Juanele: "Estaba en pleno bajonazo, me tomé unas pastillas y... por suerte fallé"
Juan Castaño Quirós es Juanele. Un genio del balón, el Pichón de Roces, un tipo capaz de regatear tres veces al mismo defensa sólo porque podía, internacional, mundialista (más o menos), ídolo absoluto en Gijón y Tenerife, dos veces campeón de Copa en Zaragoza, un jugador de los que ya no quedan, un futbolista maravilloso.
Juan Castaño Quirós es Juanele. Un delantero irregular con fama de juerguista al que las gradas le cantaban sobre cubatas y rayas, un carácter difícil que chocó con entrenadores y árbitros, un hombre de 50 años al que siguen machacando con lo que pudo ser y no fue, un agresor que pasó un año en la cárcel por atacar a su ex pareja con un bate.
Juan Castaño Quirós es Juanele. Un enfermo con trastorno bipolar diagnosticado que origina mucho de lo anterior y de lo que aún sufre: los miedos, las simas y esa lucha por vivir que va ganando.
¿Cómo estás ahora?
Bien, con una vida tranquila y normal. Estoy en constante tratamiento, medicado, y llevo una racha bastante buena de tres o cuatro años. Pero no olvido que otros años estuve mucho peor y que, incluso en esta época, he tenido recaídas. No puedo confiarme nunca, pero ahora me siento mejor que en mucho tiempo. Me veo bien, miro el presente y me pongo objetivos día a día.
El año pasado, tras el confinamiento, tuviste una crisis grave.
Sí, tuve un bajón anímico muy gordo con la pandemia, el encierro y todo lo que estaba pasando en el mundo y...
¿Fue un intento de suicidio?
Sí, sí lo fue. Estaba en pleno bajonazo, muy deprimido, me tomé unas pastillas que no tenía que tomar sabiendo lo que hacía y... Por suerte fallé, me ingresaron y me recuperé en unos días, porque yo no quiero morir, quiero vivir. De verdad es lo que quiero, aunque haya momentos en que lo olvide.
¿Qué te empuja a seguir?
Tengo una hija que acaba de terminar la carrera de Enfermería, está ya trabajando aquí, en Gijón, y es lo mejor de mi vida. Un orgullo. Es el mejor motivo que se puede tener para ser feliz y seguir adelante. Y lo voy a hacer.
En una entrevista en Zaragoza en 2004.TONI GALÁN
Mientras él mira hacia delante, miremos ahora hacia atrás. A su formación en las calles de Roces, a su entrada como un ciclón en Primera a los 20 y a todo lo que llegó después. A su talento que le arrastró a través de las dificultades. "La verdad es que siempre fui bueno. En el colegio me di cuenta rápido de que era mejor que los demás. Los niños son muy sinceros y ya me decían que regateaba bien, que además pasaba y todos querían ir conmigo. Siempre he sabido que el fútbol era mi sitio, que era donde destacaba", recuerda Juanele.
¿Está desapareciendo el futbolista de calle?
Sí, se está perdiendo porque cada vez se dan menos oportunidades a los futbolistas de talento puro. Todo lo técnico y lo táctico se trabaja mejor, pero el genio se frena. Ahora estamos viendo a Pedri y Gavi en el Barça, que lo tienen y han recibido la oportunidad de demostrarlo. Eso es lo que deberían hacer todos los equipos con los futbolistas diferentes, porque son los más difíciles de encontrar. Espero que también se les permita equivocarse y crecer sin perder su estilo.
¿Qué te dio a ti el barrio?
Hay cosas que sólo se aprenden jugando en la calle. Yo me pasaba horas y horas dándole solo contra una pared. Cada patada que le das al balón es un aprendizaje, cada control que te devuelve un muro es difícil... Luego aprendes a moverte en espacios pequeños, terrenos irregulares... Y a divertirte, sobre todo a divertirte jugando.
¿Cómo fue tu infancia?
