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viernes, 13 de julio de 2018

Los niños de la guerra no se rinden en el Mundial


El once inicial de Croacia, antes del inicio de la semifinal en el Luzhniki. ALEXANDER NEMENOVAFP

Toda una generación del fútbol croata triunfa a partir de los traumas
"Las victorias en el fútbol moldean la identidad de las naciones tanto como las guerras", aseguró el ultranacionalista croata Franjo Tudjman
Una vez zanjado el histórico triunfo frente a Inglaterra que colocó a Croacia por vez primera en la final de la Copa del Mundo, los futbolistas balcánicos no supieron bien qué hacer. Unos lloraban. Otros se empujaban. Hubo quien se revolcó sobre el suelo y quien pidió la presencia de sus hijos. Mandzukic, el autor del gol definitivo en la prórroga, ya se había olvidado de su golpe en la pierna y sólo se preocupaba de taparse la cara. Para que nadie reparara en sus lágrimas. Perisic, el hombre del partido, apretaba los puños y gritaba mirando a los hinchas. Rabia ante lo que él mismo definió como un sueño que llevaba 20 años esperando. Modric, el niño que jugaba con espinilleras de madera, apenas podía respirar. Caminaba agotado. Hasta que todos se pusieron de acuerdo y, ya frente al gol norte del estadio Luzhniki, buscaron la fotografía. Dos banderas croatas y la afición, en realidad un país, detrás suyo. 
Todos los futbolistas del combinado balcánico que jugaron contra Inglaterra vivieron de un modo u otro la Guerra de Croacia (1991-1995), donde el nacionalismo y el odio étnico mezclaron en una lucha por la independencia frente a Serbia. La brutalidad, el salvajismo y el asesinato masivo de civiles fue denominador común ante los delirios de los líderes de Croacia, Franjo Tudjman -quien alardeaba de su forma física y jugaba a fútbol-, y Serbia, Slobodan Milosevic. En el recuerdo, los grupos de paramilitares llegados desde Serbia y nacidos en las gradas del Estrella Roja de Belgrado. Como los Delije, comandados por el sanguinario Zeljko Raznatovic, conocido como el Tigre de Arkan.
No hubo mejor ensayo para la guerra que los viejos bancos de hormigón de los estadios. Tudjman fue el presidente del Dinamo de Zagreb antes de liderar la independencia croata. Los hinchas radicales del Dinamo fueron los primeros en ingresar en el nuevo y bisoño ejército croata. «Las victorias en el fútbol moldean la identidad de las naciones tanto como las guerras». Tudjman lo tenía claro. Los niños fueron quienes lo sufrieron.

Mandzukic | 28 niños asesinados

Mario Mandzukic se negó a dejar el campo pese a que casi no podía correr después de una patada del portero inglés Pickford. Tenía una misión. Acabó marcando el que hasta ahora es el gol más importante de la historia del fútbol croata. 
Nunca fue fácil tratar con Mandzukic. Cuando las cosas no iban bien, se abstraía del mundo. Sacaba su vena más agresiva. Los traumas siempre estuvieron ahí. A los seis años tuvo que buscar refugio en Alemania. «Delante de la puerta de casa mataban a gente. No podíamos estar más tiempo allí», explicó su padre. Nació en la ribera del río Sava, que hacía de frontera natural entre Croacia y Bosnia. Los serbios volaron el último puente que unía lo que ahora son dos países independientes. No fue fácil abandonar Slavonski Brod, a unos 200 kilómetros de Zagreb. Allí fueron asesinados 28 niños en mayo de 1992. Allí se ubicó hasta 2016 el campo de refugiados sirio más importante de la ruta balcánica.

