El mejor pitcher de su generación falleció este martes 7 de noviembre. Era tan distinto como ser humano de la misma manera en que era un lanzador dominante.
Tom Verducci. SI.com
07 de noviembre, 2017
Nunca oi a Roy Halladay levantar la voz, nunca lo vi perder un ápice de su perpetua jovialidad, nunca lo vi dudar o mostrar miedo en los ojos. Su padre Roy Sr., me dijo una vez que su hijo creció de la misma manera que lo vimos en las ligas mayores. “Me recuerda a un golden retriever”, dijo su padre.
Una vez escribí que él era el estoico moderno, un Marco Aurelio sobre el montículo. “Confinate en el presente”, dijo Aurelio, y ese era Halladay, especialmente cuando se trataba de su arte. Se dedicaba por completo al próximo pitcheo, a un lado quedaba el dinero, la fama y las estadísticas. Halladay era tan humilde que le entregaba el recibo de pago de la quincena a su esposa, Brandy, sin mirarlo.
“Probablemente somos las únicas personas en el negocio quienes piensan que a los beisbolistas les pagan mucho dinero”, me dijo ella una vez. “Él siente que su trabajo es dar lo mejor de sí todos los días, y el hecho de que esté ganando tanto dinero es una gran responsabilidad”.
Al ser de la manera que es, Halladay se convirtió en el mejor pitcher del beisbol sin hacerse notar. Cuando le pregunté una vez acerca de tan raro logro en este ruidoso mundo de los deportes, él replicó, “Definitivamente es una decisión. Para mí la satisfacción siempre está en la competencia, y en la gratificación de saber que hiciste algo con lo mejor de tus habilidades, pienso que eso siempre será así para mí. No se trata de quien me conoce y que piensan de mí. Todo se reduce a como me fue al hacer mi trabajo”.
Nunca antes o después he visto la ferocidad de la grandeza combinada con tal humildad. Hallladay era genuino: un alma gentíl, caritativa con el estilo de pitcheo más agresivo que se pudiera encontrar.
Usar el tiempo pasado para describirlo es doloroso. Roy Halladay se marchó. Con solo 40 años de edad. Padre, esposo, hijo, amigo, entrenador, voluntario, humanitario, todo lo que se desea para un muchacho cuando se convierte en hombre, en eso se convirtió Roy. Falleció este martes 7 de noviembre haciendo lo que le gustaba: volar su propia avioneta. Era un piloto experimentado. Su Icon A5, un modelo anfibio del estado del arte de unos 200.00 $, de unos dos meses de comprada, se estrelló en el Golfo de México cerca de su hogar de Florida.
Llevaba la aviación en la sangre. El papá de Roy fue piloto comercial. Roy aprendió a volar cuando estaba en la escuela secundaria en Colorado y obtuvo su licencia después de su carrera como jugador activo. “Es un buen piloto”, me dijo su padre una vez, orgulloso de que Roy llevara al fuselaje el mismo sentido de calma y seguridad en si mismo que mostraba en todas partes.
Cuando Roy Sr., compró una casa nueva en Colorado, cuando su hijo era un niño, tenía un requisito: el sótano tendría que tener al menos 20 metros de largo. Encontraron una. El padre construyó una jaula de bateo en ese sótano, colgó un neumático con un colchón detrás, y el muchacho practicaba a lanzar rectas humeantes a través del blanco.
Cuando el padre pasaba por su habitación en la noche, antes de apagar la luz. Casi siempre hablaban de beisbol.
“Puedes imaginar”, decía el padre, “¿como sería jugar en las grandes ligas? ¿Puedes decirme como se sentiría eso?”
Y el niño lo imaginaba.
Otras noches, el padre le preguntaba como sería pitchear en Yankee Stadium, o en la Serie Mundial.
Todo eso se hizo realidad, menos la Serie Mundial. La primera vez que Roy pitcheó en postemporada, en 2010 con los Filis de Filadelfia, dejó sin hits ni carreras a los Rojos de Cincinnati.
En su apogeo, nadie fue mejor. Halladay era tan enfocado que cada año tenía un a meta: terminar con menos boletos que juegos iniciados. Lo consiguió tres veces (2003, 2005 y 2010) incluyendo dos veces con más de 200 ponches. Halladay y Cy Young son los únicos pitchers en la historia en combinar precisión y poder de esa manera.