Me criaron mis abuelos, porque mi padre murió cuando yo tenía tres años, mi madre tenía otros tres hijos y decidieron que yo me quedase con mi abuela. Tampoco me di tanta cuenta, porque cuando eres pequeño te acostumbras a todo y no había mucha distancia: ella vivía en el barrio con mis hermanos. Una vida normal, con sus dificultades normales.
Fuiste un adolescente conflictivo.
En eso, como en tantas cosas conmigo, hay algo de mito y algo de verdad. Tenía un carácter difícil, eso no lo voy a negar, pero siempre tuve corazón. Durante mi carrera profesional fue igual. Era desconfiado con la gente nueva, quizás porque venía de una vida donde nada era fácil, y discutía mucho con amigos, profesores, compañeros o entrenadores porque nunca me escondía. Si tenía que decir algo, lo decía. Siempre claro y siempre a la cara.
Pese a destacar pronto y vivir en un las afueras de Gijón, el Sporting no te reclutó hasta los 18 años. Es extraño. ¿Influyó esa fama?
No sé, puede. Yo no entré antes porque no me llamaron. Desconozco el motivo. Empecé en el colegio, jugué en el Roces y me hice como futbolista los ocho años que estuve en el Veriña. Mareo no se interesó hasta los 18 años, pero me vino bien. Aprendí a luchar y a trabajar en un equipo de barrio donde, por un lado, me sentía cómodo con gente parecida a mí y, por otro, entendí lo difícil que es salir y que te den la oportunidad. Lo mismo que a mí les pasó a Luis Enrique o a Abelardo. Villa entró con 15 años. En Asturias éramos muchos niños jugando al fútbol y no todos tenemos las mismas facilidades para hacernos ver.
Formas parte del último gran Sporting.
Sí, fueron unos años buenísimos. Un equipo con compañeros del nivel de Luis Enrique, Abelardo, Manjarín, Iván Iglesias, etc. Notabas que Gijón vivía ilusionada con ese equipo. Para mí aquello era lo más. Ser ídolo con mis colores y en mi casa. Recuerdo que marqué un gol en el Tartiere al Oviedo y sólo sentía ganas de llorar. Yo no soñaba con jugar en el Bernabéu o en el Camp Nou, yo soñaba con jugar en El Molinón. Y cuando lo conseguí... Era la felicidad plena.
¿Luis Enrique fue una especie de hermano mayor?
Una persona extraordinaria. Estuve con él en el filial y en el primer equipo y creo que es el mejor futbolista con el que he jugado. Para mí siempre fue un ídolo y un ejemplo a seguir, un futbolista con enorme talento... y también otro carácter fuerte como yo. Otro de barrio, del polígono de Gijón. El barrio siempre se lleva dentro.
El Madrid se te daba especialmente bien.
Es cierto, no era premeditado, pero salía así. Por mi forma de ser y de jugar, cuando tocaban el Oviedo, el Madrid, el Barça o el Atlético me enchufaba el triple. Son partidos especiales. A veces escucho decir que todos los puntos valen lo mismo, que da igual el rival, que tienes que jugar igual contra todos... ¿Cómo va a ser igual un derbi que otro partido? Cuando yo jugaba esos partidos, sentía que volaba, estaba un punto por encima de mí frente a esos equipos. Vivía para esos días.
En uno de esos, se la liaste tanta veces a Fernando Hierro que fue a cazarte...
Y me cazó (risas). Nunca he tenido miedo a las patadas, sigo sin tenerlo. No podías ser delantero en aquel fútbol y que te intimidase recibir, porque era constante, inevitable y se castigaba poco. Los delanteros de antes éramos todos valientes: si había un muro, te ibas de cabeza a atravesarlo. Si te daban, pues te dieron, para eso te protegían las espinilleras. Yo en lo que era realmente bueno era en el uno contra uno, desde pequeño me habían dicho que tenía que encarar y jugármela en el área, así que lo hacía. Ese era mi juego y no te imaginas lo que me divertía, por más que me pegaran.
Eras un tipo de futbolista casi extinto.
El regate está desapareciendo del fútbol. ¿Quién lo tiene hoy? Poquísimos. Neymar; Joaquín sigue dando clases, pero tiene ya 40 años; ahora algo de Vinicius... Y ya. Es una lástima, porque si matamos el regate, matamos el fútbol.
