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viernes, 26 de junio de 2020

MIKE MCCORMICK RECUERDA COMO ERA EL BEISBOL EN LOS AÑOS 1950S Y 1960S. Herb Fagen. Baseball Digest. July 1998. Pp 64 – 72.





 El antiguo ganador del premio Cy Young cataloga a Roberto Clemente como el “out más difícil” y a Hank Aaron como el “bateador más puro”.


  Ubicado orgullosamente en la sala del hogar de Mike McCormick en Sunnyvale, California, está un trofeo Cy Young de la Liga Nacional. Aún así, el antiguo zurdo de los Gigantes de San Francisco, quien ganó ese premio en 1967, siente que tuvo mejores años que ese en el montículo.
   “Cuando miro mi carrera soy el primero en reconocer que el año del Cy Young no fue mi mejor año. Fue un buen año. Pero tuve dos o tres años cuando tuve marca perdedora que lancé mejor. No conseguí el triunfo, o el relevista no salvó el juego. No hacían las jugadas cuando las necesitaba. Hay muchas cosas que no puedes controlar. Lo sé. Los fanáticos no necesariamente lo saben. Y las marcas no lo muestran”.
   La carrera beisbolística de McCormick es interesante e inusual. Un fenómeno en la escuela secundaria en su lar nativo del sur de California, debutó en las mayores cuando solo tenía 17 años de edad en 1960, a los 20 años ganó el título de efectividad de la Liga Nacional y a los 21 ya había lanzado en dos juegos de estrellas. Algunas personas de beisbol empezaban a llamarlo el nuevo Warren Spahn.
   Entonces una serie de lesiones detuvo su meteórica carrera con los Gigantes. Al haber acumulado 54  victorias para cuando tenía 23 años de edad, los Gigantes sintieron que ya lo había dado todo, y en 1963 lo cambiaron a lo Orioles de Baltimore. En cuatro temporadas con los Orioles y los Senadores de Washington, ganó solo 24 juegos. Regresó a los Gigantes en 1967, y en una de las mejores temporadas de regreso, capturó el premio Cy Young de la Liga Nacional al liderar al viejo circuito con marca de 22-10.
  McCormick nació en Pasadena, California, el 29 de septiembre de 1938, y creció en Alhambra donde se convirtió en uno de los atletas más destacados del estado en la escuela secundaria.
  “No estoy seguro de recordar exactamente mi marca en la secundaria, porque eso ocurrió hace mucho tiempo. Pero si tuviese que escoger un número diría que fue algo como 40-2. Creo que todavía mantengo varios records de pitcheo en el sur de California, aun después de todos estos años. En un juego de playoff ponché 26 de 27 bateadores. El hecho de que ahora los pitchers no juegan los nueve innings, hace muy difícil que rompan ese record”.
   Originalmente, los dos equipos que mostraron más interés en McCormick fueron los Piratas de Pittsburgh y los Yanquis de Nueva York. Era tan buen lanzador que su entrenador de secundaria le consiguió la oportunidad de lanzar la práctica de bateo de los Hollywood Stars, el equipo filial AAA de los Piratas en la Pacific Coast League.
   En Nueva York fueron los campeones mundiales, los Yanquis quienes estuvieron interesados inicialmente en McCormick y no los Gigantes. Todo se detuvo porque como los Yanquis eran los perennes campeones mundiales, rechazaban hablar de bonos con los jugadores jóvenes de gran potencial.
  “Los Yanquis no le ofrecían bonos a nadie en aquellos días. Eran los Yanquis de antaño, y sentían que era un gran prestigio pertenecer a su organización, por eso no tenían que darle dinero a los jóvenes. Así que no tomé en serio esa oferta porque si no había bono, tenía la oportunidad de ir a la universidad con una beca”.
  En agosto de 1956, dos meses después de graduarse en la secundaria, McCormick firmó con los Gigantes de Nueva York. “Ni siquiera tenía la mayoría de edad en ese momento, mi papá tuvo que firmar por mí”, recuerda.
  Ocurrió que fue escogido para representar a la ciudad de Los Angeles en el juego de estrellas Hearst. Su compañero de cuarto en ese juego fue un adolescente de Georgia llamado Ron Fairly. El juego se efectuó en Polo Grounds y McCormick fue seleccionado jugador más valioso. Los Gigantes lo vieron jugar y les gustó lo que observaron. Dos semanas después le hicieron una oferta y él se unió al equipo.
   El día del trabajo de 1956, McCormick de 17 años lanzó su primer juego de grandes ligas ante los Filis de Filadelfia.
  Entré a relevar un inning. Le lancé a Del Ennis, Jim Greengrass y Stan Lopata. Nunca olvidaré eso. Todos batearon roletazos a segunda base. Lanzaba una recta retadora. Cuando andaba bien, los bateadores derechos bateaban muchos roletazos hacia mi en el montículo o por segunda base. Era lunes. El manager Bill Rigney me dijo: “Hijo vas a abrir el juego del miércoles por la noche contra los Filis”.
