miércoles, 24 de octubre de 2018

Noche de terror para el Atlético en Dortmund


Godín, Saúl, Oblak, Filipe y Lucas, cariacontecidos en Dortmund. FRIEDEMANN VOGELEFE
Los goles de Witsel, Guerreiro (dos) y Sancho, desencadenan la peor derrota en la era Simeone, que debió recurrir a Rodrigo por Thomas tras el descanso
En el Signal Iduna Park de Dortmund tiene lugar casi habitualmente una suerte de tormenta invertida. Primero retumban los sobrecogedores truenos que manan del Muro Amarillo que viste el fondo sur. Algo así como una grada en tres dimensiones. Después llegan los rayos cegadores, vestidos de amarillo, que son los jugadores del Borussia Dortmund. Relámpagos que no cesan ni tampoco avisan, simplemente aparecen cuando más baja está la guardia del rival. Y aunque el Atlético estaba aleccionado de todo esto (y seguro que mucho más), le pilló desprevenido. Fue recibiendo una bofetada tras otra hasta que quedó inmóvil. Sin pulso, a pesar de tener el corazón a mil por hora. No estuvo Paco Alcácer, el máximo goleador del líder de la Bundesliga, pero sí hubo un grupo de chavales hambrientos y rápidos como lobos que se comieron a un Atlético que apenas respiró. [Narración y estadísticas (4-0)]
Porque este Dortmund es imprevisible. De repente se presenta ante el rival como una ola, de cuatro o cinco o seis jugadores (igual da GötzePulisicReus o incluso Achraf) y lo envuelve todo. Lo mismo ataca en diagonal que de frente. Esa fuerza desatada, vestida de amarillo, se fue asomando una y otra vez, de manera intermitente, por la parcela de Oblak. Siempre con la sensación de que algo diferente estaba a punto de ocurrir. Sin embargo, lo mejor que le sucedió al Borussia (y lo peor para el Atlético) llegó desde lejos, aunque con el área bañada por una legión amarilla. El latigazo seco de Witsel contó con la colaboración involuntaria de Saúl y dejó clavado al meta esloveno. Y, también, al Atlético, que ya creía estar a salvo de esa tormenta, al menos en el primer asalto. 
Simeone no escondió su munición. Se plantó de inicio sin complejo alguno, con LemarGriezmann y Diego Costa e incluso con Rodrigo en el banquillo, entregando el mando a Thomas. El equipo no se escondió y agarró el balón desde el primer minuto. Aunque mirando con el rabillo del ojo para evitar esas venenosas contras de las que tanto les había hablado su técnico desde que se marcharon de Villarreal. 

La bala de Rodrigo

El equipo tuvo la pelota, sí, pero a Bürki, el portero local, ni siquiera le obligaron a tirarse al suelo en la primera mitad. Costa, a pesar de estar falto de chispa y ritmo por su parón, asustó con algún desmarque e incluso hizo temblar a Diallo. Y Griezmann y Lemar se dedicaron a lo que más les gusta: poner sus pinceladas al asunto. Porque ellos tienen un vocabulario muy diferente al del resto. Pero, como ya se ha escrito, el único que tiró a puerta fue Witsel. Lo hizo dos veces y una fue dentro.
Y entonces, apareció él. Rodrigo o Rodri, igual da. Una de las balas que aún escondía Simeone. Y no por su potencial ofensivo. Él, con la camiseta por dentro, transmite calma y cordura a todos los que le rodean. Esas buenas vibraciones fueron liberando uno a uno a sus socios de la medular. Sobre todo, a Saúl. Un alma que cuando vuela libre, como hace en la selección, es capaz de disfrazarse de cualquier cosa. 
De sus botas, de la zurda concretamente, salieron los primeros destellos del Atlético. Tres disparos en apenas un cuarto de hora, uno de ellos, magistral, acabó en la cruceta. La liberación de Saúl, por culpa de Rodrigo, fue también la liberación de su equipo, que empezó a convencerse de que era posible salir del temible ring del Borussia con algo en los bolsillos.
Pero fue una llama que acabó apagándose por sí misma. Primero porque Correa, el ángel que tantas veces ha cuidado a Simeone, mandó al banquillo a Saúl, que parecía un gigante cada vez que se asomaba al área contraria. Y, sobre todo, porque en uno de esos relámpagos, Guerreiro acabó cegando al Atlético. Un contragolpe perfecto enterró cualquier esperanza, mientras el Muro se desataba a la espalda de Oblak, consciente de que nadie iba a mancillar su pradera. Ni siquiera Correa, que mandó un balón al palo. Tampoco Griezmann, cuando pensó que la portería era suya. 
Aún llegarían dos zarpazos más, para completar una de las noches más oscuras en la reciente historia de los rojiblancos en Europa. La peor derrota desde la llegada de Simeone, aquella semana navideña de 2011. El Atlético se marchó cabizbajo, pero, a pesar del revolcón, tranquilo porque los octavos no peligran.

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