jueves, 1 de octubre de 2020

RECUERDO DE RINGO BONAVENA, EL GLADIADOR HONESTO por CLARÍN, Buenos Aires


1970 Dejó la imagen de gladiador honesto 

El 7 de diciembre de 1970 es una fecha que quedará marcada a fuego en la historia del boxeo argentino. Dos bravucones, dentro y fuera del ring, se enfrentaron en el mítico recinto del Madison Square Garden: Oscar “Ringo” Bonavena iba por una hazaña “imposible” frente al más grande peso pesado de la historia, Cassius Clay. 



Y lo enfrentó con el coraje acostumbrado, llegó a dominarlo por momentos… hasta sucumbir momentos antes del final, tres caídas que sentenciaron el KO en el round 15. En nuestro país, la televisación alcanzó un rating superior a los 70 puntos, cifra que sólo podría superar –dos décadas más tarde- el partido entre Italia y la Argentina por el Mundial de Fútbol.

 Por David Sbarsky (Comentario del enviado especial de Clarín, publicado el 8-12-1970) 

NUEVA YORK (Enviado especial). Aquello fue contagioso. Oscar Bonavena derrotado por primera vez en su vida en forma drástica recibía una calurosa ovación. Sus lágrimas de guapo, sus lágrimas de hombre, ponían más patetismo a esa pintura. El núcleo de argentinos era, sin embargo, nada más que el propiciador de esa euforia. Una mínima parte de esa multitud que lo aclamaba. Los norteamericanos también sabían reconocer su generoso trabajo, más allá de esa derrota, lógica en la suma de puntos, pero totalmente inesperada en cuanto a esa definición abrupta.

 Quizá como nunca, una derrota así colocó en triunfo al perdedor. Obviamente, Bonavena respondió totalmente a lo que de él esperábamos. Salvo en las tres primeras vueltas, donde su ataque careció de ideas, desordenado y nervioso, toda la pelea la hizo con su capacidad al máximo.

 En aquel lapso, dudamos de presenciar lo esperado. Incluso nuestro compatriota. Torre, mansamente aceptaba toda la gama de recursos ilícitos del adversario que ciertamente llegó a ridiculizarlo más de una vez, era el precio que pagaba al proceso interior que vivía y que exteriormente se denotaba en la dureza de sus movimientos, en los labios apretados. Parecía, por entonces, que nuestra apreciación previa estaba equivocada. 

Clay era más de lo previsto y a Bonavena lo habíamos sobrevalorado. 7 de diciembre de 1970: Clay vs Bonavena en el Madison Square Garden Mas el devenir, nos devolvería la confianza. Clay -ya en el cuarto asalto- comenzó a sentir el esfuerzo. Aunque dominador, en posición de maestro ante un alumno solo empeñoso, su cuota de aire comenzó a escasear. Pero no fue solo eso.

 En el rincón, Clancy había encontrado una fórmula. Ganar en la partida, sorprender. Y Oscar la aplicó al pie de la letra. Una izquierda larga llegó a la cara. Clay amarró. Estuvo así mucho rato. Era evidente que él, también comenzaba a pensar distinto. No era la cosa tan fácil. El simple esquema de Bonavena no podía ser sobrellevado sin riesgos. Replicó y tuvo ante su cara, nuevos impactos. Ganar el round, como lo hizo, fue importante para el argentino. Tenía un nuevo ritmo. (…) La emoción llegó a su clímax al comenzar el noveno asalto. Aunque no totalmente convencidos, los aficionados le otorgaron a Clay la posibilidad de resarcirse. 

De cumplir con la promesa del fuera de combate. Hubo silencio y de golpe, con el sonido de la campana, un murmullo expectante. 

Y allí Bonavena nos gratificó a todos. El también sabía que Clay le tenía firmada la sentencia y no le escapó al bulto. Puso, en dosis superlativa, esa fiereza sin la cual su fortaleza no hubiera significado nada. Pegó primero. Clay se sorprendió. Erró y cayó. Psicológicamente, es muy duro verse en el suelo, aunque no exista golpe. Quiso aumentar ritmo. Logró pegar. Pero allí estaba el gran Bonavena. Un argentino, que ya no pensaba en él, sino en todos nosotros, en todos ustedes. Los nervios lo ahogaron. Perdió el protector. Pero se plantó, golpe a golpe, fue llevando a Clay. Esa fue la última pauta que necesitó Clay para conocer totalmente a Bonavena. Se resignó a soportar, después, el ataque lento, pero sin pausas de nuestro compatriota. Oscar estaba “en caja”, haciendo lo suyo. No le alcanzaba para dar vuelta la pelea, pero le sobraba para justificar todo lo que había dicho, cuando siguió el juego a la promoción verbal (…)
 La gran virtud del argentino, su guapeza, fue la que esta vez lo echó todo a perder, desoyó consejos, quiso insistir. La pelea estaba ya “muerta” y él quería revivirla. Lo consiguió muy a su pesar. Se jugó de gusto, guiado por su temple, por su espíritu. La izquierda en “cross” lo tocó neto en la barbilla. Fue al piso. Fue el gol en contra a los 44 minutos. Olvidemos las dos caídas siguientes y pasemos por alto la debilidad de Mark Conn, que no mandó a Clay al rincón neutral… Así cayó Bonavena. Lamentable desenlace. Aunque sepamos, aunque estemos convencidos que en nada lo perjudica. Pudo haber especulado, perdía por puntos y todos conformes. Pero esa conformidad no le alcanzaba, no era para él. Mientras la aguja no cumpliera el ciclo de los 3 minutos, él estaba allí para hacer lo suyo. Un “lucky punch” derrumbó su físico. Empero, ese mismo golpe no pudo derribar su imagen de gladiador honesto. Guapo a carta cabal. 

El Madison, el mundo todo, lo vio caer. Fue una cosa fugaz. Inmediatamente, esos mismos ojos lo devolvían al sitial de “los elegidos”. Porque “los elegidos” tienen honor.

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