  “Quince minutos antes del juego me dijo: ‘Aquí tienes la pelota ¡Calienta!’ Yo estaba muy nervioso. Pienso que lancé tres o cuatro innings y concedí cinco boletos. No perdí. No sé si perdimos ese juego. Pero no fue exactamente un emocionante primer juego el que lancé.
  McCormick lanzó en tres juegos para los Gigantes en 1956. Tuvo dos aperturas, lanzó seis innings y dejó marca de 0-1.
  El año siguiente, 1957, fue la última temporada de los Gigantes en Nueva York. McCormick apareció en 24 juegos. Inició cinco juegos para una marca de 3-1. Sus tres triunfos permanecen como el tope para un pitcher de 18 años de edad en la historia de la Liga Nacional. Bob Feller, quien ganó nueve juegos para los Indios de Cleveland con 18 años de edad en 1937, tiene la marca de las grandes ligas.
   Los Gigantes de 1957 fueron dirigidos por Bill Rigney y terminaron sextos con marca de 69-85. Era un equipo de veteranos con poco poder. Willie Mays comandó la ofensiva con .333 de promedio al bate, 35 jonrones y 97 carreras empujadas. La única otra amenaza ofensiva de esa temporada fue Hank Sauer, de 40 años de edad, quien ganó los honores del premio regreso del año en la Liga Nacional al despachar 26 cuadrangulares y empujar 76 carreras en 378 turnos al bate.
   “Uno de mis grandes disgustos de ese año fue que tuvimos asistencias muy pobres”, recuerda McCormick. “Había juegos cuando te sentabas en el dugout y sentías que podías contar a los asistentes. Cuando anunciaron que el equipo se iba, la asistencia se derrumbó. La excepción ocurría cuando jugábamos ante los Dodgers. Recibí el cambio con los brazos abiertos. Porque eso significaba que iba de regreso a casa. Aunque no a Los Angeles, estaba regresando a  California”.
   Las cosas también cambiaron para los Gigantes. Jóvenes jugadores como Orlando Cepeda, Willie Kirkland, Felipe Alou, Jim Davenport y Leon Wagner, llegaron al equipo en 1958. McCormick estaba en una rotación de abridores que incluía a Johnny Antonelli, Rubén Gómez y Al Worthington. McCormick inició 28 juegos. Su marca de 11-8 incluyó dos blanqueos. Esa temporada los Gigantes mejoraron a 84-70, al terminar terceros detrás de los Bravos de Milwaukee y los Piratas de Pittsburgh.
  “Jugamos en Seals Stadium los dos primeros años”. Recordó McCormick. “San Francisco dio una gran bienvenida a los Gigantes. El primer día hubo un desfile. Fue el desfile más grande desde el fin de la segunda guerra mundial, con serpentinas y confetti. Había una gran diferencia respecto a la atmósfera de Nueva York. Nunca vi a Nueva York en sus mejores días. Pero esto era emocionante. Era un equipo nuevo. Era una ciudad nueva. Teníamos el estadio lleno casi todos los días”.
  En 1959 McCormick apareció en 47 juegos con marca de 12-16. Se redondeó el mejor cuerpo de pitcheo que los Gigantes habían tenido desde los días de Sal Maglie y Larry Jansen en 1951. La rotación incluía a Sam Jones (21-15), Johnny Antonelli (19-10) y Jack Sanford (15-12).  Solo McCormick, el relevista Stu Miller y Willie Mays sobrevivían del equipo que salió de Nueva York en 1957.
   Lo gigantes finalizaron terceros en 1959 con marca de 83-71. Batallaron todo el año. Los Bravos de Milwaukee y los Dodgers de Los Angeles igualaron al final de la temporada con marca idéntica de 86-68. Los Dodgers se apoderaron del banderín de la Liga Nacional al vencer en los dos primeros juegos del playoff postemporada.
   El año de 1959 también significó la llegada de Willie McCovey al uniforme de los Gigantes de San Francisco. Participó en 52 juegos, en 192 turnos al bate conectó para promedio de .354 con 13 jonrones y 38 carreras empujadas. Fue nombrado novato del año de la Liga Nacional, el mismo premio que había ganado su compañero Orlando Cepeda en 1958.
  “Fui el pitcher en el primer juego de Willie McCovey con los Gigantes”, recuerda McCormick. “Ahí bateó de 4-4 ante Robin Roberts y yo me apunté el triunfo en trabajo de nueve innings”.
 Los Gigantes estaban llenos de talento, gran talento beisbolero. Pero en cuanto a habilidad, nadie se le acercaba a Mays, insiste McCormick.
   “No siento otra cosa sino admiración por Willie Mays. Willie siempre jugaba cuando yo lanzaba. Él participaba en juegos diurnos luego de haber jugado la noche anterior, hasta cuando mi carrera estaba bien  avanzada. Yo tenía mucho respeto por sus habilidades. Aún así, él no era un líder en el estilo del capitán del equipo. Willie era un tipo muy tranquilo. Pero en cuanto a talento natural, era el mejor día tras día”.
