotinto sirvió de fachada, al igual que la Copa América. para el enriquecimiento ilícito de los organizadores…esperamos que el brazo de la justicia agarre a los responsables de los actos de corrupción.

Esquina de las barajitas: Nelson Briles 1976 Topps.

Bruce Markusen

  Los trabajadores del Salón de la Fama también son aficionados al beisbol y les gusta compartir sus historias. Aquí está la perspectiva de un aficionado desde Cooperstown.

   No puedo decir que fui amigo del antiguo pitcher de grandes ligas Nellie Briles; solo compartí con él una vez. Pero esa ocasión, la cual ocurrió hace 15 años, me generó una profunda admiración por un hombre especial quien también fue un buen lanzador.
   Eso fue en 2001, el viernes del fin de semana de la inducción al Salón de  la Fama. El buen amigo de Nellie desde sus días con los Piratas de Pittsburgh, Bill Mazeroski, estaba  apunto de ingresar al templo de Cooperstown. A última hora, le pregunté  a Nellie, de quien apenas me había enterado que asistiría, si estaría dispuesto a conceder una entrevista acerca de Maz en nuestro Bullpen Theater. Fue una idea de último minuto, no fue un evento que arrastrara una gran multitud, pero era en potencia una programación significativa que podría agregar algo a la experiencia del visitante.
    Briles no dudó. A pesar de ser un día ocupado, sin mencionar la incomodidad del calor y la humedad, Briles no solo  estaba dispuesto a hablar de Mazeroski, sentía el honor de hacerlo. No decepcionó. Briles fue articulado, reflexivo y profundo durante nuestra conversación de media hora. Además de eso, fue gracioso y encantador. Fue como si Nellie no quisiera perder la oportunidad de rendir tributo a su amigo en el fin de semana cuando fue inducido a su nicho del Salón de la Fama. Después supe que Nellie había trabajado duro para abogar por la elección de Mazeroski al Salón de la Fama.
   Despues del programa del viernes, pensé que sería agradable entrevistar a Nellie otra vez en Cooperstown. Bien hablado y arreglado, Briles era el tipo de persona que queríamos entrevistar para el archivo de audio y video del Salón de la Fama. Desafortunadamente nunca tuvimos esa oportunidad.
   Basado en esa única experiencia con Nellie, he tratado de coleccionar cada una de sus barajitas Topps. Ahora tengo la mayoría de ellas, excepto las tres primeras, emitidas en 1966, 1967 y 1968. Mi favorita de todas es la que salió hace 40 años: La barajita Topps de 1976 que muestra a Briles lanzando con los Rangers de Texas.
    La barajita tiene unas notas de interés. Menciona a Briles como “Nelson”, nada de “Nellie”. Todas la barajitas de beisbol de Briles se refieren a él con su nombre formal. Recuerdo que los narradores también lo llamaban Nelson  frecuentemente. Pero las personas quienes conocían a Briles, sus compañeros de equipo y amigos, casi siempre lo llamaban Nellie. Para un tipo afable como Briles, el nombre de Nellie parecía ajustarse mejor a él. Así es como yo lo llamé también.
    La barajita Topps de Briles de 1976 también cae en una especie de categoría nebulosa. No es en realidad una toma de acción debido a que no proviene de un juego real;  se trata de una imagen de Briles lanzando en las adyacencias del terreno, tal vez calentando en el bullpen. A la vez esta da una especie de primer plano de Briles. Se puede ver claramente el rostro de Briles, lo cual es menudo es difícil de hacer mientras el pitcher está en medio de su movimiento.
   Si miramos un poco más de cerca, podríamos notar que la gorra y el uniforme de Briles han sido pintados sobre la foto original. (Briles lanzó toda la temporada de 1975 con los Reales de Kansas City, antes de ser cambiado a los Rangers durante el invierno). La mayor parte del tiempo, Topps reservaba los retoques de pintura para las fotos de perfil, retrato u otros tipos de pose. Era muy raro que Topps pintara el uniforme de un pitcher en medio de sus lanzamientos. Considerando todo esto, ese es uno de los mejores esfuerzos de retoque de pintura de Topps en la década de 1970.
     La carrera de grandes ligas de Briles se remonta hasta 1965, cuando debutó con los Cardenales de San Luis. Lanzó principalmente como relevista, lo hizo decentemente, con efectividad de 3.50 en 82 innings. En 1966 lanzó con más eficiencia, pero la mala fortuna le ocasionó una marca negativa de triunfos/derrotas. Compartió sus labores como relevista y abridor, solo ganó 4 de 19 decisiones. Aún así, ponchó 100 bateadores en 154 innings y salvó seis juegos.
     Entonces vino la consolidación de Briles. En 1967, Briles destacó como relevista y abridor ocasional. Casi reversó completamente su marca, dejó números de 14-5 para liderar la Liga Nacional en porcentaje de victorias. Disminuyó su efectividad hasta 2.43, la mejor entre los relevistas de los Cardenales. El desempeño de Briles le ganó una consideración en la votación para el jugador más valioso, donde terminó en el puesto 15. Briles también se llevó a casa un anillo de Serie Mundial, cuando los Cardenales vencieron a los Medias Rojas de Boston.
    ¿Cómo lo hizo Briles? Tenía una recta decente, pero su envío principal era la curva. Antes que depender de los envíos de poder, él tuvo éxito al mantener la pelota baja e inducir roletazos. En 1968, el manager Red Schoendienst le entregó a su especialista de la bola de roletazos la responsabilidad de estar a tiempo completo en la rotación de abridores. Briles hizo 33 aperturas, ganó 19 de ellas, y acumuló un tope personal de 243 innings lanzados.
    La temporada de 1968 fue tan dominada por los pitchers que las grandes ligas cambiaron sus reglas a partir de la siguiente temporada. Quizás la alteración más dramática fue la disminución de la altura del montículo desde 15 hasta 10 pulgadas. Ese cambio de reglas afectó más a Briles que a la mayoría. Con su estilo sin wind up y su curva por encima del brazo, Briles necesitaba la altura adicional del montículo. Sin eso, careció de fuerza en sus envíos. Su curva sufrió. También la marca de Briles. Su efectividad subió hasta 3.52, aún decente, pero más de una carrera superior a lo que había sido en 1968.
    Aún fastidiado por el montículo rebajado, junto a una serie de lesiones, el pitcheo de Briles se vino abajo por completo en 1970. Solo hizo 19 aperturas, perdió su puesto de tanto tiempo en la rotación de abridores de los Cardenales. Al final de la temporada, su efectividad llegó hasta 6.24, totalmente fuera de lugar respecto al resto de su actuación vitalicia.
     El cambio del montículo afectó tan mal a Briles que los Cardenales decidieron cambiarlo en el invierno de 1970. Al desear mejorar sus jardines, los Cardenales acordaron enviar a Briles junto al extraordinario bateador emergente Victor Davalillo a los Piratas por el jardinero Matty Alou y el veterano pitcher zurdo, George Brunet. Para los Piratas, Briles fue la clave del cambio.
    Con su nuevo equipo, Briles cambió su movimiento de pitcheo. Abandonó el estilo de pitcheo sin wind up que había usado en San Luis, en su lugar intentó utilizar un wind up completo que era más convencional entre los pitchers de ese tiempo.
