«Una vez en la vida puede suceder: eso es el fútbol»... La frase memorable de Claudio Ranieri corrió de boca en boca en la gran noche azul de Leicester. El entrenador al que Mourinho llamó despectivamente «Zero Tituli» ha logrado la mayor gesta del fútbol británico en 21 años, desde aquella otra del Blackburn.
David vence a los Goliats de la Premier y sus camisetas se agotan en todo el mundo.
Los zorros son ya matemáticamente campeones, tras el empate del Tottenham frente al Chelsea el lunes (2-2) y con el apoyo de esa vetusta, fea y multiétnica ciudad de 300.000 habitantes que es un poco como el equipo, algo así como la ONU de los descartes: argelinos, jamaicanos, japoneses, africanos, argentinos, daneses, polacos, croatas... y también británicos, como el indomable Jamie Vardy, el mozo de fábrica que jugaba en octava división y que ahora se codea con Sergio Agüero y Harry Kane por el pichichi británico.
Mientras en España siguen ganando los de siempre, en Inglaterra ha sucedido el milagro, que tiene su explicación prosaica y numérica, sin quitarle el mérito al método Ranieri y a su capacidad para crear un bloque sólido, inyectando sabias dosis de ambición y humildad.
En diciembre, cuando el Leicester City era ya el primero, Ranieri seguía diciendo: «Nuestra meta para esta temporada es conseguir los puntos suficientes para asegurar la permanencia. Primero vamos a lograr eso, y después ya hablaremos». En esas fechas arrojaba Mourinho la camiseta del Chelsea, hundido en la miseria por su arrogancia, traicionado por un equipo multimillonario que al arranque de temporada estaba valorado en diez veces más que la plantilla de los otros blues, a 160 kilómetros de Londres.
Las apuestas al arranque de temporada eran de 5.000 a 1 en contra. Es decir, si alguien apostó 100 euros a la machada de Leicester City, ayer recibió 500.000 euros. Lógica ante la historia de un club que ascendió de segunda hace dos temporadas y trepó hasta el puesto 14 en su regreso a la Premier, tras eludir la lucha por el descenso. Así es la Premier: una movilidad superior a la de otras ligas europeas, cimentada sobre todo en un reparto más equitativo de los derechos televisivos y en una mayor identificación popular con los clubes, al margen de rango y títulos.
Mientras el Chelsea ingresaba el equivalente a 127 millones de euros tras conseguir el título en la temporada 2014/15, el Leicester se llevaba 92 millones por quedar en mitad de la tabla (el doble de lo que percibieron el Alético o el Valencia ese mismo año). La vitola de equipo modesto también es relativa: los zorros se dejan en salarios 55 millones, algo que está tan solo al alcance de los cinco grandes en España.
Pese a haber estado una década languideciendo en la Segunda División, el Leicester City tiene un estadio blanquizazul y de Primera (32.000 espectadores), rebautizado hace cinco años con un nombre ajustado al futuro: King Power.
Hay quienes pueden pensar que la corona de las camisetas es un guiño a Ricardo III, el rey vilificado por Shakespeare y convertido ahora en héroe local, en reñida rivalidad con Ranieri. King Power se refiere más bien al Rey de Tailandia y es el nombre de una multinacional de los duty frees capitaneada por Vichai Srivaddhanaprabha, dueño y señor del Leicester City.
Todo club de fútbol con éxito suele tener detrás un multimillonario, como le pasó al Blackburn en 1995, impulsado por el magnate del acero, Jack Walker. «Pero el dinero no es siempre suficiente», asegura al Daily Mail Mike Newell, que fue parte de aquel Blackburn histórico y llegó a ser delantero del Leicester. «El dinero hay que saber gastarlo sabiamente, empezando por un entrenador capaz de atraer a los jugadores que él requiere (nosotros tuvimos a Kenny Dalglish). A partir de ahí ocurre una progresión, aunque lo sorprendente del Leicester es cómo el cambio ha ocurrido de la noche a la mañana, con el mismo bloque de jugadores».
Como el Deportivo cuando ganó la Liga del Milenio, el Leicester se ha beneficiado del pinchazo de los grandes, del Chelsea al Arsenal, pasando por las tribulaciones del United y del Liverpool. Tan sólo el Manchester City aguantó el tirón hasta el sprint final, hasta que se cruzó el revuelo por la llegada de Guardiola. En adelante la partida quedó en un personalísimo pulso entre dos sorpresas: el Tottentham de Harry Kane y Dele Alli y el Leicester de Jamie Vardy y Danny Drinkwater (los cuatro son ahora el referente obligado de la renovada selección inglesa).
Y eso por hablar de Riyad Mahrez, el jugador del año en la Premier y el primer africano en conquistar el título. Avistado por el scout del Leicester City, Steve Walsh, cuando jugaba en la liga francesa con Le Havre, decidió dar el salto a Inglaterra. Su fútbol de increíble visión y ligereza se ha abierto paso entre el fútbol fuerza, y así se explica también el milagro azul... «Todos creían que mi estilo era más apropiado a la liga española». Eso que nos perdimos.
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