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miércoles, 13 de abril de 2016

Frente a un Barça de fútbol rebajado, el Atlético primero le ganó y luego le resistió.

Un Atlético indiscutibe tumba a un Barcelona deprimido


José Sámano
EL PAÍS, Madrid.-

Momento del primer gol de Griezmann.
Este Atlético es un Atlético de época, llegue donde llegue. No es episódico que eliminara al campeón de Europa, un Barça en tiempos de gloria al que ya hizo derrapar hace dos cursos, como le birló una Liga y al Madrid una Copa. Basta rebobinar al anteayer para ver de dónde venía este Atlético al que Simeone le ha dado un sello de autor. De alguna manera, el Cholo es a este club lo que en su día fue Johan Cruyff para el Barça, cuando giró su historia. Gente que trasciende a los títulos. Su calado es mucho mayor. Con sus armas, Simeone ha perfilado un equipo de alto voltaje, con un amor propio encomiable, un sacamuelas para cualquiera que explota sus virtudes como pocos. El “simeonismo” ha convertido la parroquia del Manzanares en un acto de fe para unos diocesanos que han resucitado desde los infiernos y pueden creer en lo que quieran creer. Frente a un Barça de fútbol rebajado, en la línea de las últimas semanas, el Atlético primero le ganó y luego le resistió. Los azulgrana primero no se reconocieron y luego, a falta del juego que les encumbró, o de la inspiración de alguna estrella, tiraron de casta, pero la heroica no es lo suyo. Eso es cosa del Atlético, indiscutible vencedor en un partido de mucho voltaje y polémicas arbitrales que, por suerte, nadie subrayó. El ganador se mereció los honores y la semifinal y el Barça supo perder.
Árbitro: Nicola Rizzoli
Atlético
4-4-2 (D.P.)
Barcelona
4-3-3
En un parpadeo, los dos contrincantes expusieron sus tratados. El Atlético quiso correr y el Barça, hasta que se vio en el abismo, solo caminar. Uno con las luces largas y otro con las cortas. Enérgicos los colchoneros y sedados los barcelonistas. Los planes beneficiaron al convoy de Simeone, que a lo suyo desnaturalizó por completo a su adversario. Con la orden de arresto decretada por los rojiblancos en todo el campo y su propia parsimonia, el campeón se quedó a los pies de Ter Stegen, más protagonista con la pelota que Messi. Pésima noticia para los de Luis Enrique, confetis para los del Cholo. Tan momificado estaba el Barça que hubo que esperar cuarenta minutos para certificar su primer remate con el balón en marcha, un disparo de Neymar. Los delanteros eran tan invisibles como los tres centrocampistas, todos atornillados por este Atlético de paladines contra el que no cabe otra que tirar del fórceps.
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Mientras el Barça le daba un insulso rollo al balón, su rival rojiblanco nunca se demoraba. Achuche, quite y a la carrera, con Griezmann y Carrasco con el turbo y siempre dispuestos a terminar las jugadas para evitar contragolpes. De manual, suficiente para neutralizar a todo un Barcelona. A un Barça inopinadamente manso y afeitado pese a sus tenores ofensivos. Mérito rojiblanco, de ese simposio “simeonista” en que se ha convertido el Atlético, donde nadie, absolutamente nadie, deja de ser un gregario, lo mismo da la jugada. Y demérito culé por su excesiva cachaza. Tantas veces ilustre, el Barça no siempre comprende que la pelota no es un abanico, que sin malas pulgas la posesión no basta. Máxime frente a un Atlético jabato que hace de cada disputa una causa a vida o muerte.

Saúl pudo sentenciar

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Las cifras del Atlético - Barcelona en Champions
Desconectados los de Luis Enrique, su oponente esperó su momento. El Atlético sabe penalizar como pocos. Ya había comprimido al Barça en más de una salida, con Ter Stegen y sus zagueros pasándolas canutas. Piqué quería jugar en largo, un desasosiego; Iniesta le reclamaba la vía terrestre, la identitaria. Aturdidos los azulgrana, Alba despejó como pudo, Gabi, un centurión, tuvo más chicha que Iniesta y el balón llegó a Saúl, que también muerde, pero tiene pie con seda. Desde el vértice derecho del área, se sacó un centro muy de Cruyff, con el empeine exterior. Una maravilla, por el gesto técnico y la precisión de cirujano. A un gran pase, un gran cabezazo de Griezmann, un remate de cátedra. Su forro físico no lo delata, pero este francés es un cabeceador de primera. Un gol de justicia para el Atlético, hasta entonces el único con garbo, impecable como Atlético y como antiBarça.
Ya destapado el Barça, una aventura de Filipe derivó en un penalti de Iniesta por mano clara. Embocó Griezmann por un dedo.
Otro cabezazo, esta vez de Saúl al travesaño, puso un punto de inflexión ya en el segundo acto. Los visitantes cambiaron de velocidad y los del Manzanares poco a poco se atrincheraron más y más. A la vista del desahucio en Europa, Messi y los suyos, ya con fuego en las botas y el corazón, tiraron de orgullo, se lanzaron en tromba hacia Oblak. El tiempo menguaba el destino para unos y otros. Llegó el gran combate, una delantera de altísimos vuelos contra una defensa de hormigón puro. En la avalancha azulgrana hubo más de arrebato que de fútbol, tecla que este equipo maneja peor. Desde lo táctico, Luis Enrique se limitó a ubicar a Piqué como okupa en la posición de ariete, una solución de los noventa, aquella de Cruyff con Alexanco. No hubo chistera de Messi, ni de Neymar. El Barça agonizaba como un terrestre, tan acuciado que la vía aérea acabó por ser su única ruta, y eso es territorio blindado de Godín, de Oblak. Ya destapados los barcelonistas, una aventura de Filipe Luis derivó en un penalti de Iniesta por mano clara. Embocó Griezmann por un dedo. Un gol rescataba al Barça hacia la prórroga. Lo tuvo en una mano igual de evidente, de Gabi, pero el árbitro, equivocado, la decretó fuera del área. El tiro se le fue a Messi, como a su equipo se le fue la Copa de Europa sin haber sido nunca el Barça visto hasta que el Madrid le retorció en el clásico. En la otra orilla, el Atlético se ganó a pulso todo por lo que debe brindar. Le sobran motivos.

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