    El cambió funcionó. Aunque Briles a menudo terminaba paralelo al suelo, y a veces caía completamente hacia su lado. Su nuevo movimiento le permitió recuperar la fortaleza en sus envíos. El manager de los Piratas, Danny Murtaugh, también utilizó a Briles con mucha destreza, combinándolo como relevo largo la mayor parte del tiempo y como abridor ocasional, a consecuencia del calendario y las lesiones de los abridores de los bucaneros. A veces Briles fungió como relevo corto. Al emerger como miembro versátil y valioso del cuerpo de lanzadores, Briles ayudó a los Piratas a ganar la división este de la Liga Nacional.
   Mientras los abridores Dock Ellis y Steve Blass se llevaron la mayoría de los titulares durante la temporada regular, Briles emergió desde las sombras en la postemporada. Con Ellis incapacitado por dolores en el brazo de lanzar, Murtaugh recurrió a Briles para abrir el quinto juego de la Serie Mundial. No era una tarea fácil, los rivales Orioles de Baltimore contaban con una alineación cargada de toleteros, desde Boog Powell, pasando por los Robinson (Frank y Brooks) hasta el joven Dave Johnson.
   Briles quien había sido ignorado completamente en la serie de campeonato, convirtió su única apertura en la serie en una obra maestra. Los Orioles apenas le conectaron dos imparables, Briles lanzó completo sin permitir notaciones, ganó 4-0 y puso a los Piratas arriba en la serie, tres juegos a dos.  Su esfuerzo permanece como una de las actuaciones de pitcheo de Serie Mundial más grandes de todos los tiempos, se podría decir que es la segunda mejor de todos los tiempos, solo por detrás del juego perfecto de Don Larsen. 
   Sin Briles, tal vez los Piratas no habrían logrado vencer a los Orioles. Con él, ganaron su primer campeonato mundial desde 1960, de esa manera Briles ganaba su segundo anillo de Serie Mundial. El aporte de Briles a los Piratas de 1971 es considerado como su legado más resaltante como pitcher.
   Apoyado por mucho tiempo por el esfuerzo de ese quinto juego, Briles se convirtió en abridor a tiempo completo de los Piratas en 1972 y 1973. Ganó 28 juegos compartidos en ambas temporadas, y acumuló más de 400 innings lanzados. Briles fue sin discusión el as del cuerpo de lanzadores de los Piratas, y aún solo tenía 29 años de edad.
    Briles siguió siendo noticia durante la Serie Mundial de 1973, aunque los Piratas habían quedado fuera de la postemporada. Antes del cuarto juego en Shea Stadium, Briles cantó el himno nacional, por lo cual impresionó a los observadores con la calidad de su voz. Por años, Briles había cantado en clubes nocturnos, pero la escena de la Serie Mundial le dio la primera oportunidad de ser reconocido nacionalmente.
   Por supuesto, a los Piratas poco les importaba acerca de la voz de Briles en términos de su valor para el equipo. Les gustaba la calidad de su pitcheo y su personalidad, por lo cual resultó difícil de entender por qué Pittsburgh decidiera cambiarlo ese invierno. En las reuniones invernales, los Piratas enviaron a Briles a los Reales por dos peloteros utility (Ed Kirkpatrick y Kurt Bevacqua) y un prospecto de ligas menores. Los Piratas consideraban a Kirkpatrick la clave del cambio, creían que sería un respaldo valioso para el catcher Manny Sanguillén.
    El cambio fue rechazado por los peloteros de los Piratas y los seguidores del equipo. Pero los Reales estaban muy contentos, particularmente su manager Jack McKeon. “De todos los pitchersdisponibles, Briles era a quien queríamos”, le dijo McKeon al periodista deportivo Joe Heiling. “Él es un ganador…un profesional…un tipo con clase”.
   Los Reales no sabían que Briles se lastimaría su codo de lanzar en 1974, lo cual limitó a 18 juegos su primer verano con los Reales. Tampoco estuvo completamente bien en 1975, su actuación estuvo reducida a 16 juegos.
    Al pensar que Briles ya no era el mismo pitcher de su apogeo en Pittsburgh, los Reales lo negociaron a los Rangers por el rápido infielder, Dave Nelson, El brazo de Briles pareció recuperarse en Texas. Como tercer abridor del equipo, hizo 31 aperturas y lanzó 210 innings, aunque había perdido potencia en su recta. Al convertirse en un pitcherque sabía ubicar sus envíos, Briles se las ingenió para bajar su efectividad hasta 3.26.
    El resurgimiento no duró. Briles tuvo dificultades en la primera mitad de 1977. Su valor de cambio disminuyó tanto que los Rangers terminaron colocando a Briles en waivers en septiembre. Los Orioles lo reclamaron, les costó solo 25000 $, pero lanzó pobremente en dos juegos antes que terminara la temporada.
   Para 1978, era evidente que Briles estaba ido. Hizo 16 apariciones más para los Orioles, pero su brazo estaba esencialmente deteriorado. Primero, los Orioles lo mantuvieron en su nómina de 40 peloteros, pero en enero, decidieron que era tiempo de  desprenderse de él. Briles recibió su despido a principios de 1979. Los Mets de Nueva York lo invitaron a su entrenamiento primaveral pero no pudo ganarse un puesto en el roster inaugural. A los 34 años de edad, era el momento de que Briles se fuese a casa.
 Para un hombre de la inteligencia y el talento de Briles, el fin de sus días de pelotero activo abrió la puerta a otras oportunidades. Como cantante, Briles ya había grabado un sencillo. Su calidad como orador, hizo que pareciera el candidato perfecto para trabajar como comentarista en los medios. También tenía contactos en Hollywood, lo cual servía la escena para una posible carrera en la actuación. Como bono adicional, Briles tenía un toque de comedia. Hacía imitaciones de las celebridades. Una era la mímica del comediante Paul Lynde, la estrella de Hollywood Squares. La otra era una imitación del Presidente Richard Nixon. Ambas personificaciones producían muchas risas, en el clubhouse y en escena.
   Briles destacó en muchas de esas areas, pero su primer amor siempre fue el beisbol, donde comentó juegos para los Piratas y los Marineros de Seattle. Finalmente regresó a los Piratas como director de proyectos corporativos. También hizo muchas actividades para organizar la asociación de antiguos peloteros del equipo, junto con Sally O’Leary, quien falleció a principios de este año. Nellie y Sally hicieron del grupo de antíguos peloteros de los Piratas uno de los mejores del beisbol.
   Briles continuó su buen trabajo a través de los primeros días de 2005. En febrero de ese año, asistió en Orlando Fla., al torneo anual de golf de los antíguos peloteros de los Piratas. Nellie no solo ayudaba a organizar el evento;  le gustaba participar en el torneo. Mientras jugaba golf, Briles de pronto colapsó. Sufrió un ataque cardíaco masivo, uno que se llevó su vida a los 61 años de edad.
    La muerte de Briles devastó al beisbol, desde la comunidad de Pittsburgh hasta quienes lo conocimos en Cooperstown. Hacía solo cuatro años que había conocido y entrevistado a Nellie, quién parecía tan vibrante y lleno de vida como cualquiera.
    Más de una década después, todavía lamento no haber tenido la oportunidad de reunirme con Nellie en una segunda ocasión. Sin embargo, fui muy afortunado de haberlo conocido, de conocer su admiración por Maz y profundizar sobre su carrera como jugador activo. Cuando alguien construye una primera impresión tan fuerte como lo hizo Nellie, esta se mantiene por siempre.
    

