Vuelvo a la palestra a emborronar un par de hojas por la cercanía de la inauguración del mayor espectáculo del mundo: el Campeonato Mundial de Selecciones Nacionales de Futbol, a celebrar en un país ajeno al espíritu deportivo, social y humano, que siempre ha empujado, desde que se conoció esta forma de jugar del llamado balompié, soccer o football, ya conocido por su castellanizado fútbol.
Este Mundial es la demostración de que el deporte ha dejado de ser un encuentro de seres humanos de buena voluntad, para debatirse en las canchas por ser el mejor.
Hoy, el dólar catarí nos ha emborrachado la mente, nos ha oscurecido la conciencia y nos ha hecho ser capaces de aplaudir a un país que está muy bien lejos de los parámetros del barón de Coubertain o de los inventores de la FIFA. Se trata de un negocio, amigos, y nada más.
Ya hace décadas que esto es así. Que los humanos hacemos oídos sordos y ojos ciegos a las desgracias de otros con tal de que nos den diversión.
Pues no, El Mundial de Fútbol de Catar es una ignominia, un desacierto. Jugarlo y seguirlo, un lavado de cara a unos asesinos que se escudan en su dinero repartido a manos llenas por el mundo.
Gritemos no, aunque seamos pocos, aunque nadie no haga casó. Gritemos al viento nuestro descontento.
Prediquemos en el desierto. Aunque sea yo solo el que diga no a esta vergüenza universal.
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