Un deporte mesoamericano que mantiene vivas una cultura y una lengua
Cada domingo, los hombres se reúnen en un campo abierto que se encuentra dentro de una zona recreacional del valle de San Fernando, en California, y ponen gis en el suelo polvoso para dibujar las zonas usadas en un juego que ha sido un ritual semanal para muchos de ellos prácticamente desde que son niños. Cuando el trazado queda listo, estos hombres y otros que se terminan sumando forman equipos y calientan lanzándose una pelota de caucho de unos 2,5 kilogramos.
Un domingo reciente, uno de ellos, Jorge Cruz, de 39 años, levantó en el aire un guante adornado con estoperoles y otras ornamentaciones. Volteó a ver a sus compañeros de equipo y les preguntó en zapoteco, una lengua indígena oaxaqueña: “¿Están listos?”. Después hizo rebotar la pelota en una losa de cemento para hacer el saque y la golpeó hacia el equipo rival.
Así comienza un juego de pelota mixteca, el cual, según sus jugadores en California, se originó hace cientos de años en Oaxaca, México; algunos afirman que se trata de una variante de un antiguo juego mesoamericano, mientras que otros teorizan que derivó de un deporte europeo que se trajo al Nuevo Mundo. Sin importar su origen, no tiene como único propósito ser un pasatiempo: también es una forma de mantener viva la cultura de sus jugadores y sirve como una red para una comunidad de inmigrantes en toda la costa del oeste estadounidense. Incluso hay un torneo internacional.
“Mi papá me trajo aquí cuando tenía 17 años, pero ahora vengo por mi cuenta y traigo a mis hijos”, comentó Jorge Cruz, durante un descanso entre uno de los juegos. “Siempre me decía que esta era una de las maneras en que podíamos preservar nuestra cultura”.
Cruz no está solo. Cada semana, más de dos decenas de jugadores oaxaqueños que hablan zapoteco o mixteco viajan a los pasajuegos, como se conoce a los partidos, desde ciudades del sur y el norte de California, y cada uno hace el viaje al valle de San Fernando por muchas de las mismas razones.
El padre de Cruz, Reynaldo, de 71 años, le enseñó a su hijo el juego para preservar la cultura oaxaqueña y la lengua originaria de su familia. El mayor de los Cruz habla una lengua oaxaqueña conocida como valle y también habla zapoteco, una lengua que hablan unas 400.000 personas.
Debido a que la mayoría de los jugadores de la pelota mixteca vive en comunidades donde se habla español o inglés en vez de zapoteco, es menos probable que se transmita esa lengua a los niños oaxaqueños de segunda generación en Estados Unidos, o cualquiera de las otras lenguas indígenas que se hablan durante el juego.
“Suelen avergonzarse de hablar su lengua por el legado de racismo, el cual los obliga en ocasiones a ocultar y disfrazar sus identidades”, comentó Rafael Vásquez, de 37 años, un académico que trabaja en un libro sobre la etnicidad y el multilingüismo en México. “Cuando están en un lugar seguro, suelen sentirse más libres para hablar sus lenguas nativas”.
La mayoría de los hombres que juegan pelota mixteca son inmigrantes de primera generación que fueron parte de olas sucesivas de oaxaqueños que se instalaron dentro y alrededor de Los Ángeles a comienzos de los ochenta. Como Reynaldo Cruz, muchas de estas personas escogieron vivir en comunidades oaxaqueñas.
Para los jóvenes oaxaqueños de segunda generación en Estados Unidos, hablar lenguas indígenas en la escuela o en espacios públicos a menudo conlleva ser ridiculizados debido a los estereotipos negativos que hay sobre los mexicoestadounidenses, mencionaron los académicos.
“Muchos hablantes de español en México tienen bastantes prejuicios en contra de la gente que habla lenguas indígenas”, dijo Pamela Munro, profesora de Lingüística de la Universidad de California en Los Ángeles. “En México, el término indio conlleva un alto grado de prejuicio y una buena parte de este se traslada a los indígenas que viven en Estados Unidos”.
Además, algunas familias creen que aprender español en vez de sus lenguas indígenas ofrece más oportunidades económicas tanto en Estados Unidos como en México, según Vásquez.
Varios jóvenes oaxaqueños están haciendo un esfuerzo por revitalizar el uso de estas lenguas por medio de deportes como la pelota mixteca y de viajes frecuentes a Oaxaca. Esto les brinda un entorno libre del estigma o de la expectativa de adoptar por completo el español.
Con todo, la pelota mixteca tampoco provee el entorno perfecto para algunos integrantes de la comunidad, ya que no se ven mujeres en el campo de juego, y si las esposas de los hombres asisten a los partidos, por lo regular terminan cuidando a los hijos mientras sus maridos juegan.
Algunos de los jugadores consideran que las mujeres no pueden con la carga física del juego, señaló Paula Mota, estudiante de posgrado de 25 años de la Universidad Estatal de California en Northridge. Mota ha pasado tres años observando e investigando a este grupo de jugadores de pelota mixteca. Sin embargo, hizo notar que sí hay algunos equipos de mujeres en México.
Lo que hace casi veinte años comenzó como un juego entre residentes locales de Los Ángeles ha dado paso en años recientes a un torneo internacional. Hay jugadores que viajan desde lugares lejanos como Texas y Oaxaca dos veces por año para jugar en las competencias.
Otros jugadores —sobre todo personas que son migrantes indocumentados— utilizan las redes sociales creadas a partir de los juegos de pelota mixteca como una manera para compartir información útil con los miembros de la comunidad que enfrentan la amenaza de la deportación, sobre todo cuando viajan a los torneos o de regreso a sus ciudades.
De esa manera se difundían noticias por la comunidad como las dificultades de viajar a Arizona cuando en ese estado se aprobó la ley SB1070, una medida de 2010 para que la policía investigara obligatoriamente el estatus migratorio de personas a las que detenían o incluso a las que paraban por pasarse un alto si había “sospecha razonable” de su estatus. Como complemento a lo que se discute en los partidos en sí, la accesibilidad generalizada de las redes sociales ha significado que grupos de jugadores de pelota mixteca también sean una plataforma para establecer estrategias sobre, por ejemplo, rutas seguras de viaje.
La pelota mixteca se sigue jugando todos los domingos entre comunidades migrantes sin llamar mucho la atención, aunque ha atraído a una generación más joven de jugadores a las canchas. Ahora, cada fin de semana, Cruz lleva a los juegos a su hijo Jorge, de 15 años, y a su sobrino Miguel Ángel, de 9 años, como hacía su padre hace más de veinte años.
En esta ocasión, el peloteo terminó y Jorge Cruz hijo salió del campo para tomar un descanso del calor abrasador del valle de San Fernando.
“Me siento empoderado y emocionado de estar jugando el mismo juego que practicaron mis ancestros”, mencionó, mientras recuperaba el aliento. “Si algún día tengo hijos, también les voy a enseñar este juego para que no pierdan nuestra herencia”.
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