  Bruce Markusen es el gerente de Digital and Outreach Learning at the National Baseball Hall of FameHa escrito siete libros de beisbol, incluyendo biografías de Roberto Clemente, Orlando Cepeda y Ted Williams, y A Baseball Dynasty: Charlie Finley’s Swingin’ A`s, el cual fue premiado con la Seymour Medal de SABR.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.

ALFONSO TUSA Mickey Mantle y el Alcohol

  El Tiempo en una Botella.

   Mickey Mantle. Sports Illustrated. 18 de abril de 1994.



    Luego de 42 años de abusar del alcohol, un pelotero legendario describe su vida de conducta autodestructiva y espera que su recuperación le convierta finalmente en un verdadero ejemplo.

     Empezaba algunas de mis mañanas de los últimos diez años con el “desayuno de campeones” un vaso grande lleno con un trago o más de brandy, algo de Kahlúa y crema. Billy Martin y yo solíamos tomarlo todo el tiempo, llamé a la bebida en tributo a lo que éramos como equipo. A veces cuando estaba en Nueva York sin nada que hacer, y andaba con Billy, entrábamos a mi restaurant de Central Park South alrededor de las 10 de la mañana, y el empleado del bar mezclaba los ingredientes en un recipiente y lo agitaba. Eso sabía muy bien.

    Desafortunadamente para todos los que me rodeaban, un “desayuno de campeones” bastaba para que se despidieran por ese día. Después de un trago, yo apenas entraba en calor. A menos que tuviera un compromiso de negocios, a menudo seguía bebiendo hasta que no podía hacerlo más.

     Beber se había convertido en una rutina muy frecuente para mí. Si tomaba un trago para empezar el día, iba a almorzar y me tomaba tres o cuatro botellas de vino en el transcurso de la tarde. Vino blanco. Vino tinto. No me importaba, y no tomaba en cuenta la calidad tampoco. De hecho, pensaba que si tomaba vino, eso no era tomar de verdad. Para mí, el vino no era licor.

     En alguna ocasión alardeé de conocer el buen vino. Pero a través de los años lo bebí tanto que no me importó más. Al final de una tarde, después que había terminado una ronda del golf, un tipo envió un vaso de oporto caro. Yo estaba bebiendo vodka Absolut en las rocas, y a la vista del tipo, agregué el oporto sobre mi Absolut. El tipo vino anonadado y dijo, “Hombre, ese era un oporto de 15 $ el trago, el que te envié”. Y yo dije, “Oh, lo siento. Bebemos de esos todo el tiempo. Los llamamos Aborts”.

    Siempre me enorgullecía de mi independencia cuando hacía trabajo de relaciones públicas, avales y apariciones personales. Siempre quería dar lo mejor de mí. Era cuando no tenía compromisos, nada que hacer y ninguna parte donde estar que caías en esas largas sesiones de ingestión alcohólica. Era la soledad y el vacío. Yo encontraba “amigos” en los bares, y llenaba mi vacío con alcohol. En esas instancias, al comienzo de la noche, yo estaba totalmente ido. Apenas podía hablar. Trataba de invitar a alguien a cenar conmigo, y empezaba a tomar Martini de vodka. Ordenaba la comida, pero no comía. Solo me sentaba y tomaba.

