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sábado, 19 de noviembre de 2022

Oda a Inglaterra por Carlos Toro / El Mundo

 


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Actualizado 
Harry Maguire, durante un entrenamiento de Inglaterra en Doha
Harry Maguire, durante un entrenamiento de Inglaterra en
 Doha

PAUL ELLISAFP

Catar corona todavía más a la Premier como la mejor Liga de Europa. O sea, del mundo. De este mundo de 8 mil recientes millones de habitantes y redondo como un balón manchado por mercaderes, maltratado por leñeros y deformado por tuercebotas.

Las más fértiles competiciones sudamericanas -las de otros continentes no cuentan- sólo son viveros cada vez más precoces de emigrantes en pateras con alas a la vieja, pudiente y ávida Europa.

 Sobreexplotados caladeros, aparentemente inagotables, de ejemplares cebados a toda prisa para la exportación. 

Sólo tres brasileños juegan en Brasil. Y uno es el tercer guardameta. Sólo un argentino juega en Argentina. Y es el segundo arquero. Probablemente, ni el uno ni el otro pisarán el césped. 

Los porteros nunca rotan, nunca se sustituyen si no es como consecuencia de una lesión.

A expensas de algún cambio de última hora, permitido 24 horas antes del primer partido del equipo, la Premier aporta 134 jugadores al Mundial, por delante de LaLiga (85), la Bundesliga (73), la Serie A (64) y la Ligue 1 (52). Esas son numéricamente, "grosso modo", las jerarquías futbolísticas del planeta. Pero lo que entroniza de verdad a la Premier es que todos los seleccionados ingleses, excepto Bellingham (Borussia Dortmund), juegan en Inglaterra. Más que los 20 alemanes que juegan en Alemania y que los 18 españoles que lo hacen en España.

"Congratulations" a los "supporters" ingleses. No tienen que ver por televisión en prado ajeno a los mejores frutos del huerto propio.

 El contacto es directo, cercano, continuo y recíproco. Sanguíneo. Visceral. Irrompible. Así se entiende, sin intermediarios ni traductores, la pasión ambiental en los entrañables estadios de las Islas. Así se fragua y se fomenta la fidelidad a unos colores que son también una geografía reconocible, una sensibilidad reconfortada y una psicología común. Así se teje y refuerza un vínculo sentimental hereditario, protegido y, como dicen ahora los cursis y papanatas sin fronteras, "sostenible". Así era el fútbol.

Cuando hoy es más que nunca un entramado de intereses bastardos, que en Qatar sucumbe, servil y satisfecho, a la ignominia. Cuando sigue perdiendo a chorros, sin nostalgia ni remordimiento, las antiguas esencias. Cuando cada vez se parece menos al concepto y cultivo de sí mismo. Cuando el espejo le devuelve una imagen distorsionada, Inglaterra, que tampoco es del todo inocente (ya nadie lo es) ha logrado, por afinidad a su naturaleza, conciliar la tradición con la modernidad. Y por lealtad a su cuna y respeto a sus códigos, unir lo autóctono y lo globalizado.

Entre lo patriótico y lo internacionalista, entre lo nuestro y lo compartido, España es nuestro primer equipo. El segundo, ninguno. Inglaterra, el tercero.

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