El tiro de pistola se ha convertido en un misil devastador. Si el Barcelona FC ha sido una palanca fundamental para insuflar ánimo al independentismo (después de ir al palacio de El Pardo a ofrecer al dictador todos los honores imaginables), tras descubrirse la corrupción el mundo entero, asombrado, empieza a conocer de primera mano todo el detritus que alberga una Cataluña podrida y sin futuro.
Incluso, un periquito rabioso y generalmente bobalicón (eso sí, con ínfulas de gran estadista como el Rufián más genuino) se está llevando las manos a la cabeza porque los pagos al presunto corrupto Negreira tienen la virtualidad cósmica de poner sordina a unos bravucones de salón.
Con toda la potencia mundial de la que es capaz el fútbol, el orbe entero no habla de otra cosa. Durante lustros, décadas y casi siglos, los acomplejados secesionistas se han referido al palco del Santiago Bernabéu como a una especie de cloaca donde interesa todo menos el deporte. La falacia se ha vuelto boomerang y si este país fuera un país decente (que lo dudo) -además de la UEFA y la FIFA- el que es más que un club ya estaría en la liga del Alcoyano o la Arandina, que es el equipo de mi pueblo.
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