   En los pasados cinco años, usé el alcohol como una muleta. Para ayudarme a sobrellevar mi timidez y hacerme sentir más cómodo antes de todas esas presentaciones personales, entraba en calor con tres o cuatro vodkas antes de salir del hotel, para ir directo a la fiesta coctel y tomar tres o cuatro tragos más, entonces empezaba a sentir, Juio, que bueno. Vamos.

   Cuando yo bebía, pensaba que era divertido, que era el alma de la fiesta. Pero resultaba que nadie podía soportar estar cerca de mí. Hablaba alto, y me parece que todo lo que salía de mi boca era rudo y crudo. Despues de uno o dos tragos, yo estaba muy contento. Las personas me podían pedir varios autógrafos, y los firmaba. Entonces después de varios tragos, podía ser muy desagradable. Si me pedían un autógrafo, y yo había bebido mucho, te mandaba a freir monos, hasta en mi propio restaurant, donde algunas veces le decía a las personas “…fuera!” o “¡váyanse de aquí!” Mis socios del restaurant y las personas quienes me estimaban me decían, ¿Por qué no regresas al hotel?” Hubo muchas noches cuando tuvieron que sacarme por la puerta de atrás.

    La mayoría de las cosas que decía y hacía mientras tomaba, no podía recordarlas el día siguiente. Los últimos 10 años hice cosas que me impactaron. Estaba muy avergonzado. Las personas me decían, “Ni te imaginas lo que dijiste anoche”. Yo respondía, “¿Yo dije eso?” Esas historias me molestaban mucho. Ese no era yo. No era ese tipo del que hablaban”.

    Lo que me molestaba aun más era la forma en que empecé a olvidar las cosas simples de cada día. Podía estar hablando contigo y olvidar completamente mi secuencia de pensamiento. Iba a cenar y el día siguiente no podía decir a donde fui, que comí o con quien estaba. Una tarde de hace unos años fui a un fisioterapeuta. Cuando regresé al hotel, llamaron de su oficina para ver como me sentía, y no recordé haber estado allí.

   Nunca me atrajeron los asuntos de negocios. No tenía que manejar mis finanzas porque mi abogado, Roy True, se encargaba de eso. Aunque no me gustaba eso, yo iba con Roy True a las reuniones de negocios con Roy True, y medio escuchaba por alrededor de 20 o 30 minutos cuando mucho. Durante los pasados siete u ocho años nuestras discusiones fueron poco frecuentes. Yo incumplía citas debido a que estaba enratonado. Si me encontraba con él, no podía recordar lo que me decía. Me sentía frustrado y molesto.

   Olvidaba que día era. Que mes era. En cual ciudad estaba. Hubo docenas de presentaciones personales y eventos de barajitas a los que había acordado asistir, pero cuando llegaba el momento de cumplir, yo reclamaba que nunca había hecho ese compromiso. Pero siempre asistía. Estoy orgulloso de eso.

    No se trataba solo de eventos recientes que habían desaparecido de mi memoria debido a mis dificultades con la bebida. Fui el padrino de la boda de Billy Martin en 1988, y apenas recuerdo haber estado allí.

    La pérdida de memoria me asustaba. Le dije a un par de médicos con quienes juego golf en Preston Trail Golf Club, cerca de mi casa en Dallas, que pensaba que podría tener la enfermedad de Alzheimer, y ellos me dijeron: “Bien, probablemente, aun no la tengas, pero más te vale empezar a vigilar tu bebida. Es importante que empieces a disminuirla”. Tenía miedo de que el alcohol hubiera alterado mi cerebro.
   El otro día vi a alguien tomar práctica de infield, lo vi atrapar una pelota y hacer el tiro, y traté de pensar. ¿Cómo hacía para lanzar una pelota? ¿Yo saltaba, o adelantaba un paso, o lanzaba de inmediato? No puedo recordarlo. Entonces alguien siempre pregunta, “¿Cuál era su pitcheo favorito para batear?” Pero no puedo recordar cual era mi pitcheo favorito o donde me gustaba  batearlo.

   Mientras más envejecía, y bebía más alcohol, más tenía esas resacas extrañas, ataques de ansiedad. De lo que puedo recordar, tuve el primer ataque de ansiedad en abril de 1987. Había estado en el Mickey Mantle-Whitey Ford Fantasy Camp en Florida, bebiendo con los muchachos por dos semanas, y entonces tuve que ir al norte del estado de Nueva York para un evento de barajitas de fin de semana. Eso implicó dos días más de bebedera. Para cuando subi al avión para regresar a mi casa en Dallas, estaba deshidratado. Y pensé ¿y si tengo un ataque cardíaco? Mientras más pensaba en eso, peor me sentía. Le di una palmadita en el hombro a la aeromoza y dije, “¿Tienen un médico aquí?” Ella se volteó, me miró a la cara y dijo, “¡Dios mío, señor, siéntese!” Empecé a hiperventilar. Ella dijo, “Le voy a suministrar oxígeno. Cuando el avión aterrizó, había paramédicos de emergencia que me llevaron en una Camilla, Mi hijo mayor, Mickey Jr., quien había ido a buscarme, pensó que me estaba muriendo, lo mismo pensé.

    Hubo más ataques de ansiedad, pero no se hicieron frecuentes hasta los últimos dos años. Si salía y tomaba mucho, el día siguiente me levantaba sudando frío. Me quedaba en casa, bebía agua y me decía, “Caramba, no vuelvo a beber así otra vez”. O llamaba a uno de los médicos con quienes jugaba golf, y él me hospitalizaba por tres días. El médico decía, “Mick, tienes que dejar eso. No sabes lo que te estás haciendo”. Yo me sentaba y decía, “Lo sé. Si, lo sé”. Tan pronto como salía del hospital, iba directo a un bar.

    Llegó un momento en que me preocupaba mucho por todo, lo que ocurría con mi memoria, lo terrible que sentía mi cuerpo, que tan mal esposo o padre había sido, que hasta tenía miedo de estar solo en la casa. Le pedía a mi hijo menor, Danny, que por favor se quedara en casa conmigo. Y había oportunidades cuando me encerraba en mi habitación para sentirme seguro.

