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domingo, 13 de noviembre de 2022

LA GIGANTA ENJAULADA por CARLOS TORO , El Mundo MADRID

 

La giganta enjaulada

PREMIUM
Actualizado 
Brittney Griner sostiene una foto con su equipo en una prisión rusa.

Brittney Griner sostiene una foto con su equipo en una

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Rechazado su último recurso, la baloncestista Brittney Griner, una reclusa famosa en la Rusia carcelaria de Putin, ha sido enviada a una no especificada y -se teme- remota "colonia penal". El 16 de octubre Brittney, doble campeona olímpica y mundial, y número uno del "draft" de 2013 entre otras prendas, cumplió 32 enrejados años.

En febrero, cuando aterrizó en Moscú para reincorporarse a su club, el Ekaterinburg, varias veces vencedor de la Liga rusa y de la Euroliga, fue detenida al hallar en su equipaje unos cartuchos de vapeo y algunos gramos de aceite de cannabis. Juzgada por tráfico de drogas, se la condenó a nueve años de prisión.

Mide 2,06. Las imágenes de su gótica figura tatuada sobresaliendo medio cuerpo de las guardianas que la conducían esposada entre cristales y barrotes impactaban y casi dolían. Una giganta enjaulada, expuesta sin escondite posible a los ojos del mundo. Su tamaño, paradójicamente, aumentaba su indefensión y desamparo.

Alegó en su defensa que consumía cannabis por razones medicinales, a fin de paliar las secuelas dolorosas de algunas lesiones. Tal vez. Pero, inhaladora por necesidad o por gusto, ya llevaba suficiente tiempo en el país como para saber que Rusia, en cuestión de tolerancia hacia ciertos hábitos con receta o sin ella no es, pongamos, California. Aparte de las diferencias territoriales, se convirtió febrero en un mes inoportuno para andar por Rusia siendo estadounidense y, por ende, portando en la maleta sustancias dudosas.

Nacida en Houston, de adolescente lo pasó mal por lesbiana en la conservadora Texas. Su estatura no la ayudaba a pasar inadvertida. De adulta compartió denuncias mutuas de violencia doméstica con su pareja, Glory Johnson, también baloncestista. Ahora todo aquello le debe de parecer, por comparación, una juerga.

Las autoridades USA, empezando por la Casa Blanca, llevan desde el verano tratando de repatriarla, en un episodio que recuerda a otros de la Guerra Fría. Ofrecen intercambiar a la jugadora y al ex marine Paul Whelan, acusado de espionaje y condenado a 16 años, por el traficante de armas Viktor Bout. El llamado "Mercader de la muerte" fue detenido en 2008 en Bangkok, en una hollywoodiense operación encubierta, y cumple una pena de 25 años en una prisión federal por conspiración para matar estadounidenses y suministrar armas a organizaciones terroristas.

La propuesta americana desmonta un esquema ético. Cuestiona el democrático principio de igualdad. Induce a preguntarse si la celebridad supone ventajas y privilegios de los que no gozan personas anónimas, pero protegidas por los mismos derechos inconmovibles, derivados de los mismos principios universales. Por hacer un favor a Griner, "sólo" una deportista, le harían otro mayor a Bout, un asesino en masa, que, probablemente, en las actuales circunstancias, sería bien recibido en Rusia y considerado un triunfo político del Kremlin. No todo el mundo en EE.UU estima equitativo el posible trueque.

Sea como fuere, a John Le Carré le encantaría la historia

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