   En 1960, los Gigantes tuvieron nuevo hogar y nuevo manager. El equipo se mudó a Candlestick Park y Alvin Dark sustituyó a Bill Rigney en la dirigencia. Eso también marcó la verdadera madurez de McCormick como pitcher de grandes ligas. Jack Sanford y Billy O’Dell cayeron por debajo de .500 ese año, y Sam Jones lideró el cuerpo de lanzadores con 18 triunfos. Pero fue McCormick quien surgió como el lanzador principal de los Gigantes en 1960. El zurdo de 21 años de edad fue seleccionado para participar en el juego de estrellas con el equipo de la Liga Nacional.  Tuvo marca de 15-12, con 154 ponches y una efectividad de 2.70 que lideró la liga.
   “Candlestick era un estadio terrible”, recuerda él. “Pero me gustaba lanzar ahí, porque siempre estaba frío y nunca te cansabas. Durante el día, era desventajoso para los bateadores. No tenían un buen trasfondo en el  jardín central. Plantaron aquellos árboles que se iban a tomar como cincuenta años en crecer para tener un buen trasfondo. Oi quejarse a muchos bateadores. Mays y algunos de esos bateadores conectaban pelotas hacia el jardín izquierdo que debieron ser jonrones pero el viento mantenía la pelota dentro del parque. No me gustaba ver los juegos ahí, pero adoraba pitchear en Candlestick”.
   McCormick tuvo en buen año en 1961. Su marca de 13-16 no refleja la verdadera historia. Ponchó su tope de bateadores con 164, lanzó tres blanqueos, y tuvo efectividad de 3.20. Fue seleccionado para el juego de estrellas por segundo año corrido. A los 22 años de edad ya había alcanzado los cincuenta triunfos en grandes ligas, una marca de la liga que luego fue rota por Dwight Gooden.
  Lo mejor aún estaba por venir, o al menos así parecía. Era un brillante pitcher de grandes ligas, un zurdo de control consistente. Tenía una buena recta viva, y una buena curva. Más aún, solo en talento, los Gigantes eran clase aparte en la liga, una unidad ofensiva extraordinaria, con buena defensa y buen pitcheo.
   En 1962 los Gigantes y los Dodgers terminaron el año con marcas idénticas de 101 triunfos y 61 derrotas. Por segunda vez en cuatro años el título de la Liga Nacional fue decidió en una playoff postemporada de tres juegos. Esta vez los Giganteas vencieron a los Dodgers  en el playoff y batallaron hasta el último out del séptimo juego de la Serie Mundial antes de caer ante los Yanquis.
  Pero para McCormick, la temporada de 1962 estuvo afectada por el dolor y la tristeza. Un dolor en el brazo de lanzar limitó su tiempo de juego. Lanzó solo 98.2 innings con marca de 5-5. Su efectividad se disparó hasta 5.19.
   “Desde 1958 hasta 1961 había sido el pitcher número uno o dos”, recuerda él. “Y de pronto te das cuenta que no eres parte de esa temporada ganadora. Fue una situación dura. Fui parte de eso. Pero no una parte regular”.
  “En realidad me lastimé el brazo durante la temporada de 1961.  Estaba empezando a tener problemas con los hombros. Pero eso ocurrió en medio de la temporada, mi brazo estaba en buena forma y fui capaz de lanzar así. El receso entre 1961 y 1962 me lastimó. No ejercitábamos el brazo entre temporadas. Cuando llegué al entrenamiento primaveral no pude librarme de eso. Cualquier daño que me hubiese hecho era un obstáculo. Fue el disgusto más grande de mi carrera”.
  Aún así, el se las arregló para participar de la emoción y consiguió lanzar en el playoff.
    “No había lanzado mucho en septiembre, así que el manager Alvin Dark me trae a lanzar en el segundo juego. Era el cierre del noveno inning, un out, y Maury Wills en tercera base. Es el turno de Ron Fairly y lo pongo en dos strikes. Usualmente no lanzaba sliders pero mi brazo estaba tan mal que intenté lanzar uno. Fairly batea un elevado corto al centro. Mays no hizo su tiro típico. Probablemente porque Wills era el corredor. Mays apresuró su disparo y este fue desviado. Esa fue la carrera ganadora y la serie se igualó a un juego. Hice lo que debía. Pero no funcionó”.
  El brazo de McCormick estaba dañado y los Gigantes hicieron poco por tratarlo apropiadamente. “No tuve asistencia médica de los Gigantes durante el año. El equipo me envió a tomarme la placa de rayos X y el resultado fue negativo. Esa fue la última vez que un médico me vio. Esa fue la última atención que tuve del equipo. Billy Pierce lo estaba haciendo muy bien, igual que Juan Marichal. Jack Sanford estaba teniendo un gran año. Así que pienso que su actitud era, ‘¿por qué deberíamos preocuparnos por este tipo?’ Por supuesto, en aquel tiempo no había cirugía ortopédica”.
  En 1963, los Gigantes enviaron a Mike McCormick, Stu Miller y el cátcher John Orsino a los Orioles de Baltimore, a cambio de los pitchers Jack Fisher y Billy Hoeft además del cátcher Jimmy Coker. El propio McCormick admite que fue un relleno. De verdad pensaba que su carrera había terminado. Sin embargo, de alguna manera el cambio era una bendición. Los Orioles inmediatamente lo enviaron al Johns Hopkins donde le suministraron inyecciones de cortisona. Algo que los Gigantes no habían considerado necesario.
