Powered By Blogger

lunes, 7 de septiembre de 2020

GIL HODGES Y TOM SEAVER: UN SALUDO FINAL Por George Vecsey. The New York Times./ Traducción: Alfonso L. Tusa C

 


.

George VecseyThe New York Times. 27 de marzo de 2019.

   Con la Guerra de Vietnam acentuándose, 1969 no era un buen año para discutir el valor de construir carácter, de los militares.

   Sin embargo a una distancia de medio siglo, parece muy claro, al menos para mí, que la joven franquicia de los Mets tuvo su espina dorsal apuntalada por dos hombres entrenados por la marina de los Estados Unidos.

   Dos de las personas más férreas del clubhouse de los Mets eran Gil Hodges, el manager, y Tom Seaver, el pitcher, luego conocido como The Franchise. Ambos podían reclamar respeto, mediante ojos entrecerrados, quijadas apretadas, discurso sereno, cuando los reporteros, comentaristas, aficionados, o hasta los peloteros de los Mets actuaban como si esos fuesen los Mismos Viejos Mets.

   Nosotros los reporteros éramos los peores. Sé que yo estaba condicionado a creer que los Mets eran divertidos, pero terminalmente desventurados.

  Quítese esa sonrisa de la cara, señor. Esto no es un asunto de risas.

   Hodges había visto el combate en Okinawa, mientras Seaver fue reservista de la marina. Semper Fi. Demarcaban el territorio y no desmayaban.

   Hodges había sido parte de los Mets en los primeros días atolondrados, del entrenamiento primaveral de 1962, cuando Casey Stengel pirateaba para llamar la atención del público. Hodges estaba feliz de regresar desde Los Angeles, para estar en la casa de su esposa en Brooklyn, donde era querido por su gran década con los Dodgers. Su rodilla recibía infiltraciones, y Marvin Eugene Throneberry (revisar las iniciales) se convirtió en primera base regular y en un Met torpe inmortal.

   Los Mets no estaban lo suficientemente adecuados para beneficiarse de la manera de hacer las cosas de los Boys of Summer de Hodges. Él se convirtió en manager de los Senadores de Washington en lo que algunos entendieron como un aprendizaje para el trabajo con los Mets, el cual le fue ofrecido en 1968.

Seaver llegó desde el sistema de granjas en 1967, luego de crecer rápido en la marina y después aprender el juego bajo Rod Dedeaux en la University of Southern California. De alguna manera, Seaver era un hombre joven normal al inicio de su década de los veinte años, lleno de energía, una estruendosa risa, bromas con los compañeros. También podía resolver el crucigrama de The New York Times y conversar con los periodistas. Cuando jugaba, no mencionaba su tiempo en la Marine Corps Reserve en 1962-63, pero después hablaba orgullosamente de eso.

 

    “Fui un estudiante mediocre”, recordó Seaver el Veterans Day del 11 de noviembre de 2011, un una ceremonia de Manhattan para rendir honores a los militares veteranos. “Si no había una pelota de por medio, no me interesaba mucho”. Pero la marina ajustó su enfoque.

 

   “Los principios que aprendí en el campamento militar fueron los principios que llevé al montículo”, dijo él. “Enfoque, dedicación, no lo hubiera logrado sin los Marine Corps”.

Seaver mencionó una fotografía de él tomada en el montículo, concentrado en atención, durante la interpretación del himno nacional. “Si se mira a mis pies, ellos están en posición militar, absolutamente”, dijo él. “Esa fue la disciplina que fue instilada en mí. Es una razón muy importante por la cual estoy en Cooperstown”.

  No está muy claro que tanto Seaver y Hodges discutieron sus raices de la marina. Ellos había servido bajo circunstancias completamente distintas, Seaver a domicilio, Hodges encarando pilotos kamikaze en el teatro del Pacífico,

 Hodges fue un muchacho universitario del sur de Indiana, notable por su musculatura. Stengel, en una de sus rutinas conversacionales para construir la franquicia, dijo una vez que Hodges era tan fuerte que “podría exprimir las cejar de las orejas”. Nadie sabía lo que era una ceja de oreja, y nadie quería preguntar.

    Tuve un mentor en el negocio de los periódicos que había sido un joven que abandonó Columbia University y loco por el béisbol, enviado a la isla de Okinawa. Había rumores de que un Marine grande y joven que estaba en la isla, era pelotero de ligas mayores. (Los Dodgers habían dejado a Hodges jugar un juego en tercera base en 1943 antes de que se embarcara).