   Tuvo que ocurrir un vergonzoso incidente el pasado diciembre en un evento de caridad de golf para el Harbor Club Children's Christmas Fund cerca de Atlanta para finalmente enfrentar mi alcoholismo. Bebí un Bloody Mary en la mañana, y después un par de botellas de vino en la tarde mientras estaba en el hoyo 12, provocando donaciones al apostarle a las personas que venían, que yo podía golpear la pelota más cerca del lugar de partida que cualquiera de ellos. Despues tuvimos una subasta de memorabilia deportiva, y estaba tan borracho que compré una pelota firmada por Jim Lonborg, y ni siquiera la fui a buscar. Le dije a alguien que pensaba que había bateado mi último jonrón ante Lonborg. Despues de eso, hice el ridículo en una cena. Cuando no pude recordar el nombre de un ministro, dije en voz alta, “El predicador…”

   El día siguiente, cuando supe lo que había dicho, estaba completamente horrorizado. Estoy seguro que a través de los años, las personas me han soportado muchas cosas porque se trataba de Mickey Mantle, pero después de ese episodio, no podía creer que había sido tan irrespetuoso. Cuando regresé a Dallas, le pregunté a Danny acerca del Betty Ford Center. Mis amigos y familiares habían discutido varias veces en los años recientes, acerca de intervenir respecto a mi situación, pero sabiendo cuan terco y cabeza dura yo era, ellos reconocieron que eso no hubiese funcionado. Yo necesitaba pensar que el programa de tratamiento para alcoholismo era mi idea. Danny había ingresado por su cuenta en el Betty Ford en octubre pasado debido a que sentía que estaba bebiendo mucho. Le pregunté a Danny por el tipo de cosas que ocurren allí. No hablo mucho, y no estaba seguro de querer estar en una situación en el Betty Ford donde tendría que hablar de mis sentimientos. Tenía miedo de llorar frente a desconocidos, pensaba que las personas me despreciarían. Mickey Mantle no debería llorar.
   
    Pocos días después fui a almorzar con Danny y mi amigo Pat Summer-all, quien había estado en el Betty Ford hacía unos dos años. Le hice más preguntas a Pat acerca del Betty Ford. ¿Cómo es? ¿Se convierten en religiosos?

    También le pedí a mi médico que me hiciera un examen físico. Me hizo algunas pruebas, y me dijo que estaba mal del hígado. Me refirió a otro médico para que me hiciera una resonancia magnética del hígado. Durante una hora y 15 minutos, permanecí en en compartimiento de resonancia magnética, y pensé, ¿Qué estoy haciendo aquí? Eso debía ser muy serio. Fue difícil evitar llorar, al pensar en el mal estado en que estaba, como había abusado de mi mismo con el alcohol por 42 años, todas las personas que había desilusionado. Estaba preocupado de que los aficionados recordaran a Mickey Mantle más como un borracho que por mis logros beisboleros. Siempre había pensado que podía dejar de beber por mi cuenta, y lo hacía por varios días o un par de semanas, pero cuando me sentía bien otra vez, volvía a emborracharme. Estaba física y emocionalmente desgastado por la bebida. Había tocado fondo.

    Cuando llegaron los resultados de la resonancia magnética el día siguiente, el médico me llamó a su oficina y dijo, “Mickey, tu hígado aun funciona, pero se ha regenerado tantas veces que más temprano que tarde vas a tener un piedra por hígado. Eventualmente necesitarás un hígado nuevo. No te voy a mentir: El próximo trago que tomes podría ser el último”.

   Me estaba matando. Pedí ayuda.

   Si el alcoholismo es hereditario, si está en los genes, entonces pienso que el mío venía del lado de la familia de mi madre. Sus hermanos eran todos alcohólicos. Mi madre, Lovell, y mi padre Mutt, no eran grandes bebedores. Papá compraba una botella de whiskey los sábados por la noche y la metía en la nevera. Entonces cada noche cuando regresaba a casa del trabajo de ocho horas en la Eagle-Picher Zinc and Lead Company de Commerce, Okla., iba a la nevera y se servía un trago de whiskey. Papá se emborrachaba de vez en cuando, como cuando iba a un baile de granero y tomaba cinco o seis tragos. Para mí, ¡cinco o seis tragos no llegaban siquiera a lo que yo tomaba en una fiesta de coctel!

   Además de los cigarros Lucky Strike que constantemente apretaba en un lado de su boca, tendría que decir que si mi padre era adicto a algo eso era el beisbol. Amaba el beisbol, jugaba pelota semi-profesional los fines de semana y era un tremendo fanático de los Cardenales de San Luis. De hecho eligió mi nombre por Mickey Cochrane, el catcher del Salón de la Fama quien jugó para Filadelfia y Detroit y fue un gran bateador. Papá tenía grandes esperanzas conmigo. Pensaba que yo podía ser el pelotero más grande que jamás existió, e hizo todo lo que pudo para ayudarme a realizar su sueño.

   Aunque llegaba cansado de sus largos días de trabajo en las minas, papá siempre me lanzaba práctica de bateo en el patio cuando regresaba a casa del trabajo,  desde cuando yo tenía cuatro años de edad. Mi mamá nos llamaba a cenar, pero solo íbamos a comer después que papá terminara de instruirme desde ambos lados del plato. Papá era un tipo stricto. Si yo había hecho algo mal, él solo me miraba, no tenía que decir nada,  y yo decía, No lo haré más papá”. Quería mucho a mi padre, aunque no se lo dijera. Como él tampoco podía decírmelo. Él ponía su brazo en mis hombros y me abrazaba, pero a la vez hacía un chiste, me pateaba el trasero con su pie. Pero yo sabía que él me quería mucho.

   Cuando subí a los Yanquis en 1951, a los 19 años de edad, apenas si me había tomado un trago. Mi padre no habría aceptado que me emborrachara. Pero la primavera siguiente, cuando papá falleció de mal de Hodgkin a los 39 años de edad, yo estaba devastado, ahí fue donde empecé a beber. Me parece que el alcohol me ayudó a escapar del dolor de perderlo.
   