Su historia es única. Halladay tuvo efectividad de 10.64 en 2000, estuvo tan mal que fue bajado a Clase A para reaprender como lanzar una pelota. Con la ayuda del coach de pitcheo de ligas menores de los Azulejos, Mel Queen, y un libro que Brandy le compró acerca de la parte mental del pitcheo, de Harvey Dorfman, Halladay cambió desde lanzar rectas y curvas de cuatro costuras por encima del brazo hacia un pitcher que lanzaba sinkers y rectas cortadas a tres cuartos de brazo. En las siguientes 11 temporadas, y hasta que su brazo se agotó a la edad de 36 años, Halladay tuvo marca de 175-78 con efectividad de 2.98. En ese período nadie tuvo un mejor porcentaje de victorias (.692), nadie lanzó más blanqueos (19) y nadie se acercó a lanzar tantos juegos completos (64).
Halladay cambió el pitcheo. Sus aburridas rectas cortadas y sinkers, dos envíos que parecían iguales a los bateadores, excepto que uno rompería a última hora hacia la izquierda y el otro hacia la derecha, se convirtieron en un nuevo modelo. Muchos pitchers copiaron su estilo. Nadie era tan experto en eso como Halladay.
Halladay merece ir al Salón de la Fama inmediatamente. Eso podría sorprender a algunas personas. Fue aceptado como el mejor pitcher del juego por un período apreciable. Pero las personas se sorprenden porque Halladay nunca se promovió, nunca quiso los elogios que hubiesen elevado su perfil.
“Pienso que ahí es donde él encontraba mucha de su felicidad”, me dijo su padre una vez. “Presentarse y hacer lo que le pedían. Se esperaba que actuara bien y él esperaba estar ahí para justificar el dinero que ganaba y retribuirles lo que le pagaban. Siempre he estado orgulloso de él”.
El trabajo duro le sirvió mucho para fortalecer su mente y alma tanto como su cuerpo. Salía para ejercitarse en el campo de entrenamiento primaveral a las 5 am, hasta que alguien llegó primero que él un día al complejo de los Filis, al día siguiente salió de casa a las 4:45 de la mañana.
Llegué a conocerlo bien en 2005, cuando estuve con los Azulejos de Toronto por una semana del entrenamiento primaveral para un reportaje de Sports Illustrated. Habló poco, y cuando lo hizo fue suave, con tonos medidos, todos en el complejo, compañeros de equipo, trabajadores, lo reverenciaban. El coach de pitcheo, Brad Arnsberg, lo llamaba TP: Paquete Completo. (Total Package).
Nunca olvidaré entrar a la caja de bateo para enfrentarlo. La pelota parecía tan pesada y se movía tan rápido que tuve la impresión de que podía a travesar una pared de ladrillos. Esa acción aburrida era así de poderosa. La pelota cortaba el aire cuando pasaba frente a mí, las costuras giraban tan rápido que silbaban mientras laceraban el aire.
Pocos años después, durante otro entrenamiento primaveral, esta vez en Clearwater con los Filis, Roy se sentó conmigo en un banco cercano a los campos de prácticas de los Filis. El sol bajaba en el cielo. Ver a Halladay en reposo de esa manera me impactó, el hombre no lucía bien inactivo. Entonces le pregunté que quería de la vida, luego de haber ganado millones de dólares y el respeto de sus pares.
“Mi esposa y yo hablamos mucho de eso, especialmente con nuestros hijos”, dijo él. “Creo que si llevas una buena vida y siempre tratas de hacer las cosas bien, siempre impactarás a alguien. Eso es lo que hemos tratado de inculcar en nuestros hijos. Para nosotros es más importante tratar de ser una buena persona, en todo momento, especialmente con otras personas”.
“Nuestros hijos van a escuelas cristianas, aun tenemos esas creencias pero para nosotros todo se reduce a tratar de vivir una vida de calidad tanto como podamos. Y esperar que nuestros hijos puedan hacer lo mismo y tratar de ser buenas influencias”.
Halladay hizo el bien en una vida muy breve. Se fue en esa avioneta, sin duda llena con la alegría que siempre sintió al volar. Dejó una hermosa familia y un hermoso legado, y para aquellos a quienes conoció, ese legado está más acerca del hombre que fue, menos del pitcher en que se convirtió.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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