  En Okinawa, mi amigo oyó rumores de que Hodges había estado en combates a mano armada, pero ese rumor había sido desinflado por Mort Zachter, el autor de “Gil Hodges: A Hall of Fame Life”, publicado en 2015. Hodges fue reconocido con una medalla de bronce, por sus deberes apoyando a su comandante, en una zona peligrosa, pero sin mención de su participación en el combate directo. Seguramente vio la muerte alrededor de él.

   Cuando Hodges se convirtió en estrella con los Dodgers, a menudo iba al cine en su tiempo libre. Un amigo que lo acompañaba dijo que Hodges se tornaba solemne si había una escena de combate, y rezaba, “Amén”, ante cada militar caído.

  Hodges llevaba su temple de la marina en el uniforme de manager. Cuando los reporteros hacían chistes, él sonreía poco y amablemente, pero no permitía la levedad o el cinismo.

   Pocos peloteros retaron a Hodges, excepto el curioso jardinero Ron Swoboda, conocido como Rocky, quien había crecido acostumbrado a las oraciones de Stengel

   “Me sentaba y lo escuchaba”, dijo Swoboda del Viejo en 2009. “Sonaba como si hablara en Stengeles, pero de pronto yo me decía ‘¡Hey hombre, este tipo está diciendo una parábola, y está dirigida  a mí!’”

   Para 1969, Casey tenía tres temporadas completas en el retiro y Gil Hodges era el manager. “Cuando eres joven y lleno de ti mismo, haces cosas que lamentas”, dijo Swoboda. “Gil a veces me hacía sentir que frotaba nuestras narices con su autoridad, pero ese era yo, esa era mi falta”.

   “Recuerdo una vez a principios de 1969 cuando dijo en una reunión: ‘Ustedes son profesionales, ustedes fijan su propia hora de reportarse’, alguien sugirió dos horas y media después del juego, y Gil dijo que era mucho tiempo, entonces dije, ‘Gil ¿por qué no nos dices cuanto tiempo después debemos presentarnos?’ Ahora me pregunto ¿por qué no me quedé callado?”

  Un pelotero que estaba definitivamente en sintonía con Hodges era el pitcher de tercer año Tom Seaver. El 21 de mayo de 1969, Seaver venció a los Bravos en Atlanta para llevar a los Mets a una marca de 18-18, la primera vez en ocho temporadas que tenían un registro nivelado.

 “Tom, Tom,” balbuceó uno de los reporteros (no yo, pero pude haber sido). “Estás en un equipo que juega para .500 ¿No vas a celebrar?”

 Seaver, que podia ser intenso cuando quería, nos dio la mirada de Hodges.

   “¿Qué hay de bueno en jugar para .500?” soltó Seaver. “Eso es solo mediocre. No vinimos a esta temporada a jugar para .500. Estoy cansado de los chistes de los viejos Mets”.

   Y no había terminado. Seaver entonces nombró a dos favoritos de los aficionados y periodistas, de los primeros años de los Mets.

  “Dejemos que Rod Kanehl y Marvelous Marv  se rían de los Mets. Nosotros estamos aquí para ganar. ¿Saben cuando brindaremos con champaña? Cuando ganemos el banderín”.

Seaver y Hodges parecieron tener similares instructores en la marina. Hodges estaba cambiando los hábitos de trabajo del equipo, respaldado por tener jóvenes peloteros talentosos a su disposición. Nadie estaba exceptuado del protocolo. Un día caminó lentamente hacia el jardín izquierdo y preguntó por la salud de Cleon Jones, su mejor bateador, quien había perseguido una pelota con alguna lentitud para el gusto de Hodges. El manager entonces escoltó a Jones hasta el dugout, y los aficionados y periodistas se preguntaron si él podría haber perdido a Jones. En vez de eso, Jones jugó bien en plena recta final de la temporada.

   Los que estábamos ahí en 1962, El Año de Marvelous Marv, nunca pensamos que los Mets, aun con aquellos brazos jóvenes, podrían alguna vez ganarlo todo. Pero lo hicieron, ganaron el banderín, e hicieron estallar la champaña.

  Traducción: Alfonso L. Tusa C. 05 de septiembre de 2020.

No hay comentarios:

Publicar un comentario