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domingo, 8 de abril de 2018

EL BEISBOL DE MIS RECUERDOS (4) Víctor José López LAS TRANSMISIONES RADIOFÓNICAS , CUANDO LA PELOTA ERA CUESTIÓN DE HONOR NACIONAL



No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró  lo que vio: multitud en busca de ídolos en busca de multitud, rencor sin rostro y sin máscara, adhesión al orden, sombras gobernadas por frases, certidumbre del bien de pocos consuelo de todos (sólo podemos asomarnos al reflejo), fe de la durabilidad de la apariencia, orgullo y prejuicio, sentido y sensibilidad, estilo, tiernos sentimientos en demolición, imágenes que informan de una realidad donde significan más las imágenes, represión que garantiza la continuidad de la represión, voluntad democrática, renovación del lenguaje a partir del silencio, eternidad gatada por el uso, revelaciones convencionales sobre ti mismo, locura sin sueño, sueño sin olvido, historia de unos días.

CARLOS MONSIVÁIS/ Día de guardar.



El 22 de octubre de 1941 se disputó en La Habana el juego decisivo por el Campeonato Mundial de Beisbol, entre la novena anfitriona, Cuba, y Venezuela. Cuenta El Pollo Malpica (Historias de Beisbol, las que me contaron y las que viví) que “parecía que se iba a disputar la supremacía mundial de aquel país. (Cuba) Los negocios cerraron a las once de la mañana, los medios de comunicación ya no hablaban de la Guerra Mundial sino de béisbol, y sobretodo  del juego a efectuarse ese día”. Fue un día muy importante en La Habana, y el más importante en toda Venezuela. 
Cuba era la superpotencia del béisbol aficionado, tenía equipos en las Ligas Negras, New York Cubans, de Alejandro Pompez,  donde brillaron sus mejores peloteros como Carlos y Heberto Blanco, Sungo Carrera, Perucho Cepeda,  el boricua de Coamo, Pancho Coimbre, Carlos Colás, q quien en la temporada 50 – 51 reforzó las filas patriotas del Venezuela de Yanesito,  Silvino Ruiz y el dominicano Tetelo Vargas. Tuvo representación en las Grandes Ligas, con más de una veintena de peloteros  como El Jíbaro González, Senadores, Chicho Hernández, catcher de Cachorros, Jack Aragón y Oberto Ortíz. Estos dos últimos subieron a la gran carpa aquel año de 1941, convirtiéndose en los grande ligas 25 y 26 de Cuba. Eso sin contar la constelación que jugaba en las Ligas Negras, donde militaba Martín Digo considerado el mejor peloteros de todos los tiempos. … ¡Y sus torneos “amateurs”, mucho más importantes que el deporte profesional! 
Estos cubanos, “amateurs” colocaban en la lomita a lanzadores como Rodolfo Fernández,  quien en el Estadio  La Tropical de La Habana se dio el lujo de dominar desde la lomita a Gigantes de Nueva York y Dodgers de Brooklyn.
Entonces, sí era una cuestión de honor para los cubanos  vencer a Venezuela, y, sobre todo, derrotar al Chino Canónico que ya en el torneo había dominado a la selección de Cuba ( 4 x 1), como lo había hecho con Puerto rico (12 x 1), México (5 x 2) y Panamá (4 x 1).

LA RADIO Y LA INFLEXIÓN

Venezuela en 1941 aún llevaba en las hombreras el polvo de la terrible dictadura de Juan Vicente Gómez. Era un pueblote que salía de la Edad de las Tinieblas, y como algunos han señalado con acierto los venezolanos recién nos despertábamos al alba del Siglo XX. Hombres de avanzada, como Jesús Corao y Abelardo Raidi, se atrevieron emprender la aventura de la participación de la Serie Mundial en Cuba, contando con la complicidad de Herman “Chiquitín” Ettedgui quien en 1940 estaba en La Habana, participando en la Conferencia de Cancilleres. Aunque “Chiquitín” no estaba autorizado a comprometer a Venezuela en III  Mundial de Beisbol Amateur, se arriesgó. Los cubanos felices inscribieron a Venezuela en el torneo, y en Caracas la noticia fue respaldada por el gobierno. Corao, con influencia en el gobierno de Medina y Raidi, con el Circuito Morales y Raidi, del que era socio el tío de Abelardo,  comenzaron acciones importantes. Se hizo una campaña popular para la recaudación de fondos para el viaje, ya que el doctor Uslar Pietri, a la sazón Ministro del Interior, se había opuesto a sufragarle los gastos a la selección de Venezuela restándole importancia al deporte. 
Al año siguiente se celebró el IV Mundial de Beisbol, y gracias a la buena actuación de los venezolanos en 1940 el viaje se organizó desde muy temprano. Los juegos se retransmitía desde La tropical de La Habana, donde narraban y comentaban los partidos para emisoras de Cuba Manolo de la Reguera, -célebre por aquellos del “fatídico 222”-, Pedro Galiana y Rafael Rubiera

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Venezuela fue uno de los primeros países latinoamericanos en utilizar la radio en transmisiones regulares. Los primeros intentos se remontan al año 1926, cuando una emisora, identificada con las siglas AYRE, fue instalada cerca de la esquina de El Tejar, en Caracas, con torres ubicadas en los corrales del "Nuevo Circo".

En esa época aún no se pensaba en la radio comercial y la empresa AYRE funcionaba por medio de un sistema de suscripción, alquilando aparatos al público. También aparecieron en el mercado pequeños receptores, los llamados "Radios de Galena", que contribuyeron a  popularizar los programas iniciales. Sus promotores fueron el capitán Arturo Santana y Roberto Sholtz, con el apoyo de José Vicente Gómez, hijo del general Juan Vicente Gómez.

Este primer esfuerzo radiofónico contó con animadores como Rafael Guinand y Alfredo Möller, y hasta con una orquesta dirigida por Pedro Elías Gutiérrez, el autor de Alma Llanera. Por razones económicas y presiones de índole política, esta emisora tuvo muy corta vida.

Los conocedores del medio han coincidido en señalar como gran década de la radio en Venezuela a aquella que abarca desde 1945, a raíz de los acontecimientos  políticos que le abrieron los caminos de la información y la opinión, hasta 1955, un poco después que llegara la televisión al país. Esto quiere decir que la radio mantenía enterada a la población en todo: música, noticias, deportes, hipismo, etc.
De esta década se recuerdan acontecimientos como "El Derecho de Nacer", radionovela que paralizaba la ciudad a las 6:30 de la tarde. El ídolo era "Albertico Limonta", representado por Luis Salazar; y junto a él se destacaban América Barrio y Olga Castillo. Esta radionovela, original de Félix B. Caignet, batió todos los records de sintonía, por la emisora RADIO CONTINENTE, entre 1949 y 1950.

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