   “Todavía no estaba al cien porciento. Así que mi primer año en Baltimore fue más o menos para el olvido. Tuve algunos juegos buenos y otros tantos malos. Pero el hombro todavía me molestaba”, dice McCormick.
  En dos temporadas con los Orioles, McCormick tuvo marca acumulada de 6-10. Entonces en el entrenamiento primaveral de 1965 fue cambiado a los Senadores de Washington. Las cosas empezaron a cambiar lentamente. Tiene memorias agradables de sus dos años con los Senadores, y cálidas palabras para su manager Gil Hodges.
   “Gil fue un buen manager. Una de las cosas que me gustaban de él era que era un buen disciplinario, era muy estricto con las reglas. Si tenías que estar en el terreno a las cinco en punto, mas te valía no llegar a las 5:01. Podías decir que eso era mezquino, pero él era así con todos”.
 “Nos llamábamos ‘The Nasty Nats’. Bromeábamos acerca de ser un grupo de inadaptados. Teníamos tipos como Don Zimmer, Frank Howard, Dick Nen, Phil Ortega, una cantidad de exDodgers. Era un equipo divertido. Ciertamente no éramos contendores, pero éramos competitivos”.
  McCormick agregó un nuevo pitcheo a su repertorio con los Senadores. George Susce, el antíguo cátcher de grandes ligas, y coach por mucho tiempo, le enseñó a lanzar el screwball.
   “Siempre tuve buen control, y cambiaba bien las velocidades. Siempre tuve una buena curva. No tienes que lanzar strikes para ganar, pero tienes que ser capaz de lanzar strikes. Hay que recordar que los bateadores son muy ansiosos. No les gusta tomar boletos. Le hacen swing a muchos envíos malos. Pero si se está en cuenta de 3 y 1 o 3 y nada, entonces hay que ser capaz de lanzar strikes”.
   McCormick se unió a la rotación de abridores de los Senadores ocupantes del octavo lugar. Allí también lanzó algo de buena pelota. En 1965 tuvo marca de 8-8 con 3.36 de efectividad. En 1966, lanzó 216 innings con marca de 11-14 y 3.46 de efectividad.
   En 1967, McCormick fue enviado de vuelta a los Gigantes, quienes lo consideraban un presumible quinto abridor, un pitcher utilitario que podía asumir labores de relevo largo o corto. Lo que no imaginaban de haber obtenido a tan bajo precio, era a un ganador del premio Cy Young. “Los Gigantes querían mi experiencia. Esa era la razón exacta por la cual me querían de vuelta”, declaró McCormick.
   Pero el destino intervino. Los Gigantes jugaban un doble-juego en Cincinnati a principios de temporada. McCormick perdió el segundo juego. Aún así, él lanzó bien. El 6 de junio, su marca era de 3-4, trabajaba como abridor ocasional y relevista. Lo que ocurrió a continuación, él nunca lo olvidará.
  “Fuimos a Houston y o Bob Bolin o Gaylord Perry, no recuerdo exactamente quien, tuvo que perder una apertura. Así que el manager Herman Franks me dijo, ‘Mike, quiero que hagas esta apertura’. Le dije ‘Bien’. Lancé nueve innings en el Astrodomo y gané. Eso me permitió hacer otra apertura”.
  “Gané 11 juegos seguidos. Pasé de tener marca de 3-4 a hacer lo que suponía que hiciera. Debido a que alguien perdió su apertura, ahora no podían sacarme de la rotación. Terminé ganando 22 juegos e igualé a Jim Lonborg de Boston y Earl Wilson de Detroit como los pitchers más ganadores de esa temporada en las mayores”.
  McCormick tuvo marca de 22-10 en 1967 con 2.85 de efectividad. Completó 14 de 35 aperturas, lanzó cinco blanqueos, tres contra los campeones mundiales Cardenales de San Luis, y ponchó 150 bateadores. McCormick y Ferguson Jenkins fueron los únicos pitchers de la Liga Nacional que ganaron 20 juegos esa temporada. Cuando se hizo el escrutinio final, el ganó 18 de 20 votos de primer lugar para el trofeo Cy Young. Jenkins y Jim Bunning recibieron un voto cada uno. También recibió 73 votos y terminó sexto en la votación del jugador más valioso.
  Tuvo la distinción de lanzar al lado de Juan Marichal, uno de los verdaderos grandes del juego. Que Marichal nunca ganase el premio Cy Young, a pesar de una carrera de Salón de la Fama con seis temporadas de 20 triunfos, y tres años con 25 victorias o más, habla del alto nivel de pitcheo que había entonces.
   Los Gigantes terminaron en segundo lugar en 1967, con marca de 91-71. Esa fue la tercera temporada seguida que el equipo terminaba en la segunda posición. Herman Franks enfrentaba un gran dilema: ¿Quien debería ser el pitcher abridor de los Gigantes en el juego inaugural en la temporada de 1968, su zurdo ganador del Cy Young o Marichal su derecho superestrella cuya marca había decaído a 14-10 en 1967?
