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jueves, 5 de noviembre de 2020

Lo que Europa podría aprender del fútbol colombiano en los años cincuenta

 


Siempre habrá críticos de una superliga de fútbol, aquellos que dicen que los obstáculos son demasiado grandes, que nunca podría realizarse. Excepto, por supuesto, los que recuerdan la vez que sí funcionó.

Credit...Allsport Hulton/Archive

A primera vista, los tres hombres sentados en una mesa del restaurante Embajadores en el centro de Bogotá, Colombia, parecían una comparsa poco común. Es verdad, todos eran más o menos de la misma edad, de veintitantos años. Además, mientras contaban sus aventuras, sus acentos delataban que los tres eran argentinos. Estaban muy lejos de casa.

Sin embargo, ahí terminaban las similitudes. Un miembro de la reunión era alto, rubio y siempre vestía de manera impecable. Se podría decir que Alfredo Di Stéfano era el atleta más famoso de Sudamérica; luego se convertiría en el futbolista más célebre de su generación. Fue un estatus que se tomó a pecho.

Por otro lado, sus invitados seguramente rayaban en lo desaliñado. Ernesto y Alberto eran médicos, pero habían viajado durante meses, en busca de la médula de Sudamérica en un par de motocicletas polvorientas y destartaladas, vivían de sus alforjas, a menudo dormían bajo las estrellas. Tenían los rostros barbados y las ropas desgastadas.

¿BUSCAS FÚTBOL? SUSCRÍBETE: Rory Smith, corresponsal de fútbol, tiene todo del balompié, desde los principales partidos hasta las ligas más pequeñas. Su boletín en inglés cubre las tácticas, la historia y las personalidades del deporte más popular del planeta.

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El amigo de un amigo los había puesto en contacto con Di Stéfano. Y, a pesar de su fama, no solo había accedido a reunirse con ellos, sino que también les llevó regalos: algo de yerba mate, la amarga bebida herbal que por alguna razón les gusta a los argentinos y —más importante— un par de boletos para un partido del día siguiente.

Después de todo, ese era el motivo por el que Ernesto y Alberto estaban en Bogotá. Los dos eran aficionados al fútbol y se habían tomado un descanso de su trabajo en Leticia, cerca de la frontera peruana, para hacer el viaje de horas hasta la capital y así poder ver al equipo más fascinante de la liga más fascinante del mundo. Estaban ahí para ver un juego de los piratas.

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Al verlo en retrospectiva, y al saber quiénes estaban sentados en la mesa, se puede percibir lo extraordinario de la escena, descrita de manera vívida en la biografía de Ian Hawkey sobre Di Stéfano.

En el viaje por Sudamérica, y particularmente en Colombia, uno de esos médicos iba a ser testigo de una desigualdad tan rampante que se convenció de la necesidad de un cambio social y, a la postre, una revolución violenta. Unos años más tarde, el mundo iba a conocer a Ernesto, el hombre de 24 años que le gorroneó un boleto a uno de los mejores jugadores de su país, como el Che Guevara.

No obstante, ese día, dentro del Embajadores, tan solo era un chico, un doctor, un aficionado. Si había un rebelde en esa mesa, ese era Di Stéfano.

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