Modric | El refugio

También tenía seis años Luka Modric cuando se encontró con una huida que no entendía. Su padre, Stipe, un técnico aeronáutico, era croata. Luchó en el frente durante cuatro años en favor de la independencia. Su madre, una costurera de nombre Radojka, era serbia. A su abuelo, también llamado Luka, lo mató un francotirador. El pequeño Modric dejó su casa de un pueblo llamado Modrici, a sólo 10 minutos en carretera de Obrovac, cruel metáfora del conflicto balcánico. De una mayoría serbia (85%) se pasó a una croata del 86% después de que Tudjman reconquistara el territorio. Los asesinatos de civiles y las violaciones quedaron enmarcadas en aquello que llamaron la Operación Tormenta de 1995. La tierra quemada hacía imposible la vida allí.


Tuvo que instalarse Modric en un hostal de refugiados en una isla de 17 kilómetros cuadrados llamada Iz, a donde se llega en ferry desde Zadar.
El fútbol fue su otra escuela de vida. Su tío fue quien más le insistió con el fútbol en el refugio. Fichado por el Dinamo de Zagreb, el gran club croata mandó a Luka a la liga bosnia. Hacía sólo ocho años que había concluido allí la guerra. Fue a jugar al Zrinjski, a Mostar, ciudad en la que antes del conflicto convivían bosnios musulmanes, croatas católicos y serbios cristianos ortodoxos. Los dos primeros grupos se unieron para expulsar a los últimos. Mostar sufrió un asedio que tuvo durante 18 meses sitiados a sus habitantes. Una gran cruz en el monte Hum recuerda las matanzas. Modric, a sus 18 años y con las cicatrices de los asesinatos y los bombardeos bien presentes, cumplió 18 años. «Allí no había ni siquiera reglas. Aquella experiencia sí me endureció», llegó a confesar Modric. Fue escogido el mejor futbolista del torneo.

Rakitic | Amenazas de muerte

«Si tuviera que volver a escoger un país al que representar, por supuesto, tomaría otra vez la misma decisión. Me siento croata». Es Ivan Rakitic, nacido ya en Möhlin, Suiza. Su padres croatas -aunque su madre creció en Bosnia-, huyeron a Suiza justo antes del inicio de la Guerra de los Balcanes. Años después, comenzaron a recibir en su hogar cartas con amenazas de muerte. El futbolista, mientras comenzaba a despuntar en Alemania tras haber jugado en el Basilea, había decidido rechazar la selección helvética, con la que se había alineado hasta la categoría sub-21, para vestir la camiseta de Croacia.
«Llegó una carta a casa con la fotografía de Ivan. Había una cruz negra sobre su cara y unas palabras: 'Ivan, estás muerto'», explicó entonces su padre, Luka, a la prensa alemana. Pidió protección policial el patriarca. «Temo por la vida de mi mujer y mi hija de 12 años. Este terror psicológico se ha vuelto insoportable para nosotros».


Ivan Rakitic no cambió de idea ante semejante acoso. Encontró una raíz a la que agarrarse. No podía dejar de mirar los partidos de la estrella croata del momento, Robert Prosinecki. Le ayudó a creer.

Lovren | El cuchillo

Lovren, sin saberlo, iba a dejar una vida atrás. Sus padres eran croatas, pero vivían Zenica, ahora Bosnia-Herzegovina. Tenía tres años. Lo metieron en un coche y, junto a su madre y sus tíos emprendió un viaje por carretera de 15 horas hasta Alemania. Así lo explicó en el documental Mi vida como un refugiado. «Lo dejamos todo. La casa, la pequeña tienda de comestibles que teníamos. Sólo cogimos una mochila y nos fuimos».
Lovren tiene grabado en la cabeza un cuchillo. Aunque no lo viera. «Fue en los pequeños pueblos donde ocurrieron las cosas más horribles. Personas brutalmente asesinadas. Al hermano de mi tío lo mataron delante de la gente con un cuchillo».
Cuando Lovren cumplió 10 años, el gobierno alemán le expulsó del país junto a su familia con destino a Karlovac, Croacia. Allí, durante la guerra, las casas fueron divididas y marcadas entre serbios y croatas. «Recuerdo mi vida. Cómo la gente no me quería en su país». Imposible olvidar.

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