   “El año siguiente (1968), estoy en los jardines”, recuerda McCormick. “Herman se acerca trotando y dice. ‘No tienes problemas si pongo a Marichal a iniciar el juego inaugural ¿o si?’ Le dije que me estaba preguntando, que él era el manager. Dijo que no quería que Juan se quejara. En verdad, esa era la última cosa que Juan haría. Así que Marichal abrió y ganó 14-1 o un marcador tan ridículo como ese. Abrí el juego siguiente y perdí 2-1 en once innings. Lancé el juego completo. Eso fijó el tono de ese año. Juan ganó 26 juegos en 1968”.
  McCormick tuvo marca de 12-14 (3.58 de efectividad) con los Gigantes una vez más segundos de la Liga Nacional en 1968. En el primer año de juego divisional, 1969, McCormick tuvo marca de 11-9 (3.34 de efectividad) mientras los Gigantes terminaban segundos de los Bravos de Atlanta en el oeste de la Liga Nacional.
   Pero de nuevo las lesiones empezaron a pasar factura. “Empecé a tener problemas con la espalda en 1969. Eso empeoró progresivamente. En 1971 me tuve que someter a una cirugía en la espalda. Salí bien de la cirugía, y fui invitado al entrenamiento primaveral. En mi opinión personal, debí haber hecho el equipo. Pero en realidad, estaba seguro de que los Gigantes estaban pendientes de una palabra ‘riesgo’. Y había un gran ‘riesgo’, tener que pagar el contrato de trabajo si yo me volvía a lesionar. Entendí eso. Hubo un acuerdo que decía que si ellos no se manifestaban en cierto tiempo, yo renunciaría. Me despidieron”.
   McCormick terminó su carrera de grandes ligas lanzando diez innings para los Reales de Kansas City en 1971. Se retiró del beisbol con marca de 134 victorias, 128 derrotas y un porcentaje de juegos ganados de .511. Lanzó 23 blanqueos y 91 juegos completos. El prodigio adolescente de finales de los años 1950s, el único pitcher en la historia de la Liga Nacional en conseguir 3 triunfos a la edad de 18 años, el joven zurdo que ganó el título de efectividad a la edad de 21 años, y un premio Cy Young para regresar a la palestra a los 29 años de edad, fue forzado a retirarse a la relativa joven edad de 33 años.
   Mirando los años en retrospectiva, él considera a Roberto Clemente el out más difícil y a Hank Aaron el bateador más puro. “Clemente era muy poco ortodoxo. No tenía zona de strike, podía irse de 5-0 con pitcheos por todo el medio del plato y luego batearme de 5-5, conectando mi mejor pitcheo en la esquina inferior externa. Los tipos que me dieron más dificultades fueron esos pequeños bateadores como Dick Groat. Tuve más problemas con ellos que con los jonroneros”.
  “Debí haber caminado a Aaron más de lo que lo hice. Me lastimaba con los jonrones, no con su promedio de bateo. Mi punto es que el tipo que bateaba detrás de él, Joe Adcock, no me podía batear ni con una raqueta de tennis. Yo lo sabía. Adcock lo sabía. No puedo decir porque. Solo hay tipos así. Pero mi naturaleza competitiva nunca me dejaba caminar a Aaron”.
   Al comentar sobre pitcheo y pitchers, él coloca a Sandy Koufax y Juan Marichal como los mejores de su época.
   “Vi a Sandy lanzar cuando quería renunciar. Estaba muy disgustado con su control. Una noche en el Coliseo, detrás del plato, me dijo que iba a abandonar, que no podía soportar la presión. Había tratado y tratado y nada funcionaba. Entonces en un receso entre temporadas, todo encajó. Todavía comparo a Marichal con él. Al ver a Juan lanzar 40 veces por temporada, tengo que decir que fue el mejor que vi en mi carrera”.
   También rinde homenaje a un par de lanzadores que lo impresionaron mucho. . Warren Spahn y Lew Burdette.
   “Tipos como Spahn y Burdette eran verdaderos maestros. Podían hacer muchas cosas con la pelota”.
   Al haber lanzado durante una época cuando el gran pitcheo estaba en la palestra, está desconsolado por el nivel del pitcheo de hoy.
   “Pienso que hay dos cosas que han matado al pitcheo: Una es la pistola de radar. Se toman decisiones basadas en cuan duro lanzan las personas. Ya no se lanza más con inteligencia, y eso es debido a la pistola. Si un tipo lanza a 83 millas por hora y hace out a todo el mundo, ellos dicen que no está lanzando lo suficientemente duro”.
   “La otra es el entrenamiento con pesas. Pienso que la mejor forma para que un pitcher fortalezca su brazo es lanzar. Estos tipos desarrollan sus músculos y estos se hacen rígidos. Ahora tienen más lesiones de las que nunca tuvieron. Ahora nunca se ve a los jóvenes lanzadores lanzar pelotas con los jardineros”.
   Acerca de cómo mejorar el juego de hoy, él ofrece un par de remedios sensibles. “Buscaría una manera para disminuir la libre agencia. Y me alejaría de los contratos de larga duración. No más de dos años como máximo”.