   Aquellos días, los Yanquis hacían sus giras en tren, y Casey Stengel, nuestro manager, tenía un  límite de dos tragos en los viajes, aunque en realidad no controlaba eso. Billy Martin y yo ramos salvajes en la carretera´. Bebíamos mucho, y no íbamos a dormir  hasta que estábamos muertos de sueño. La bebida se disparó después de la temporada de 1953, cuando Billy fue a vivir conmigo y mi esposa, en Commerce. Billy y yo éramos mala influencia mutuamente. Siempre estábamos saliendo, le decíamos a Merlyn que íbamos a pescar, en vez de eso, íbamos directo a un bar.

   En el pasado, yo podía dejar de beber cuando íbamos al entrenamiento primaveral. Me ponía en forma. Luego, cuando empezaba la temporada, volvía a beber, Billy, Whitey Ford y yo. Jugábamos casi puros juegos nocturnos. Regresábamos a casa alrededor de la 1 am y dormíamos hasta la 9 o las 10. Yo nunca tenía resacas. Tenía una tolerancia increíble ante el alcohol, y siempre lucía y me sentía bien en la mañana. Pienso que nunca boté un juego debido a que estaba borracho o enratonado. Tal vez lastimé al equipo una o dos veces, pero ni no me sentía bien, me salía del juego temprano. Cuando mi papá falleció, Casey se convirtió en una especie de padre parar mí. A veces me llamaba u decía, “Mira, sé que no tenemos una hora límite, pero estás llegando un poco tarde. Eso no te conviene de ninguna manera”. No podía burlarme de Casey.

    Para Billy y para mí, beber era una competencia. Buscábamos quien podía emborrachar al otro hasta el punto de dejarlo tendido bajo la mesa. Le llevaba una ventaja en eso de verlo emborracharse antes que yo. El alcohol lo volvía muy agresivo. Era la única persona que conocía quien podía ver a un tipo mostrándole el dedo desde el extremo opuesto del bar. Tuvimos tiempos salvajes.

   Una noche en Detroit después de unos tragos, regresamos a nuestra habitación del hotel, y Billy dijo, “Vamos a caminar por la cornisa para ver que ocurre en las otras habitaciones”. Estábamos en el piso 22. Él salió por la ventana, yo iba detrás de él. Bien todo se complicó muy rápido porque nadie tenía las luces prendidas, y yo le tengo miedo a las alturas. Además la cornisa era muy estrecha y no podíamos dar la vuelta, así que tuvimos que gatear para rodear el edificio y regresar a nuestra habitación.
     
   Mis últimos cuatro o cinco años con los Yanquis, no me percaté de que  me estaba arruinando con la bebida. Solo pensaba, esto es divertido. Solía ver tipos venir a Yankee Stadium desde Detroit o Chicago; allí estaban tomando práctica de bateo, todos con resaca. Pero hoy puedo admitir que toda esa bebedera acortó mi carrera. Cuando me retiré en la primavera de 1969, tenía 37 años de edad. Casey había dicho cuando subí, “Este muchacho va a ser mejor que Joe DiMaggio y Babe Ruth”. Eso no ocurrió. Nunca logré lo que mi papá había querido, y debí haberlo hecho. Dios me dio un gran cuerpo para jugar, y no lo cuidé. Reconozco que en buena parte eso se debió al alcohol.

    Todos tratan de buscar la excusa de que las lesiones acortaron mi carrera. La verdad es, que despues que tenía una operación de rodilla, los médicos me entregaban el plan de ejercicios de rehabilitación, pero yo no lo cumplía. Me iba a beber. La primera vez que me lesioné la rodilla, en la Serie Mundial de 1951, tenía solo 19 años de edad. Pensé, estaré bien. Me lesioné de nuevo las rodillas en el transcurso de los años, y solo pensaba que me recuperaría naturalmente, Siempre había tenido todo naturalmente. No trabajé duro en eso. Cuando llegaba el último juego de la Serie Mundial, no pensaba en el beisbol hasta la primavera. Eso fue una estupidez.

   Despues que me retire, mis problemas de bebida  empeoraron. Cai en una profunda depresión. Billy, Whitey, Hank Bauer, Moose Skowron, dejé a todos esos tipos, y pienso que eso dejó un vacío en mí. Traté de llenarlo tomando. Todavía siento que no tengo mucho en común con muchas personas. Pero con esos tipos, compartí la vida. Éramos como hermanos. No he conocido a más nadie con quien me haya sentido tan cercano. 

   En los últimos 10 años, gracias al negocio de la memorabilia deportiva, las expectativas de ser Mickey Mantle fueron muy intensas muchas veces. Cuando yo solía hacer eventos de barajitas, muchos tipos se me acercaban todo el tiempo, con lágrimas en los ojos me decían, “Mickey Mantle. He esperado toda mi vida para conocerte”. Uno de ellos le dijo a su hijo pequeño, “Hijo, este es el pelotero más grande que haya existido”. Y el niño lo miró y le dijo, “Papi, ese es un viejo”.

     A todas partes donde iba, la gente quería oir las viejas historias de Billy y Whitey y nuestros tiempos salvajes. Eso era parte de la leyenda de Mickey Mantle. Todos esperaban que yo empezara a beber. Me brindaban tragos. Pienso que esperaban que me emborrachase. Era como si pensara: Mickey Mantle ya no puede sacarla del parque, pero aun puede  tomarse unos tragos.

    Nunca había pensado en algo serio en mi vida por un período contínuo de días o semanas hasta que ingresé en el Betty Ford Center para mi estadía de 32 días. Siempre he tratado de evitar lo emocional, lo controversial, lo serio, y lo hice a través del alcohol. El alcohol siempre me protegió de la realidad. Pero en el Betty Ford, podía ser yo. Ahí no era Mickey Mantle. Era el tipo de la habitación 202.

