Podían tener el examen más exigente de bachillerato, amanecer indispuestos, o tener que salir con papá para ayudarlo en una diligencia tempranera, de regreso mis hermanos subían a sus bicicletas y emprendían una endemoniada carrera que única la calle La Florida con la calle Las Flores, justo en la cuadra donde el carro de alquiler bajaba el paquete frente a la librería. Hablaban de la dirección de Monjas a Principal. Edificio Rialto Primer Piso o de Plaza La Estrella. Edificio Titania. Entrada “B”. Tercer Piso. San Bernardino, como si vivieran de toda la vida en Caracas. Y se referían a Delio Amado León, Enrique Hurtado, Francisco Camacho Barrios, Rodolfo Mauriello, Héctor Sepúlveda, Andrés Parodi, José Visconti, Humberto Galarza y todos los colaboradores de la revista como si compartieran con ellos todos los días en las oficinas de la misma.
Sport Gráfico fue un fenómeno en el periodismo deportivo venezolano que complementó la información de las páginas deportivas de los diarios y redimensionó la presencia del deporte en la sociedad venezolana. Desde aquella primera aparición el 24 de febrero de 1965 en formato algo menor a las revistas de la época y con un accesible precio de 1,00 Bolívar, Sport Gráfico encendió el gusanillo de la afición deportiva y el gusto por los reportajes, entrevistas y análisis de calidad.
Edson Arantes Do Nascimento, Pelé, una fotografía blanco y negro, mientras ensayaba una jugada ante el Galicia F.C, ilustraba el primer número de Sport Gráfico. En la esquina inferior derecha decía “…¡Gustavo Gil es mejor que Pete Rose!...” El día que logré hojear aquel ejemplar en mis manos, experimenté la emoción intacta de mis hermanos una tarde de marzo, cinco días después de haber aparecido. Fotografías deportivas en pleno desarrollo y sobre todo los artículos de muchos de aquellos narradores que escuchaban en la radio. Esa tarde había ido a la hemeroteca para realizar una investigación completa de varios períodos cronológicos de un beisbolista y terminé encapsulado en el génesis, o lo que imaginé como tal, de la revista que hicimos una religión, ir cada jueves en la mañana a buscarla a la librería, sin importar si teníamos los tres reales, éramos capaces de comprometer el bolígrafo Parker que papá nos había obsequiado en el cumpleaños, aunque más tarde en el día regresábamos a la librería con la barbilla en el pecho y la cara de papá más afilada que una peinilla a reclamar el bolígrafo. Revisé cada detalle de cómo había empezado todo, Luis Musumeci en la Dirección, Francisco Camacho Barrios en la Jefatura de Redacción, Héctor Sepúlveda Jefe de Información, redactores: Calos Ortega, Rodolfo Mauriello, Ruben Mijares, Omar Buznego. Las oficinas estaban en el Edificio Central de la esquina Ibarras. En algún momento entre julio y diciembre de aquel 1965, Delio Amadeo León sustituyó a Musumeci en la Dirección de la revista y empezaron a llegar otros colaboradores, Luis Aparicio como columnista exclusivo, Ezra Dortolina también reportando el beisbol, Andrés Parodi en futbol, un enjambre de información que me hizo imaginar como serían todos aquellos números que nunca pude apreciar y que ahora intentaba encontrar como había hallado esta joya. Me enteré que en el Museo del Beisbol de Valencia tenían una colección parcial de la revista y por distintas razones se me ha dificultado esa visita, estos cincuenta años de la aparición de Sport Gráfico parecían una excusa más que valedera, más la agitación de esta actualidad se ha convertido en barrera inexpugnable.
Algo en la edición de la revista transmitía el compromiso y la determinación de realizar un trabajo de calidad, desde los textos que parecían creados justo a un costado del diamante beisbolero o detrás de la portería futbolística hasta el ángulo y la nitidez de las fotografías. Esa nitidez nos permitió sospechar hacia mediados de 1974, que Sport Gráfico vivía sus últimos días. Les preguntaba a mis hermanos porque los proyectos positivos tenían corta vida en el país. La única respuesta fue un par de hombros encogidos y una mueca de espantapájaros. Aquel jueves de mediados de mayo intenté decirle a papá que detuviera el Malibú anaranjado frente a la iglesia Santa Inés, solo que tenía pendiente una diligencia en una entidad bancaria. Me dijo que ya tendría tiempo de conseguir aquella revista. Casi saqué medio cuerpo por la ventanilla trasera, en el paraban del quiosco, el rostro del futbolista Gianni Rivera burbujeaba bajo el recuadro con letras blancas en fondo anaranjado de Sport Gráfico. Sobre la chaqueta azul de la selección italiana aparecían sus declaraciones sobre el inminente mundial de Alemania. Me escapé del Malibú y registré como siete cuadras de la calle Mariño y la Bermúdez en dos direcciones, cuando intentaba buscar en la tercera, papá me detuvo con mirada torva y me reclamó porque no lo había esperado en el carro. El resto de la tarde y los próximos días recorrí en vano todos los quioscos, librerías y quincallas. En todas partes me decían: “Eso voló hijo…es que se regó que ese era el último número de esa revista”.
Mis hermanos bromeaban conmigo porque seguía madrugando los jueves frente a la librería, me sentaba en un banco de la Plaza Montes a esperar que llegara el carro de alquiler, a eso de las ocho de la mañana un Ford Fairlane con dos manchas de masilla en el capó frenaba y salía el chofer, sacaba el paquete de El Nacional, el de El Universal, el de Meridiano, me emocionaba cuando templaba un bulto más pequeño y volteaba hacia las hojas secas de la plaza cuando reparaba que se trataba de Gaceta Hipica, desandaba las cuadras por la calle Flores, con muchas portadas en mi espacio visual, el casi no hit no run de Graciliano Parra, la maravilla del Látigo Chavez, los 21 ponches de Lew Krausse, las hazañas de Gene Brabender, Sandy Koufax y el Yom Kippur, los Orioles de 1966, el guante mágico de Dámaso Blanco, la dupla Tovar-Davalillo, el Sueño Imposible de los muchachos cardíacos de Boston, un pitcher llamado Bob Gibson, la medalla olímpica de Morochito Rodríguez, los estacazos de Clarence Gaston, la consagración de Enzo Hernádez, los Milagrosos Mets, la aspiradora de Brooks Robinson, la Serie del Caribe de 1970, el Mundial de Futbol México ’70, el campeonato nacional de Beisbol Juvenil de Cumaná en agosto de 1970, las hazañas de Mark Spitz y el septiembre negro de los Juegos Olímpicos, aquella fractura en el tobillo de David Concepción, la dinastía de los Atléticos de Oakland. De pronto tenía una gran investigación arqueológica de la que no quería salir para evitar la ausencia de aquel último número. Tenía el consuelo de todos aquellos ejemplares acumulados, los guardaba con celo bajo la cama. De vez en cuando escuchaba a mamá quejarse que esas revistas viejas solo traían cucarachas y chiripas. La miraba con ojos a punto de lluvia, intentaba decirle que esas revistas significaban mucho para mí, solo bajaba la cabeza y salía del cuarto. El hecho me sorprendió regresando de unas vacaciones de Cumaná, corrí a meter la mano bajo de la cama, quería sumergirme en otra expedición arqueológica, pero no tocaba nada, me lancé al piso y buceé hasta el fondo del polvo acumulado, solo había telarañas y el frío del granito. Allí me quedé sollozando el resto de la tarde.