   Traducción: Alfonso L. Tusa C. 23 de junio de 2020.

miércoles, 24 de junio de 2020

Maradona, a 30 años del 1-0 ante Brasil en Italia '90: “Esa Selección fue diez mil veces más guapa que la del 86”

Entrevista exclusiva

El Diez hace un repaso de un Mundial
 que tuvo de todo. 
“Ganarle a Brasil
fue lo más hermoso, 
pero no traer la Copa
 fue lo más feo”, analizó.

Diego Maradona tomando mate y reviviendo anéctodas imperdibles sobre el Mundial de Italia 90. (Foto: Gentileza Diego Maradona).
Viernes 31 de diciembre de 1999. Habitación del hotel Cristóforo Colombo, en Palermo, con una mesa de pool y marcas de pelotazos en las paredes. Dieciocho y treinta marca el reloj… El Zoilo Horovitz (fallecido reportero gráfico que también trabajó en El Gráfico, La Nación y junto a Les Luthiers) dispara su Nikon como una ametralladora. El personaje está haciendo jueguito con una copa de champán en su frente. “El mejor deportista del siglo fui yo”, me dice –firme e impactante, como siempre- en una de las tantas entrevistas exclusivas donde dejaba su sello polémico. Si no, no se llamaría Diego Maradona, claro. “¿Maradona o Fangio?”, fue la pregunta. “Maradona, sin duda. Yo defiendo mi Deportista del Siglo con todo lo que hice en veintipico de años (jugó desde 1976 hasta 1997). A los que hablan de Fangio les digo que no vieron una carrera de él. Después, todos tenemos miserias y debilidades. Si le tenemos que dar el premio a Fangio porque está muerto, yo estoy vivo. Corrí durante millones de minutos en todas las canchas del mundo. Y me acompañó la televisión. Cualquier chico puede hablar de Maradona porque lo vio. A los que quieren armar polémica, que pasen por casa que les muestro los trofeos”.
"El mejor deportista del Siglo soy yo", le dijo Maradona a Clarín en el ultimo diaa del milenio. (Foto: Clarín/Gerardo Horovitz).
"El mejor deportista del Siglo soy yo", le dijo Maradona a Clarín en el ultimo diaa del milenio. (Foto: Clarín/Gerardo Horovitz).

sábado, 20 de junio de 2020

CUANDO CESAR GUTIÉRREZ BATEO DE 7-7 CON LOS TIGRES DE DETROIT. Alfonso L. Tusa C. © 19 de junio de 2020.