    Cuando llegas al Betty Ford, tienes que abrirte a los miembros de tu unidad de dormitorio en las sesiones de terapias de grupo. Me tomó un par de veces antes de poder hablar sin llorar. Se supone que debes decir porqué estás ahí, y dije que porque tenía el hígado enfermo y estaba deprimido. Cada vez que trataba de hablar de mi familia, me trancaba. Una de las cosas que empastelaba, además del beisbol, era ser padre. No era un buen hombre de familia. Siempre estaba fuera, paseando con los amigos. Mickey Jr. pudo haber sido un gran atleta. Si él hubiese tenido a mi papá, pudo haber sido jugador de grandes ligas. Mis hijos nunca me culparon por no estar ahí. No tienen que hacerlo. Me culpo yo.

   El programa de Betty Ford está basado en los 12 pasos de alcohólicos anónimos. Cuando estás en el primer paso, debes contar la historia de tu vida a tu grupo. Te piden que cuentes historias de las cosas que hacías cuando estabas borracho, como hacía sentir eso y que cosas te molestaban más después. Hablé de Billy y yo gateando alrededor de la cornisa del hotel, en el piso 22. Hablé acerca de cómo casí asesiné a Merlyn una noche, al estrellar el carro contra un poste telefónico, ella golpeó su cabeza contra el parabrisas. Habíamos salido a comer con Yogi Berra y su esposa, Carmen, en Nueva Jersey, yo había estado bebiendo vodka seca. Merlyn había querido manejar, pero no la dejé, y lo último que oímos fue a Yogi gritar, “¡Si yo fuera tú, no lo dejaría manejar!” Esas historias habían sonado tan divertidas, pero cuando las estaba contando en el grupo de terapia en el Betty Ford, parecieron estúpidas.

   Cada día en el Betty Ford iba a ver una película o a una charla, y estaba sorprendido de cuanto de eso estaba relacionado con el hogar. Hablaban mucho acerca del alcoholismo y las familias disfuncionales. Un día mostraron una película acerca de un hombre y una mujer y sus tres hijos. El tipo estaba muy ocupado bebiendo para ir a casa. Finalmente, el llama a su esposa, se reúnen y beben. Una vez, mientras ella salía por la puerta, le dijo a uno de los niños que usara el dinero de su mesada para llevar a sus hermanos a comerse una hamburguesa. Noté que yo era como ella.

   Siento que soy la razón por la cual Danny fue al Betty Ford el otoño pasado. Todos esos años yo había hecho que él fuera a almorzar y cenar conmigo. También llevaba a Mickey Jr. y a mi siguiente hijo mayor, David. Les decía. “¿Qué van a hacer esta noche? Vamos a comer”. Lo cual significaba, “Vamos a beber”. Todos bebían mucho debido a mí. No teníamos relaciones normales padre-hijo. Cuando ellos estaban creciendo yo estaba jugando beisbol, y despues que me retiré, estaba muy ocupado viajando, siendo Mickey Mantle. Nunca jugamos a lanzarnos la pelota en el patio. Pero cuando tuvieron la edad suficiente, nos hicimos amigos por los tragos. Cuando estábamos juntos, se sentía como los viejos días con Billy y Whitey. No tenía idea de lo que le estaba haciendo a mis hijos al hacerlos beber así.

   A fines del septiembre pasado, Danny voló conmigo a Los Angeles para un evento de firma de autógrafos, para Upper Deck Authenticated, tengo un contrato exclusivo con ellos, después que aterrizamos, no vi a Danny por una semana. Él había ido para ayudarme, y desapareció. Resultó que se encontró con un amigo, y se largaron. Pero en vez de regresar a casa en Dallas, él terminó ingresando al Betty Ford sin decirme. No me di cuanta de que tan mal estaba él, él solía beber conmigo siempre, pero si no pensaba que tenía un problema, ¿cómo podía saber que mi hijo estaba tan mal? No llamé ni le escribí a Danny mientras estuvo en el Betty Ford, ni fui a la tercera semana del programa, semana de la familia, porque tenía miedo de que las personas dijeran: “Bien, ¿por qué no estás aquí? Si lo ingresaste a él”.

    El mayor disgusto de mi vida fue no ser capaz de ayudar a mi tercer hijo, Billy, quien lleva ese nombre por Billy Martin. Cuando tenía 19 años de edad, a Billy le diagnosticaron Hodgkin, la enfermedad que mató a mi padre, al padre de mi padre y a dos hermanos de papá, siempre quise haber sido quien tuviera el cáncer, no Billy. Ver a tus hijos sufrir es desgarrador. Cuando Billy tenía 25 años de edad, Merlyn y yo lo llevamos al MD Anderson Cancer Center de Houston para un tratamiento experimental de quimioterapia de un año, pero las drogas fueron tan fuertes para su cuerpo que terminó tomando un calmante de alto espectro, Dilaudid. Le rogué e imploré a Billy que dejara de tomar eso, y el prometía que lo haría, pero lo próximo de que me enteraba, era que él estaba tomado Dilaudid de nuevo.

   En los pasados 17 años, el Hodgkin de Billy disminuyó  varias veces, pero él tenía una vida infeliz. Desde 1990, frecuentó centros de tratamiento de drogas y alcohol cuatro veces en cuatro años, y en 1993 tuvo una cirugía cardíaca de bypass y le colocaron dos válvulas en su corazón. Me escribía notas: “Papá sácame de aquí, y estaré bien”. Me sentía impotente. Semanas después que salí del Betty Ford, y solo dos días después que su madre lo había registrado en un centro de rehabilitación de Wilmer, Texas, Billy tuvo un ataque cardíaco y falleció. Solo tenía 36 años de edad. Danny fue a Preston Trail a decirme. Yo estaba jugando backgammon en el camerino, en cuanto vi el rostro de Danny, noté sus lágrimas, lo supe. Siempre sentí que algo malo le ocurriría a Billy. Entonces hice la cosa más difícil que he tenido que hacer, decirle a Merlyn que Billy estaba muerto. Ella lo había llevado a todos los centros de tratamiento, lo había sacado de la cárcel por manejar borracho. Su vida los años recientes había sido cuidar a Billy. Si solo yo hubiese ido antes al Betty Ford, Billy pudiera estar vivo. Si yo no hubiera estado bebiendo, pude haberlo ayudado a dejar las drogas.