Del Sporting, siendo uno de los sucesos del fútbol español, te vas al Tenerife, que estaba en un gran momento, pero no era un grande. ¿Por qué?
Porque pusieron más dinero. El Barça y el Madrid también se interesaron, pero el que apostó más fuerte fue el Tenerife y no sabes cuánto se lo agradezco, porque pasé allí cinco años magníficos. Fui feliz, jugué unas semifinales de UEFA y muchos partidos grandes. Es una etapa muy especial para mí y me alegro sinceramente de que me fichasen ellos y no cualquier otro.
¿Cómo llevaste dejar Gijón, el barrio, tu gente...?
Mal, me entró morriña, el primer año lo pasé fatal tanto en lo personal como en lo deportivo, pero entonces vino Jupp Heynckes, me subió el ánimo y empecé a dar mis frutos. Jupp parece un alemán seriote, pero es todo lo contrario. Muy campechano, muy sincero... Se notaba que había sido un futbolista de élite, nos mejoró a todos y no sé si le teníamos más respeto o admiración. Mucho de ambas cosas, en todo caso.
Aunque en el Sporting ya había protagonizado algún incidente, como aquella noche que salió con su amigo Iván Iglesias por Santander y se metieron en una pelea con tan poco ojo que el contrincante era el sobrino del alcalde, fue en Tenerife donde la leyenda negra de Juanele se disparó. "Es cierto, pero llevo escuchando especulaciones sobre mí desde los 18 años, aún las escucho. No he sido un santo, pero tampoco ese fiestero que se quiso contar. De todos modos, ya estoy acostumbrado y me da igual, que cada cual se haga la película que le guste", explica.
A ver, algo harías...
Mira, en aquella época los futbolistas salíamos y salíamos bastante, y yo no era de los que menos. Pero nunca salía en la víspera de los partidos ni hacía nada que afectase a mi rendimiento. Me cantaban que si el alcohol que si las drogas y no tenía más remedio que aguantarlo porque era un profesional, aunque casi todo lo que se decía era mentira, ni drogas ni nada. En realidad, creo que las gradas rivales me cantaban esas cosas porque me tenían miedo.
¿Aún te molesta esa fama?
Pues sí, porque es injusta. Yo tuve que cuidarme mucho para jugar 13 años en Primera, eso no se hace si eres un golfo o un irresponsable. Así que no me agrada escuchar esos comentarios, porque todavía hoy me los hacen por la calle o en los medios. De todos modos, casi me molesta más el típico comentario de "si te hubieras cuidado, hubieras llegado a no sé dónde". Todo el mundo parece saber mejor que yo cómo tenía que haber vivido. Me pasa mucho esto ahora. Se me acercan por Gijón y me dicen: "Qué pena, joder, porque podrías haber llegado al Madrid o al Barcelona...". Ya, bueno, o no o igual había sido peor. Competí contra los mejores, fui a un Mundial, fui feliz... Tuve una gran carrera y no cambiaría nada.
Hablando del Mundial. Clemente te lleva al de EEUU 94 y no te pone ni un minuto. También sobre esto hay mucha leyenda. ¿Qué pasó?
No lo sé y me gustaría. Como siempre conmigo, se empezaron a contar todo tipo de historias de indisciplinas y todo eso, pero es mentira. ¿Qué iba a liar yo, que estaba en un Mundial y era un crío? Tenía 23 años, sólo Julen Guerrero era más joven, y estaba acojonado y alucinado. No hice nada raro. Nada. Nunca lo entendí, porque en todos los amistosos anteriores al Mundial jugué 30 o 45 minutos, era el segundo delantero y siempre entraba por Julio Salinas. Pero llegamos al Mundial y... cero. No lo entenderé nunca. Fue una pena, porque me encontraba en una gran forma y creo que hubiera podido hacer algo bonito para la selección.
¿Clemente no te dio explicaciones?
