Y nunca mejor dicho. A los Astros de Houston los molieron a palos, les hicieron ver las estrellas.
Una tremenda golpiza se llevaron los aspirantes a campeones del Mundo.
Perdonen este pequeño desvarío, que no lo es. Dejo el balón redondo por la pelota, la gran pelota de la gran carpa americana.
Me enamoré del béisbol cuando Apolinar Martínez me llevó a ver un juego doble A. Y nada menos que resultó el peor del mundo, porque el pitcher no permitió carreras ni hits ni embasó a nadie por bolas: juego perfecto. Asistí, sin quererlo, a un juego histórico.
Ya lo saben.
Y por eso, de aquel aprendizaje me hice fanático de Los Leones de Caracas y no de los Bucaneros del Magallanes, como mandaba el precepto de Meridiano.
Y me puse ante el televisor para ver el sexto partido de la Serie Mundial entre Atlanta y Houston.
Y qué placer ver a los latinos erigidos en protagonistas sublimes del juego, con un portentoso toletero llamado Soler, que la manda fuera del parque apenita le des una oportunidad. Y se la dio Luis García, un joven venezolano que va para figura estelar pero que el pasado martes sufrió la ira del incontenible cubano. Y no fue un solo jonrón, fueron tres los que endosaron los Bravos a los Astros, toda una golpiza, una tremenda caída a palos desde el home a los habitantes de la lomita rival.
Me entretuve.
Recordé el Universitario de Caracas lleno a rebosar en un Caracas-Magallanes. Soñé en que estaba allí, en pleno hervidero del fervoroso pueblo venezolano.
Soñé, es la verdad. Y los sueños a veces se hacen realidad.
Y sueño cada día en el momento en que el maravilloso pueblo recupere su alegría, su libertad.
Enviado desde mi teléfono Huawei
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