    La revelación más importante que tuve en el Betty Ford ocurrió en los grupos de terapia de sufrimiento, pienso que eso va a cambiar la manera como trato a mis hijos en el futuro. Durante mi entrevista de pre-admisión, le dije al consultor  que bebía debido a la depresión por sentir que nunca cumplí los sueños de mi padre. Tuve que escribirle una carta a mi padre y explicarle como me sentía respecto a él. Se habla de la tristeza. Solo me tomó 10 minutos escribir la carta, y lloré todo ese tiempo, pero después que terminé, me sentí mejor. Dije que lo extrañaba, y deseé que él hubiese vivido para ver que actué mucho mejor con los Yanquis después de mi temporada de novato. Le dije que tuve cuatro hijos, él murió antes que naciera mi primer hijo, Mickey Jr., y le dije que lo amaba. Me habría sentido mejor si hubiese podido decirle eso desde hace mucho tiempo.

   Papá estaría orgulloso de mí hoy, al saber que he terminado el tratamiento en el Betty Ford y he estado sobrio por tres meses. Pero habría estado molesto porque yo hubiese tenido que ir allí. Me hubiera perdonado, pero hubiera sido difícil verle a los ojos y decir, “Papá, soy un alcohólico”. Pienso que no hubiera podido hacerlo. Me hubiera sentido como que lo habría desilusionado. No sé como se supera eso; ya no puedo batear un jonrón para él.
   Billy Martin y yo solíamos bromear entre nosotros acerca de cual hígado se dañaría primero. Fui orador en el funeral de Billy, luego que él falleciera en un accidente en una camioneta pick-up el día de  Navidad de 1989. Pero si él estuviera vivo, después de haberme gastado bromas por el Betty Ford Center, podría haber dicho, “Hey, tal vez yo debería ir allí también”.

   En el Betty Ford te enseñan a regresar a casa y abrazar a tus hijos, sin importar que tan viejos sean ellos. Estoy muy orgulloso de mis hijos. A pesar de mis faltas, Merlyn inculcó en mis muchachos muchas cosas admirables. Mickey Jr., tiene 40 años de edad, David tiene 38, y Danny 34. Ahora, cada vez que invito a mis hijos a salir y comer, me refiero a comer. No a emborracharnos. Voy a  tratar de ser un amigo, un socio. Mickey Jr., tiene una hija de cinco años de edad, Mallery y David tiene una nena de cinco meses, Marilyn. Voy a tratar de ser un buen padre y un buen abuelo. Voy a pasar más tiempo con ellos, a demostrarles y decirles que los amo.

   Mis planes inmediatos son mantenerme tranquilo. Tengo 62 años de edad, y he vivido mucho. Le dije a Joe Garagiola que trabajaría con él en BAT, el Baseball Assistance Team (Equipo de Asistencia del Beisbol), el cual ayuda a los peloteros viejos que tienen dificultades, y me gustaría hablarle a los niños acerca del abuso de las drogas y el alcohol. Se solía decir que yo era un ejemplo, y los niños, y hasta tipos mayores, me admiraban. Tal vez  ahora pueda ser un verdadero ejemplo, porque admití que tenía un problema, estuve en tratamiento y me mantengo sobrio, y tal vez pueda ayudar más a las personas que cuando era un pelotero famoso. Me siento más importante como Mickey Mantle ahora que cuando jugaba para los Yanquis. Me dijeron que recibí más cartas que cualquiera en la historia del Betty Ford, 80 % de ellas decía, “Estás en el juego más importante de tu vida, y queremos verte ganar de nuevo”. Si puedo ajustarme a eso, conseguiré su respeto de nuevo, en vez de ser recordado como, “Bien, ahí está de nuevo, y está borracho”.

   Voy a crear la Mickey Mantle Foundation, en memoria de mi hijo Billy. Las personas no creen esto, pero no he sentido la necesidad de beber. Si la muerte de Billy no me hizo beber, entonces nada lo hará. Hace un par de semanas Danny se casó con Kay Kollars, y ese fue otro día de grandes emociones para la familia. No puedo describir la montaña rusa de emociones que he vivido los pasados cuatro meses. He enterrado un hijo y casado otro, y pasé por el Betty Ford. Hay días que parecen nublados. Pero puedo decir que no he necesitado el alcohol para ayudarme a enfrentar la realidad. En el Betty Ford, vi personas quienes habían estado ahí cuatro o cinco veces No quiero ser débil. Prefiero ponerme una pistola en la cabeza que tomar otro trago.

   Me gusta la idea de tener que estar sobrio en público, sabiendo que las personas me están observando. Ahora no me comprarán tragos. Esperan que yo no beba. Todos esos años viví la vida del alguien a quién no conocía. Un personaje de comiquitas. De ahora en adelante, Mickey Mantle va a ser una persona real.

   Todavía no puedo recordar mucho de los últimos 10 años, pero por lo que me han contado, de verdad no quiero esas memorias. Me estoy preparando para las memorias que tendré en los próximos 10 años.

   Estoy golpeando bien la pelota de golf en estos días. Ya no siento las tembladeras. En cuanto mi hígado se recupere y el conteo de plaquetas de mi sangre mejore, voy a tener rodillas artificiales implantadas. Mientras estuve en el Betty Ford, empecé a caminar, y pasé desde 107 kg hasta 102 kg. Tener a los muchachos del Preston Trail y a mi familia y a personas a quienes no había visto en un tiempo diciendo, “Hombre, me alegra que hayas ido al Betty Ford, luces muy bien”, me hace sentir bien. De verdad siento como que gané la Serie Mundial.

   No puedo esperar a regresar a mi restaurant de Nueva York y ver como reaccionaran cuando ordene una coca cola ligera en vez del “desayuno de campeones”.

Traducción: Alfonso L. Tusa C.