Ninguna. Cuando terminó el Mundial se acercó y me dijo que enhorabuena. Tampoco lo entendí, claro. ¿Enhorabuena? ¿Por qué? Si no he tocado el balón. Esta sí es una espina clavada, la verdad. Me pesó. Era muy joven, estaba tremendamente ilusionado y fue un golpe. Justo después me fui a Tenerife, no estaba bien allí, se sumaron las dos cosas y fue un año de los más complicados de mi carrera. Lo pasé mal.
Del Tenerife pasas al Zaragoza, donde ganas tus dos títulos, las Copas de 2001 y 2004, pero asoman tus problemas mentales.
Sí, pero en los cinco años que estuve fui feliz durante muchas fases. Tuve mucha suerte de tener un presidente como Solans y entrenadores como Rojo y Lillo. Mi primer año allí casi quedamos campeones, luego ganamos las Copas... Deportivamente, fue una gran época, pero es cierto que allí empecé a darme cuenta de que algo iba mal.
¿Cómo?
Tuve problemas con Paco Flores, el entrenador de mis últimas temporadas allí, y me apartó seis meses del equipo. Empecé a encontrarme fatal, muy hundido. Murió mi abuelo y se me vino todo encima. Tenía pensamientos muy oscuros, no quería moverme, el mundo me pesaba demasiado. El bajón fue enorme y, además, no sabía qué me pasaba ni qué hacer para estar mejor.
En aquel momento, nadie hablaba de la salud mental.
Nadie, ni yo mismo. Era tabú. Ni se me pasaba por la cabeza que sufría una depresión o que todo aquello me pudiera pasar a mí por una enfermedad mental, así que también tardé en buscar ayuda. Simplemente lo intentaba pasar yo solo, pensaba que ya se iría... Y así estoy, jubilado desde los 35 y con una enfermedad que llevo conmigo en cada momento y llevaré siempre, aunque creo que cada vez mejor.
Cuando te diagnosticaron que eres bipolar, ¿fue un golpe o un alivio?
Fue un palo muy grande. Tuve que dejar de jugar, yo me veía joven, capaz de hacer aún muchísimas cosas, con muchos planes ya hechos para cuando me retirase como entrenar, etc. Y de golpe, nada, era un jubilado. El fútbol, que lo había sido todo, ya no era una opción... Poco a poco lo asumí y también me sirvió para entender por qué me pasaba lo que me pasaba, por qué me sentía como me sentía, por qué estallaba o cambiaba de ánimo. Ahora sé que, aunque aún me duela, soy un enfermo, con un problema mental grave, y estoy mejor jubilado, cuidándome e intentando vivir lo mejor posible, que haciendo cosas.
Pasaste un año en la cárcel de Villabona por una agresión a tu ex pareja.
Sí, fue otro episodio de esto. Había bebido, no había tomado bien la medicación, no me acuerdo casi nada y... Lo hice mal y lo pagué merecidamente.
¿Aprendiste algo en la cárcel?
Sí, que no volvería a entrar allí jamás. La cárcel no te cambia nada, sólo quieres salir y no regresar. Fue un año muy duro, sobre todo por mi hija y mi familia. No les dejaba venir a verme, sólo quería que acabase. Ha pasado ya bastante tiempo y es una etapa en la que intento no pensar. Sólo sé que no voy a volver.
¿Echas de menos el fútbol?
Muchísimo, eso no se quita nunca. Veo todos los partidos de mis tres equipos y bastantes del Atleti, el Barça y el Madrid. El fútbol me lo ha dado todo y nunca he dejado de quererlo, ni en los peores momentos.
¿Te preocupa que, con todo lo que ha pasado, se olvide que eras buenísimo?
No, por suerte Gijón no olvida. Me lo recuerdan mucho por la calle. Además, sigo jugando tres o cuatro veces por semana, con los veteranos o con amigos en la playa, para que no se les borre.
¿Sigues siendo el mejor?
Pues sí, las cosas como son, no vamos a mentir ahora (risas).
¿Has sido feliz?
Sí, lo más feliz que pude ser con las cartas que tuve. Conocí gente, viajé, tuve éxito, disfruté mucho. En contra de lo que pueda parecer, en esta vida he tenido mucha suerte y aquí pienso seguir.
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