Todavía recordaba la portada de la revista Sport Gráfico: “Tigre aquí y Tigre allá”. Lo que nunca recordé con precisión fue si Cesar Gutiérrez aparecía con el uniforme de los Tigres de Aragua, el de los Tigres de Detroit, o si era una dicotomía de fotografías donde aparecía con ambas camisetas. 





 Gutiérrez había debutado en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional en la temporada 1960-1961 con los Leones del Caracas luego pasó al Magallanes a mediados de la justa 1964-65, y llegó a los Tigres de Aragua a principios de la campaña 1968-1969. En tanto que en el beisbol organizado de Estados Unidos, Gutiérrez firmó con la organización de los Gigantes de San Francisco y debutó en las mayores en 1967, fue cambiado a los Tigres de Detroit a finales de la temporada de 1969. En 1970 el manager Mayo Smith le dio la oportunidad de ser campocorto regular y Gutiérrez la aprovechó porque supo combinar una defensiva solvente con los requerimientos mínimos ofensivos exigidos a un campocorto.

   Gutiérrez había terminado la temporada de ligas menores con el Phoenix AAA y como siempre se preparaba para viajar cuanto antes a Venezuela, entonces recibió una llamada de la oficina de los Gigantes de San Francisco y le comunicaron que había sido cambiado a los Tigres de Detroit y ese equipo quería que se presentara en Tiger Stadium. Gutiérrez empezó a estudiar la situación y se dio cuenta que con los Tigres si iba a tener más oportunidades de jugar con el equipo grande. Ese septiembre jugó casi veinte encuentros con Detroit y empezó a sospechar que venían cosas muy buenas, principalmente porque al manager le había gustado su desempeño en el campocorto y también estaba conforme con sus habilidades con el madero. Tal era el ánimo de Gutiérrez que tuvo su mejor temporada hasta ese momento en la liga venezolana al batear para .279, con 50 imparables, 20 carreras anotadas y 10 empujadas. Se notaba que era un jugador muy distinto al que se había visto hasta ese momento.

  Mientras se vestía para aquel juego del domingo 21 de junio de 1970 en el Municipal Stadium de Cleveland, Cesar Gutiérrez  saboreó un caramelo relleno de coco en el club house. Eso le trajo recuerdos de Cabimas, de cuando salía a vender conservas de coco que hacía su hermana. Ajustó los cordeles de su guante y sonreía por todas las veces que había tenido que explicar que si había nacido en Coro, estado Falcón, pero lo habían llevado a Cabimas desde muy niño. Aquella tarde en Cleveland, el manager Smith alineó a Gutiérrez de segundo detrás del jardinero central Mickey Stanley y delante del inicialista Al Kaline. En el primer inning luego que Stanley negoció boleto, Gutiérrez despachó imparable a la derecha ante el debutante Rick Austin, lo cual permitió que Stanley llegara hasta la antesala. Kaline roleteó por tercera y Stanley fue forzado en el plato, por lo cual el bateador se embasó por fielder’s choice mientras Gutiérrez pasaba a la intermedia. Willie Horton recibió boleto para llenar las bases. Jim Northrup la rodó por el montículo, Gutiérrez anotó mientras Northrup era retirado de pitcher a primera. Maddox terminó el inning ponchándose.

 En el cierre de ese episodio los Indios explotaron al abridor Kilkenny con jonrones de Tony Horton y Chuck Hinton para pasar adelante 5-1, vino a relevar Patterson.
  En el segundo inning Ted Uhlaender despachó otro cuadrangular que puso el marcador 6-1.
  Gutiérrez sonreía en el círculo de prevenidos mientras observaba como Stanley se ponchaba. Recordaba los días en Cabimas cuando jugaba en el equipo juvenil donde Victor Davalillo era dueño, cuarto bate y novio de la madrina, él apenas si veía el juego porque era pequeño para esa categoría. Entonces se cuadró en la caja de bateo y largó sencillo a la izquierda. Luego anotó amparado en el jonrón de Kaline. Willie Hortón sencilleó a la izquierda y Northrup la sacó para poner el juego 6-5. Dennis Higgins relevó a Austin y retiró a Elliot Maddox en elevado al campocorto y a Brown con ponche cantado.

  Aunque no le gustaba hablar ni pensar en eso Gutiérrez empezó a recordar escenas difíciles que había experimentado en la última temporada de beisbol profesional venezolano. Mientras tomaba su madero de la batera de pronto volvía a sentir el impacto de una batería de linterna en la cabeza que recibió en el estadio de Barquisimeto luego de atrapar una buena línea de José Tartabull que llevaba etiqueta de imparable. Dio dos manotazos sobre el casco cuando se encaminaba a tomar turno en la parte alta del quintó inning. Se apuntó sencillo de piernas con rodado a las paradas cortas. Luego Kaline se ponchó. Willie Horton bateó imparable a la derecha que llevó a Gutiérrez hasta la intermedia. Northrup sorbió ponche cantado. Maddox entregó el out final con machucón que tomó el pitcher para retirarlo en primera. Cuando llegó al dugout y tomó el guante sentía con nitidez el impacto de la batería como si aun estuviese en el estadio barquisimetano.

   En el cierre de ese inning Ray Fosse descargó doble a la derecha y llegó hasta la antesala mediante passed ball del cátcher Jim Price. Luego anotó con el elevado de sacrificio de Tony Horton hacia el jardín central. Cleveland 7 – Detroit 5. Esa ventaja fue ampliada con una carrera adicional en el cierre del sexto inning, donde Fred Scherman entró a relevar. Craig Nettles soltó imparable a la derecha, pasó a segunda con toque de sacrificio de Higgins y a tercera mediante wild pitch de Scherman, desde allí anotó con elevado de sacrificio de Jack Heidemann al centro.
  Cuando Gutiérrez se ejercitaba para ser el primer bateador del séptimo episodio, vinieron imágenes muy movidas de una pelea, luego de un juego en Valencia tuvo que fajarse con cuatro fortachones que molestaban a su compañero de equipo en los Tigres de Aragua, Roberto Muñoz. Aún cuando recibió algunos golpes, se fajó con tanto coraje, que los tipos terminaron por abandonar. Quizás esa imágenes lo motivaron  a despachar doblete a la izquierda, desde allí anotó con jonrón de Northrup, para poner el marcador Cleveland 8 – Detroit 7.

   Mientras veía como sus compañeros atacaban al relevista Fred Lasher en el octavo inning, mediante doble de Gates Brown y sencillo de piernas de Stanley por tercera base que llevó a Brown hasta la antesala, luego que Norman Cash había emergido por Price para fallar en elevado de foul a la receptoría y Dick McAuliffe se había ponchado. Gutiérrez sonreía, imaginaba como sería aquel turno en Maracay, donde la temporada anterior los fanáticos le pedían tres hits si en el juego anterior había bateado dos, y si había conectado tres le pedían cuatro. Como respondiendo a aquel publico despachó sencillo a la derecha para traer a Brown al plato con el empate a 8 carreras. Cuando llegó a primera las imágenes de Gutiérrez se mudaron varias temporadas atrás cuando en un cierre del noveno o extra inning había decidido un juego a favor del Magallanes, ante los eternos rivales del Caracas, quienes también tenían una cuenta pendiente con Gutiérrez puesto que lo habían cambiado al Magallanes y eso en el beisbol no se perdona.

  En el décimo inning ya algunos de sus compañeros lo miraban muy atentos y hasta le deseaban buena suerte. Gutiérrez siguió pensando en Cabimas, en todos aquellos episodios de las conservas de coco y como el dinero de las ventas no cuadraba con las cuentas de su hermana. Entonces él confesaba que se había comido una o dos conservas, porque ella nunca le daba nada de las ganancias. Con esa sonrisa en los labios fue a batear ante Dick Ellsworth, luego del imparable de Don Wert y el elevado de McAuliffe a la izquierda. Esta vez se apunto sencillo de piernas por el campocorto, luego Kaline falló con rodado al cuadro y el juego siguió igualado.

  Hasta ese momento solo Wilbert Robinson, de los Orioles de Baltimore en la Liga Nacional el 10 de junio de 1892, había largado siete-siete en un juego de grandes ligas. Aunque Gutiérrez notaba cierta reverencia de sus compañeros, cierto misterio similar a cuando un pitcher está lanzando sin hits ni carreras, él prefería abstraerse en sus imágenes de Cabimas y en los episodios cómicos que había experimentado en la liga venezolana cuando jugaba para managers como Regino Otero o Alfonso Carrasquel. En la apertura del inning doce, Phil Hennigan entró a relevar por los Indios y McAuliffe salió con elevado a la izquierda. Stanley descargó jonrón para poner a ganar a los Tigres 9-8. Gutiérrez consiguió el séptimo imparable con línea al centro, luego resultó out en segunda base al intentar robar esa almohadilla. Kaline caminó pero Willie Horton elevó a la derecha. Timmerman completó un buen relevo en el cierre de la entrada para validar la victoria. Luego de felicitar a Stanley por su jonrón, Kaline abrazó y estrechó la mano de Gutiérrez, Horton chocó ambas manos abiertas con él y Northrup estuvo a punto de levantarlo en hombros. Al campo Gutiérrez estuvo impecable con cuatro asistencias y dos outs. Al batear de 7-7 estableció una marca para la Liga Americana e igualó la de las grandes ligas.
Alfonso L. Tusa C. © 19 de junio de 2020.